lunes, 26 de marzo de 2012

Morbo-periodismo.

 



El asesinato de la hija del cónsul chileno es un hecho abominable, que repudiamos con la misma intensidad con que condenamos todos los crímenes que se cometen en el país, y más aún por la participación en el mismo de funcionarios policiales.

Que no quepa duda, entonces, de nuestra posición al respecto, la misma que asumimos cuando se asesina a un dirigente sindical por un puesto de trabajo o a un muchacho de barrio por una motocicleta.

Lo lamentable, nuevamente, aparte del suceso en sí mismo, es el uso morboso que los medios de comunicación le han dado a la infortunada muerte de la muchacha. Litros de tinta para hurgar en los detalles, más de una semana escarbando en el dolor familiar, en el de los amigos, en cuanta cosa pueda añadirle más drama a un asunto, ya de por sí repugnante. No ha importado la celeridad con la que fueron encarcelados los funcionarios, ni las palabras del Ejecutivo para condenar el hecho, ni las destituciones. La saña mediática ha encontrado en la edad de la joven, en la condición diplomática del padre, en las circunstancias de su muerte y en la brutalidad policial, caldo suficiente para que en plena campaña electoral el tema desborde en centimetraje.

Hace días el actor George Clooney y su papá fueron detenidos por protagonizar una protesta, ampliamente cubierta por los medios, frente a la Embajada de Sudán en Washington. El motivo del reclamo del actor fueron los crímenes que tienen lugar en Darfur. Él tiene razón en que su sensibilidad se sienta afectada, la nuestra también; lo que nos parece extraño es que se preocupe tanto por lo que pasa en un país africano y no por lo que hace el suyo propio en Afganistán, por ejemplo, o en la cárcel de Guantánamo, para no tener que ir tan lejos. Algo más o menos similar ocurre en este caso: el show mediático. El escándalo ha sido tan grande que uno termina preguntándose si estas cosas tan terribles no los regocijan en el fondo, porque saben que hay un público ansioso de sangre que reste votos.

Comprendemos el dolor de la familia Berendique y entendemos su rabia, su impotencia y su deseo por gritarle al mundo su anhelo de justicia. Lo compartimos. Como también lo hacemos con las muchas víctimas que la criminalidad deja en nuestro país. Entiéndase bien que nuestra protesta va contra los medios que usan el infortunio de esa familia, para atizar el fuego de otra candela que no tiene que ver con la suerte de la muchacha. Hurgar en esa herida una y otra vez, haciéndola sangrar nuevamente en cada intento, alimenta ese periodismo necrofílico que tanto daño hace.

La violencia dejó de ser hace tiempo la respuesta de un colectivo ante el estilo verbal, supuestamente agresivo, del Jefe del Estado. Dejó de tener sentido desde el momento en que se comprobó que del dicho al hecho, aquí hay un enorme trecho. Desde entonces, y de eso han pasado largos años, la violencia la alimentan los medios; la exacerban cada vez que pueden con sus imágenes, con la carga de sangre que llevan sus noticias; con la desproporcionalidad entre el espacio dedicado a los sucesos y al resto de las informaciones; con el veneno implícito dirigido, en cada entrevista que hacen a un deudo. No está demás recordarles nuevamente lo que "Los Medios del Odio" hicieron en Ruanda y el resultado de su millón de muertos. Ya basta.

Mlinar2004@yahoo.es


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