martes, 23 de noviembre de 2010

No te lo pierdas.

ROSA ELENA PÉREZ 


El capitalismo y su sociedad de consumo son un bar tender haciendo contorsiones y piruetas para su público alelado o una chica bailando pole dance en un frío club nudista frente al cliente absorto y babeante. Se retuerce, hace increíbles maniobras corporales, te mira sugestivamente, se ofrece con movimientos gatunos hasta que te tiene en su terreno y dócilmente le entregas tu billetera o la saca hábilmente de tu bolsillo o cartera sin que tú te des cuenta.

El capitalismo te convence de que lo indispensable es invertir, adquirir, comprar, obtener. No te das cuenta, pero te van persuadiendo de que tu valor se reduce a un frasco, a unos zapatos, a una nevera, a un carro, a una marca. Debes circular por centros comerciales, pueblos comerciales (El Hatillo), regiones comerciales (Miami). Ágilmente debes flexionar –que no reflexionar– y estirar el codo, sustraer con aturdidos dedos tu cartera, ofrecer tu tarjeta, chequera o dinero en efectivo como un autómata que luego dirá con voz metalizada “soy feliz”. Te inoculan el deseo y tú no sabes que está allí, simplemente crees que lo que haces lo decides con toda libertad, pero hay un sistema bien organizado que apoya sutilmente cada una de esas decisiones provenientes de mensajes oblicuos insertados en tu materia gris. Todo está pensado, planeado, dirigido y dispuesto atractivamente de modo que sientas que en esa caja o paquete se halla tu felicidad. La consumes, la tiras a la basura y allí está de nuevo el vacío, el huequito hablando de un no sé qué insatisfecho que bordea la soledad, la angustia, la desgracia casi.

Seguimos con la rutina hueca a ver si la próxima adquisición da en el blanco y llena las expectativas, pero no, el asunto está diseñado para continuar el ciclo infinitamente y devorar tus reales, tus recursos y los de tu gente, los de tu nación, los del planeta. No arribamos a nada constructivo mediante ese fatal círculo. Vamos directo a un farallón. Por eso hay que poner freno de mano con urgencia. Está planteado un sálvese quien pueda mundial, pero, para ello, es necesario que exista una conciencia trabajada en función de todos, no de individualidades ni de intereses grupales. ¿Cómo hacer para sobrevivir al nefasto futuro del capitalismo impuesto como si se tratara de una necesidad natural? Revisando con cuidado a qué responden nuestros impulsos, rectificando lo incomprendido y errado, reimpulsando con mayor conciencia y fuerza el nuevo paradigma que surge. Todo esto hay que hacerlo entre todos y rapidito, pues la oportunidad que hoy tenemos para ser genuinamente felices es de oro. ¿Te la vas a perder?



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