jueves, 15 de marzo de 2012

Entrevista a Miriam Ofelia Orgega, presidenta del Consejo Mundial de Iglesias para América Latina y el Caribe y diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular: Pasión de abrir puertas


Bohemia


Un canto en Brasil asegura que si las mujeres no pueden entrar por las puertas, lo hacen por las ventanas. Miriam Ofelia Ortega Suárez no solo da fe de esa voluntad, sino que la reafirma cada día de su vida.
Además de presidir el Consejo Mundial de Iglesias para América Latina y el Caribe y ser diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, es la primera mujer ordenada como pastora de la Iglesia Presbiteriana en Cuba. Fue rectora del Seminario Evangélico de Matanzas durante varios años y ha participado en no pocas batallas políticas dentro y fuera del país, trayectoria que hace evidente que ella sabe por dónde camina y cómo hacerlo.
No se ha detenido ante ninguno de los obstáculos que tuvo ante sí, desde la infancia en su natal Cárdenas. Confiesa que cada uno le dio oportunidad de avanzar. La búsqueda de soluciones, de alternativas, de espacios, siguiendo el principio de cooperación con quienes tiene alrededor, han sido las claves de su vida para abrir puertas, sin descanso.
-¿Cómo llegó a la teología y por qué?

“Estudié desde los cuatro años en La Progresiva, un colegio presbiteriano que daba becas a los hijos de familias pobres, a cambio de que los padres trabajaran allí. Mi mamá fue lavandera de esa escuela, donde cursé desde el preescolar hasta el bachillerato. Le debo mucho, pues nos educaban para ser buenos ciudadanos. Toda mi formación fue religiosa desde entonces.“Recuerdo con especial simpatía y admiración a Emilio Rodríguez Busto, quien fue director de esa institución. Allí estudiaron Marcelo Salado, Renato Guitart, Esteban Hernández, Alfredo Massip y otros revolucionarios asesinados durante la dictadura de Batista.
Algunos de ellos se escondían en la casa de Blanca Ojeda, directora de la primaria. Recuerdo el día en que a la escuela llegó Pilar García, conocido verdugo y asesino, a buscar a los estudiantes que distribuían proclamas del 26 de Julio en la ciudad de Cárdenas. El Dr. Emilio lo impidió. Dijo que para sacar a los estudiantes del dormitorio había que matarlo a él.
“Era un colegio muy famoso en Cárdenas. Había otro similar, El Cristo, de la Iglesia Bautista, en Santiago de Cuba, donde dio clases Frank País. Mi esposo fue alumno de él. Se estudiaba a Félix Varela; también la asignatura de Moral y Cívica, con mucho énfasis en José Martí. Luego fue cuando ingresé en el Seminario Evangélico, para estudiar Educación Cristiana y, más tarde, Teología”.-¿Cómo concibe la unidad entre Iglesia y Revolución? ¿Hubo o hay lucha de contrarios?
-Cuando triunfó la Revolución muchas personas, conociendo mi religiosidad, preguntaban: “¿No te vas a ir?” Yo respondía: “¿Me voy a ir, a dónde? Si para nosotros la Revolución es una bendición.
Mi papá era obrero de una fábrica y mi mamá, criada. ¡No será cuando más oportunidades se nos abren, que vamos a renunciar a Cuba!”, les decía.
“Eso lo comprendí mejor cuando estuve donde uno de mis hermanos alfabetizó, en Minas de Bueycito, en la Sierra Maestra. Entendimos que había gente con más miseria que la que habíamos padecido nosotros, y para quienes se dieron todas las posibilidades a partir de entonces.
“Disfruté mucho esas primeras décadas. Sentimos la necesidad de cambiar cosas, pues el impacto de la Revolución era grande. Nos benefició, además, el Concilio Vaticano de 1964, que radicalizó el pensamiento religioso con la opción por los pobres. No veíamos diferencias con lo que postulaba el Gobierno Revolucionario“.Miriam Ofelia prefiere dejar atrás los años de confrontación entre los creyentes y el naciente Estado revolucionario, especialmente con la jerarquía de la iglesia católica. Pero, una mirada a la época le permite ver que tanto los líderes como los creyentes que se sentían vinculados al proceso ocurrido en el país sufrieron una doble incomprensión, pues quienes estaban fuera de la Iglesia los acusaban de no definirse abiertamente a favor de la Revolución, mientras que los de adentro les criticaban estar transgrediendo sus principios teológicos.
“Cuando Sergio Arce escribió Teología en Revolución. La misión de la Iglesia en la sociedad socialista, aportó un libro muy valioso que traza cuál es nuestra misión. A quienes vivíamos insertados en la Revolución y en la parte revolucionaria de la Iglesia, también nos ayudó la Teología de la Liberación, que aunque impulsada por católicos, influyó en nosotros.“También fueron años de vínculos con todos los líderes religiosos que vivían en países latinoamericanos bajo dictaduras. Con ellos hicimos reuniones de todo tipo, y el intercambio nos enriqueció más. Hicimos las Jornadas Camilo Torres y otras actividades. Los contactos frecuentes con representantes de las iglesias de los países socialistas interesados en dar su solidaridad con la realidad cubana, nos aportaron igualmente.
“Aquí también llegó el momento en que empezó a cambiar la imagen que se tenía de la gente de la Iglesia. Cuando íbamos a cortar caña, recoger boniato… quienes estaban, siempre nos preguntaban: ‘y ustedes ¿qué hacen aquí?’. Lo mismo que ustedes, respondíamos. ‘No vinimos a hablar de Dios, sino a trabajar‘”. En esa época Miriam Ofelia se incorporó a laborar en el Centro de Documentación de Salud Pública de la ciudad de Matanzas. Rememorar aquellos días la hacen recordar algunos tropiezos, pero enseguida sonríe, porque esa fue otra puerta que logró abrir.“Había necesidad de traductores de inglés y me ofrecí. Éramos un colectivo de 19 mujeres. Entonces, yo era pastora del templo del barrio de Versalles. Algunas no entendían qué hacía una religiosa allí. Después de un tiempo trabajando juntas, les hablé en estos términos: '¿Ustedes tienen alguna queja de mí?, ¿he sido una mala trabajadora?, ¿por qué esa animosidad conmigo?' Siempre tuve el apoyo del director del centro y del administrador, y después de aquel diálogo la situación cambió. Fueron cinco años útiles para todas pues disfrutamos el compañerismo.
“En otra oportunidad, a inicios de la Revolución, la Iglesia Presbiteriana compró una finca para hacer un campamento para la labor de educación cristiana. El doctor Rafael Cepeda, el reverendo Francisco Norniella y yo fuimos de oficina en oficina en el Partido, el Gobierno, explicando nuestros propósitos. Queríamos hacer cosas en bien de la sociedad.“Era una tarea difícil, que como otras muchas que asumimos en la Iglesia, me obligaban a pensar, a reflexionar y argumentar, para hallar una solución. Pero hasta conseguir la aprobación y el apoyo necesario no me detuve”.
Ahora está envuelta en el desarrollo sostenible de otra finca en la provincia de Matanzas. “Estamos tratando de que sirva a la comunidad. Sembramos viandas, producimos leche. Hicimos allí un centro ecológico diaconal, con financiamiento del Instituto de Estudios de Género, programa del Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba. Apoyamos a la cooperativa cercana en la instalación de biogás, molinos de viento y la transformación de los suelos y siembras para el ganado. El Centro de Reflexión de Cárdenas y Naciones Unidas nos apoyan y hemos logrado una formidable participación de las mujeres campesinas.“Actualmente se puede afirmar que entre Iglesia y Estado tenemos armonía. No niego que sufrimos incomprensiones también dentro de nuestra Iglesia por las posiciones revolucionarias que mantuvimos, pero más allá de aquellos desacuerdos, lo más valioso fueron los retos que la realidad nos impuso vencer y el reconocimiento de la diversidad de pareceres”.-Como pedagoga tiene una copiosa hoja de servicios. ¿Llegó por casualidad a esa profesión?
-A los 13 años mis padres decidieron que no siguiera estudiando. Querían que labrara mi futuro como ama de casa. Me quedé tres años ayudando a mi mamá. Pero cuando cumplí los 16, fui a La Progresiva y le dije al subdirector: “Vengo a matricularme de nuevo”. Él preguntó: “Con qué cuentas”. “Con nada”, le respondí. “No tengo dinero para los uniformes, ni los libros, ni los zapatos”.“Como había sido una buena alumna, el profesor me propuso trabajar en la biblioteca y con eso pagar la beca. Y cuando avanzara un poquito, podría dar clases a los alumnos de primer año que tuvieran dificultades.
“Me compraron un uniforme, zapatos y libros de uso. Empecé donde había niños de 13. Iba a las casas de aquellos con más dificultades, para ayudarlos. Ese fue mi debut como maestra. Mientras, continuaba el bachillerato en Letras, que terminé en 1956. Ese año decidí estudiar Educación Cristiana en el Seminario de Matanzas, y me gradué en 1959.“Como los misioneros se fueron al triunfo de la Revolución, en el 60 me pidieron que empezara a dar clases en el Seminario. Fue un salto cualitativo que marcó mi vida. Pronto me di cuenta de que necesitaba prepararme mejor. Matriculé el curso de Teología en el Seminario, que terminé en 1966 y, más tarde, en la década de los 80, estuve en el Instituto Superior de Pedagogía donde hice la Licenciatura en Lengua Inglesa.
“Fui profesora en el Instituto Ecuménico del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), ubicado en Bossey, en las afueras de Ginebra, durante tres años. En 1988 fui nombrada por el CMI como Secretaria Ejecutiva del Programa de Educación Teológica Ecuménica para América Latina y el Caribe. Allí estuve hasta 1997 cuando la Iglesia Presbiteriana-Reformada me llamó de regreso para asumir el rectorado del Seminario, donde aún doy clases de Ética, y de Teología y Género. Creo que a la docencia entré por las puertas y por las ventanas. Y no quiero salir de ahí”.-Por ser mujer ¿tuvo que vencer obstáculos adicionales?
-El primero lo vencí en la niñez, al no sentirme completamente aceptada por mi madre. Yo tenía dos hermanos varones. El mayor era el preferido de papá y el menor el de mi mamá. Yo era la del medio. Cuando ellos entraron al colegio La Progresiva, yo lloraba porque quería ir también. Una de las misioneras dijo: “Esta niña tiene deseos de estudiar. Déjenla entrar”. Fue la primera puerta que abrí.“Durante mi infancia, vi a mi madre sufrir mucho las desventajas de la mujer. Como limpiaba casas, los dueños abusaban de ella”.
Aquella realidad social que padeció la madre, contribuyó a que Miriam Ofelia abrazara entre sus tareas la de enfrentar la desigualdad que sufren las mujeres. Fue una de las razones que la llevaron a convertirse en teóloga feminista.“Así llegué a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Fui propuesta por la Federación de Mujeres Cubanas. Me relacioné mucho con el trabajo de esta organización cuando comenzó la década de la mujer en las iglesias, siguiente a la declarada por Naciones Unidas -hasta el 1995- que concluyó con la cumbre de Beijing, a la que fui invitada. Uno de los asuntos muy debatidos allí fue la participación de las mujeres en la toma de decisiones. Es un tema muy serio en el que debemos avanzar hombres y mujeres juntos”.Tuvo otros obstáculos por ser mujer, pero los venció poco a poco. Dos personas la ayudaron, según cuenta: Sergio Arce, secretario general de la Iglesia y rector del Seminario durante 15 años, y Francisco Norniella. “Muy revolucionarios los dos, con mucha voluntad de hacer.
“Fue bajo el mandato de Arce, en 1967, que me ordenaron como pastora. Recuerdo que le pregunté: '¿Qué exámenes debo pasar?'. Él me respondió simplemente: 'Te compras un vestido bien bonito'. Ellos sabían que yo llevaba una vida de compromiso y ya había superado todos los escalones teológicos previos.“El año de 1967 fue, por cierto, muy importante para la Iglesia Presbiteriana cubana, porque se separó del Sínodo de New Jersey. Nuestra Iglesia se convirtió en autónoma. Mi ordenación y esa ceremonia tuvieron lugar el mismo día.
“Otra barrera la vencí junto al hombre con quien formé familia, Daniel Montoya, para poder casarnos. Desde que estaba en el Seminario, muchos pensaron que sería la esposa ideal de un pastor. Pero no acepté ese destino: siempre pensé ser pastora. Fue una lucha tremenda. Él pertenecía entonces a la Iglesia Bautista, vino para Matanzas y aquí nos casamos en 1970”.Fue la primera mujer en obtener licencia de maternidad en la Iglesia Presbiteriana, y ofreció los sacramentos en la iglesia de Versalles hasta los ocho meses de embarazo.
-¿Una cubana en el Consejo Mundial de Iglesias?-Estuve casi 12 años en el CMI. Fue etapa de muchos aprendizajes. Llegué allí para ser profesora. Una institución internacional con una cubana era importante. Por eso acepté. Fue una etapa inolvidable, pero tuve que trabajar intensamente para que se valorara mi labor como educadora en un medio muy europeo.
En el 2004 fue electa vicepresidenta de la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, también con sede en Ginebra. Luego fue elegida presidenta del CMI. Explica que ahora, de los ocho presidentes, tres son mujeres. “Estoy por América Latina y el Caribe, electa en 2006 y hasta 2013; otra está por Europa y, la tercera, por los Estados Unidos. Hacemos un trío de respeto. El año pasado acordamos seguir apoyando la lucha de las mujeres para su participación en esas estructuras de dirección. Presentamos un documento en el Comité Central del CMI, y causó un gran impacto en la prensa y en las iglesias pertenecientes a ese consejo”.
-Si tuviera que hacerle reproches a su vida, ¿cuáles serían?-No quisiera haber vivido de otro modo. Mi vida no la cambio por nada. Lo que soy se lo debo a la Iglesia, y a lo que aprendí en ella, y también a la Revolución porque llegó justo cuando yo empezaba a brotar como persona. No me arrepiento ni siquiera de lo que pasé cuando no había la comprensión que existe ahora. Siempre vi las cosas difíciles como oportunidades para la lucha y el avance.
“Hay algo que haría mejor: la Miriam madre. Falté mucho de la casa. Estuve haciendo labores por todo el país durante varios períodos. Realmente, no fui la madre ideal, según los patrones tradicionales. Suerte que nuestra hija tuvo un magnífico papá. Él hizo muchas veces la función de madre y padre, con una ternura inmensa. “A los seis años Greta se puso tartamuda. El psicólogo dijo que no tenía ninguna dificultad, que ella hablaba muy bien. ‘Su problema es que usted nunca está en la casa, pero lo va a rebasar’, afirmó. Así fue. Cuando ella se casó me escribió una carta diciendo lo orgullosa que se sentía de mí”.-Usted fue la única representante de Cuba en el sepelio de Lucius Walker en Estados Unidos. ¿Qué palabras escribiría sobre él?
-Su temprana partida nos ocasionó las lágrimas y el dolor que dejan los buenos amigos cuando se van. Lucius nos dio tantas bendiciones, tuvo tantos gestos hacia Cuba, que no podremos olvidarlo nunca.“Reflejó la solidaridad en los ómnibus amarillos y los carteles de Pastores por la Paz, a su paso por las calles y caminos cubanos, abriendo continuamente sendas de amistad entre su pueblo y el nuestro, que fueron modos de quebrar el bloqueo. Con las Caravanas creó una campaña de ternura que nos unió a todas y todos con infinito cariño. Nuestra gratitud hacia él será eterna”.
-Háblenos de sus experiencias como diputada a la Asamblea Nacional.-Calimete es el municipio que represento ante el máximo órgano del poder cubano. Siempre estoy pendiente de lo que pasa allí, y es motivo de orgullo estar vinculada a ese quehacer en la base. He aprendido de los delegados y delegadas de circunscripción, quienes con mucho esfuerzo, modestia y sacrificio, hacen cosas a veces por encima de sus fuerzas.
“He encontrado una zona rural donde se produce arroz, leche y azúcar, tres producciones tremendas. Por primera vez entré a un ingenio azucarero a hablar con los obreros, he estado en policlínicos, en escuelas. He aprendido del pueblo y ayudo en todo lo que puedo.“En el extranjero todos creen que por ser diputado en Cuba se percibe un salario. Cuando cuento cómo funciona nuestro Parlamento, las personas se asombran. Las tareas que cumplo las debo solventar yo. Eso es muy cristiano. Hermoso. Da mucho placer, porque lo que hago es servir, intentar ser útil. No es para escalar al poder”.
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De las sesiones ordinarias de la Asamblea Nacional del Poder Popular, narra un momento muy emocionante: cuando el presidente Ricardo Alarcón la invitó a contar las acciones que ha realizado en reclamo de justicia para los Cinco.“Le habíamos escrito a Obama pidiéndole que los liberara el Día de Acción de Gracias. Relaté las actividades desplegadas a través de nuestras relaciones con las iglesias, para que luchen por los Cinco. Tenemos una red en el Consejo Mundial, con el Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de Estados Unidos, con América Latina, con los Derechos Humanos, con otros.
“Cuando escucharon mis palabras, Fidel exclamó: ‘Eso que está haciendo Ofelia es lo que hay que hacer’”.El Consejo de Iglesias de Cuba, del cual Miriam Ofelia Ortega fue su vicepresidenta, está integrado por 38 organizaciones religiosas entre iglesias, centros y movimientos ecuménicos; otras son miembros observadores y son asociados fraternales de otras confesiones religiosas, la Comunidad Hebrea de Cuba y la Asociación de Autorrealización Yoga. Fue fundado el 28 de mayo de 1941 en la Primera Iglesia Presbiteriana Reformada en Cuba bajo el nombre de Concilio Cubano de Iglesias Evangélicas, como resultado de la labor de las distintas iglesias evangélicas y protestantes de Cuba, quienes se propusieron entre otros objetivos dar mayor representatividad y validez a los pronunciamientos de carácter nacional o general de las iglesias, y hacer posible la relación y cooperación con otras organizaciones religiosas de carácter internacional y ecuménico.
La obra evangelística y misionera de la Iglesia Presbiteriana-Reformada en Cuba se inició en 1890 por la visión y los esfuerzos del cubano Evaristo P. Collazo, obrero tabaquero que trabajó en las ciudades de La Habana y Santa Clara. A partir de 1898 pasó a ser atendida como misión por iglesias presbiterianas del norte y el sur de los Estados Unidos. Los énfasis característicos de la Iglesia Presbiteriana del norte fueron imponiéndose sobre los sureños, más conservadores, y marcaron el empeño teológico y social del presbiterianismo cubano. En 1967 obtuvo la autonomía de la Iglesia madre de los Estados Unidos.

 

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