Siempre me he preguntado si otros pueblos –aparte del venezolano– gozan de un repertorio de canciones navideñas de tradición tan estable y duradera. Es inimaginable una Navidad venezolana sin los ya clásicos Sin rencor, Faltan cinco pa’ las doce, La grey zuliana y los infaltables de la Billo’s.
Fue precisamente una de estas últimas tardes cuando, sentada en una camionetica de transporte público, escuché en la radio una melodía que me pareció muy familiar, y ante las opciones que tenía de escuchar el ruido de la calle o al joven que pedía “veinte bolos que no empobrecen ni enriquecen a nadie”, me decidí a prestarle atención a aquella canción que había escuchado todas las navidades de mi vida, que no es otra sino la célebre La casa de Fernando de la Billo’s.
Viajando en la camionetica, imaginaba entonces a los borrachines amigos de Fernando un domingo cualquiera de aquellos más “bondadosos” años setenta:
Domingo al atardecer vamos a casa de Fernando
como no hay nada que hacer seguro nos está esperando.
Lo mismo que pienso yo una docena está pensando
como no hay nada que hacer vamos a casa de Fernando.
Y Fernando, rozagante y espléndido recibe a sus amigos al tiempo que le dice a su esposa:
…y prepare más comida que la gente está llegando.
Así, la infortunada mujer trata de calmar a los muchachitos que no paran de llorar, mientras calienta hallacas, destapa cervezas y sirve pasapalos.
Sentados en una mesa rebosante de tequeños y bolitas de carne, seguramente Fernando y sus “alegres” amigos hablan de la última campaña electoral, de la “Democracia con energía”, del carro último modelo, de la “oportuna Guerra del Yom Kippur que nos está llenando los bolsillos”, de las vainas de Nixon, del buen gusto de Diego Arria, de los petrodólares y de las maravillas de ofertas para viajar a Estados Unidos y a Europa.
Sírvame otro palo’e ron que ahora sí estamos gozando.
En la casa de Fernando nos estamos amañando...
El festín no se acaba sino hasta que no quede nada que pueda ser consumido; hasta que la última cerveza, el último tequeño y el último trago de ron hayan sido servidos, pues ya sabemos que los amigos de Fernando sufren de una especie de furor consumista. Son langostas insaciables.
Fernando se va a arruinar
Fernando se va a arruinar
Era esa “La Gran Venezuela”, la Venezuela de la abundancia, en la que mientras los ingresos petroleros crecían, Fernando y sus amigos hipotecaban al país y derrochaban el dinero en su eterna borrachera colectiva.
En la Venezuela de hoy los amigos de Fernando sueñan, o más bien amenazan, con un “inminente regreso”. Los vemos a diario en los medios, opinando como expertos, siendo tratados todavía de “embajador”, “ministro” y hasta “presidente”. Sí, son los mismos de siempre. Los culpables del desastre que llevó a Venezuela a la ruina. Para no correr el riesgo de olvidar, cada Navidad escucharemos la guapachosa cancioncita de aquellos años setenta, aquel tiempo en que Fernando y sus amigos estaban en el clímax de su borrachera y pensaban que la Venezuela saudita era para siempre.
@catebz
Fue precisamente una de estas últimas tardes cuando, sentada en una camionetica de transporte público, escuché en la radio una melodía que me pareció muy familiar, y ante las opciones que tenía de escuchar el ruido de la calle o al joven que pedía “veinte bolos que no empobrecen ni enriquecen a nadie”, me decidí a prestarle atención a aquella canción que había escuchado todas las navidades de mi vida, que no es otra sino la célebre La casa de Fernando de la Billo’s.
Viajando en la camionetica, imaginaba entonces a los borrachines amigos de Fernando un domingo cualquiera de aquellos más “bondadosos” años setenta:
Domingo al atardecer vamos a casa de Fernando
como no hay nada que hacer seguro nos está esperando.
Lo mismo que pienso yo una docena está pensando
como no hay nada que hacer vamos a casa de Fernando.
Y Fernando, rozagante y espléndido recibe a sus amigos al tiempo que le dice a su esposa:
…y prepare más comida que la gente está llegando.
Así, la infortunada mujer trata de calmar a los muchachitos que no paran de llorar, mientras calienta hallacas, destapa cervezas y sirve pasapalos.
Sentados en una mesa rebosante de tequeños y bolitas de carne, seguramente Fernando y sus “alegres” amigos hablan de la última campaña electoral, de la “Democracia con energía”, del carro último modelo, de la “oportuna Guerra del Yom Kippur que nos está llenando los bolsillos”, de las vainas de Nixon, del buen gusto de Diego Arria, de los petrodólares y de las maravillas de ofertas para viajar a Estados Unidos y a Europa.
Sírvame otro palo’e ron que ahora sí estamos gozando.
En la casa de Fernando nos estamos amañando...
El festín no se acaba sino hasta que no quede nada que pueda ser consumido; hasta que la última cerveza, el último tequeño y el último trago de ron hayan sido servidos, pues ya sabemos que los amigos de Fernando sufren de una especie de furor consumista. Son langostas insaciables.
Fernando se va a arruinar
Fernando se va a arruinar
Era esa “La Gran Venezuela”, la Venezuela de la abundancia, en la que mientras los ingresos petroleros crecían, Fernando y sus amigos hipotecaban al país y derrochaban el dinero en su eterna borrachera colectiva.
En la Venezuela de hoy los amigos de Fernando sueñan, o más bien amenazan, con un “inminente regreso”. Los vemos a diario en los medios, opinando como expertos, siendo tratados todavía de “embajador”, “ministro” y hasta “presidente”. Sí, son los mismos de siempre. Los culpables del desastre que llevó a Venezuela a la ruina. Para no correr el riesgo de olvidar, cada Navidad escucharemos la guapachosa cancioncita de aquellos años setenta, aquel tiempo en que Fernando y sus amigos estaban en el clímax de su borrachera y pensaban que la Venezuela saudita era para siempre.
@catebz
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