Amy Goodman, con colaboración de Denis Moynihan
¿Su lápiz labial está cargado de plomo? ¿Es tóxico el biberón de su bebé? El American Chemistry Council—la asociación que representa a las compañías químicas de Estados Unidos—nos asegura que elabora los productos que nos ayudan a mantenernos sanos y saludables. Pero lo cierto es que los consumidores estadounidenses están expuestos a una amplia gama de sustancias químicas y aditivos nocivos que están presentes en juguetes, cosméticos, botellas plásticas de agua y un sinfín de otros productos. Las industrias químicas y manufactureras de Estados Unidos se han resistido enérgicamente a la regulación, mientras que Europa aplica prohibiciones cada vez más estrictas contra las toxinas más perjudiciales. La Unión Europea sostiene que regular es bueno para los negocios, ya que inspira confianza entre los consumidores y a la larga supone un ahorro de dinero. La mayoría de la gente se sorprendería si supiera que la industria de cosméticos estadounidense está escasamente regulada. El periodista de investigación Mark Schapiro publicó un libro donde trata el tema de las sustancias químicas tóxicas en productos de uso cotidiano, titulado:“Exposed: The Toxic Chemistry of Everyday Products and What’s at Stake for American Power” (Expuestos: la toxicidad de los productos cotidianos y cómo se pone en juego el poderío estadounidense). Ante la ausencia de control, investigadores y periodistas como Schapiro y organizaciones de base han decidido actuar para llenar el vacío de regulación. Schapiro me dijo: “Ni el esmalte de uñas que usas, ni la sombra de ojos, ni el champú…esencialmente, los productos de cuidado personal, nada de eso está regulado por la FDA, la Administración de Alimentos y Fármacos. La FDA ni siquiera tiene el poder para regularlos. A lo largo de los últimos 50 años se han realizado numerosos intentos en el Senado para extender la competencia de la FDA, y todos esos intentos han sido frenados reiteradamente por la industria de cosméticos.” Schapiro agregó que es muy difícil obtener detalles de las toxinas. “De hecho, sólo sé qué tipo de materiales contienen los cosméticos, no porque la FDA nos lo haya informado, sino porque la Unión Europea ha tomado medidas para prohibir esas sustancias y ha divulgado una lista”, dijo. La Campaña por Cosméticos Seguros (CSC, por sus siglas en inglés), una coalición de organizaciones sin fines de lucro que promueve la prohibición del uso de sustancias nocivas en cosméticos, difunde una extensa lista de sustancias químicas tóxicas, entre las que se incluyen el plomo y el ftalatos, que son utilizadas comúnmente en la elaboración de cosméticos y artículos de cuidado personal. Los ftalatos se han vinculado a defectos congénitos, incluidos desarrollo genital anormal en varones, disminución de la concentración de espermatozoides e infertilidad. El plomo está presente en lápices labiales y cientos de otros productos. La CSC informa que “el plomo… es una neurotoxina comprobada, vinculada a problemas de aprendizaje, lenguaje y comportamiento… abortos espontáneos, fertilidad reducida tanto en hombres como mujeres, cambios hormonales, irregularidades en el ciclo menstrual y retrasos en el comienzo de la pubertad en niñas”. Esta es la sustancia que mujeres y niñas se aplican y reaplican todos los días en la boca, ingiriéndola al pasarse la lengua por los labios. La Unión Europea, compuesta por 27 naciones que representan casi 500 millones de personas, se está imponiendo en materia de toxinas, tomando serias medidas económicas de fuerza. Stavros Dimas, Comisionado de Medio Ambiente de la Unión Europea, explicó los beneficios a largo plazo de la regulación: “Se reducirán los gastos médicos para el tratamiento de enfermedades causadas por sustancias químicas. Habrá medicamentos que ya no serán necesarios. No perderemos horas de trabajo y aumentará la productividad. De manera que los beneficios generales compensarán por lejos los costos de la industria”. Según Schapiro: “Los estados europeos pagan la cobertura de salud de sus ciudadanos. Entonces cuando científicos, activistas y otros grupos comenzaron a discutir este tema con sus gobiernos, lo plantearon en términos de conveniencia económica. Les dijeron: ‘Miren, si invierten ahora para sacar de circulación estas sustancias, dentro de 10, 20 o 30 años van a ahorrar miles de millones de dólares’. Y eso es lo que de hecho estima ahora la Comisión Europea que ahorrará. Calcula que este conjunto de distintas iniciativas ambientales le va a ahorrar hasta 40 o 50 mil millones de euros en los próximos 30 años. De manera que supone una inversión enorme en la salud de sus ciudadanos. Mientras que, en Estados Unidos, si—Dios no lo quiera—nos llegara a pasar algo a cualquiera de nosotros, básicamente estamos librados a nuestros propios medios”. Luego de que en 2007 se retiraran juguetes chinos del mercado estadounidense (debido a su contenido de plomo), el Congreso aprobó la Ley de Mejora de la Seguridad de los Productos de Consumo (CPSIA, por sus siglas en inglés), que fue promulgada por el Presidente George W. Bush. El 10 de febrero entró en vigencia una disposición esencial que prohíbe que los productos destinados a niños de hasta 12 años contengan plomo o ftalatos. Pero si compró un juguete de plástico antes de esa fecha, tenga cuidado. El verano pasado, al aprobarse la ley, algunos comercios llenaron sus estanterías con juguetes contaminados y los vendieron a precios de liquidación con el fin de deshacerse de sus existencias. Cada vez surgen más alternativas seguras de juguetes, cosméticos, champúes y otros artículos ante la creciente demanda de productos orgánicos. La diferencia entre que las toxinas sean limitadas por las fuerzas del mercado y que sean limitadas por ley es que, según Schapiro, “si se tiene una ley, los efectos son mucho más equitativos, porque todos gozan de la misma protección, aunque no se tenga los medios o los conocimientos para optar por los productos alternativos.” Ahí es donde entra a jugar la UE, con la implementación de su sistema de regulación expansivo y de vanguardia a nivel mundial (denominado “REACH”, una sigla en inglés que se traduce como “ALCANCE” y significa registro, evaluación, autorización y restricción de sustancias químicas). Schapiro escribe que “La revolución llevada adelante por Europa en términos de regulación de la industria química obliga a que se estudien los posibles efectos tóxicos sobre los humanos de miles de sustancias químicas y marca el final de la capacidad de la industria estadounidense de ocultar al público información fundamental”. Regular fuertemente el uso de toxinas no es sólo vital para salvar vidas, sino que también es bueno para los negocios. Estados Unidos tiene ahora una oportunidad de ponerse a la par de sus socios europeos y de introducir cambios que no sean sólo un maquillaje.
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