Roberto Hernández Montoya
Contaba Andrés Eloy Blanco que, preso cuando Gómez, un carcelero le dijo de un terremoto que habría devastado la ciudad natal del poeta, Cumaná. Andrés Eloy hasta escribió una sentida elegía, hoy perdida. La noticia era falsa. Eso no se hace.
Algo parecido hacen muchos con los anuncios sobre la vida del presidente Chávez. Millones lo quieren vivamente y es por tanto cruel retozar con noticias falsas sobre su estado de salud, como hacen demasiados medios y personas particulares. Eso no se hace. Con nadie. Recientemente se ha anunciado la enfermedad grave o la muerte de algunos personeros de la oposición y no he visto ningún medio o persona bolivarianos haciendo mofa o celebrando esa información. Por eso insisto en que el enfrentamiento en que vivimos no es simétrico.
Necrofilia es excitarse sexualmente con un cadáver. No sé si tiene nombre el atractivo general, no necesariamente sexual, por la muerte. Entre los síntomas que veo en la oposición está este deleite por la muerte o la enfermedad de cualquier dirigente bolivariano. Les entra una fruición de aire erótico. No soy siquiatra ni sicólogo, pero me suena a trastorno síquico esta manía de jugar con la muerte.
Otra cosa es la que hacen los mexicanos con su franqueza jocosa y callejera con la muerte, tal vez para conjurar el miedo. Ofician su Día de Muertos entre el 1˚ y el 2 de noviembre. Cada cultura trata la muerte de modos diversos. Otrora en España, por ejemplo, el Día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre, se conmemoraba escenificando el Don Juan Tenorio de José Zorrilla, pieza de teatro que discurre ese día, cuando Don Juan es castigado por burlarse de los muertos, a quienes recitaba esta redondilla en su cementerio particular:
No os podéis quejar de mí,
Vosotros a quien maté.
Si buena vida os quité,
Buena sepultura os di (Acto I, escena III).
Otros te dicen: «No sé dónde te vas a meter cuando Chávez se vaya». El gobierno bolivariano tiene ya más de 13 años y nadie les ha preguntado dónde se van a meter. ¿Es una amenaza de muerte? No sé, pero «se parece igualito». En todo caso no suena simpático. Y cuatro insultos típicos, y perdona, pero esto dice la gente «decente y pensante de este país»: güevón, mamagüevo, pajúo, foca --tres insultos sexuales, dos de ellos fálicos y otro zoofílico.
Los medios golpistas (dieron un golpe) están enchumbados de evocaciones no solo a la muerte sino de un síndrome de la fatalidad ante una culpa falsa y suprema que merece una expiación atroz, como jugarse con la muerte o con el agua. ¿Qué se cree este infame país mestizo, periférico, moralmente lisiado por esencia? ¿Qué es eso de andar lanzando satélites, alfabetizando, socorriendo ancianos y pobres si más bien se merecen su suerte? Esa infracción suprema nos condena al destino aciago en que vivimos hasta que a un hombre de ese pueblo despreciado se le ocurrió que no era una predestinación sino una condición superable. ¿De qué miasma sacó esa idea? Ya lo dijo Laureano Vallenilla Lanz: Merecemos un «gendarme necesario» merced a nuestra condición mestiza degenerada. Lo que menos nos merecemos es una invasión tipo Libia. O Siria.
Ese hombre tiene cáncer ahora. A ensañarse, pues.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
Algo parecido hacen muchos con los anuncios sobre la vida del presidente Chávez. Millones lo quieren vivamente y es por tanto cruel retozar con noticias falsas sobre su estado de salud, como hacen demasiados medios y personas particulares. Eso no se hace. Con nadie. Recientemente se ha anunciado la enfermedad grave o la muerte de algunos personeros de la oposición y no he visto ningún medio o persona bolivarianos haciendo mofa o celebrando esa información. Por eso insisto en que el enfrentamiento en que vivimos no es simétrico.
Necrofilia es excitarse sexualmente con un cadáver. No sé si tiene nombre el atractivo general, no necesariamente sexual, por la muerte. Entre los síntomas que veo en la oposición está este deleite por la muerte o la enfermedad de cualquier dirigente bolivariano. Les entra una fruición de aire erótico. No soy siquiatra ni sicólogo, pero me suena a trastorno síquico esta manía de jugar con la muerte.
Otra cosa es la que hacen los mexicanos con su franqueza jocosa y callejera con la muerte, tal vez para conjurar el miedo. Ofician su Día de Muertos entre el 1˚ y el 2 de noviembre. Cada cultura trata la muerte de modos diversos. Otrora en España, por ejemplo, el Día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre, se conmemoraba escenificando el Don Juan Tenorio de José Zorrilla, pieza de teatro que discurre ese día, cuando Don Juan es castigado por burlarse de los muertos, a quienes recitaba esta redondilla en su cementerio particular:
No os podéis quejar de mí,
Vosotros a quien maté.
Si buena vida os quité,
Buena sepultura os di (Acto I, escena III).
Otros te dicen: «No sé dónde te vas a meter cuando Chávez se vaya». El gobierno bolivariano tiene ya más de 13 años y nadie les ha preguntado dónde se van a meter. ¿Es una amenaza de muerte? No sé, pero «se parece igualito». En todo caso no suena simpático. Y cuatro insultos típicos, y perdona, pero esto dice la gente «decente y pensante de este país»: güevón, mamagüevo, pajúo, foca --tres insultos sexuales, dos de ellos fálicos y otro zoofílico.
Los medios golpistas (dieron un golpe) están enchumbados de evocaciones no solo a la muerte sino de un síndrome de la fatalidad ante una culpa falsa y suprema que merece una expiación atroz, como jugarse con la muerte o con el agua. ¿Qué se cree este infame país mestizo, periférico, moralmente lisiado por esencia? ¿Qué es eso de andar lanzando satélites, alfabetizando, socorriendo ancianos y pobres si más bien se merecen su suerte? Esa infracción suprema nos condena al destino aciago en que vivimos hasta que a un hombre de ese pueblo despreciado se le ocurrió que no era una predestinación sino una condición superable. ¿De qué miasma sacó esa idea? Ya lo dijo Laureano Vallenilla Lanz: Merecemos un «gendarme necesario» merced a nuestra condición mestiza degenerada. Lo que menos nos merecemos es una invasión tipo Libia. O Siria.
Ese hombre tiene cáncer ahora. A ensañarse, pues.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com
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