jueves, 6 de agosto de 2009

Sobre bases militares extranjeras.


Ildefonso Finol


Las bases militares extranjeras en nuestro continente son una herencia colonial. Mala herencia que nos recuerda que aún no somos realmente independientes.

Descartemos de una vez la historieta de que las bases son para la lucha contra el narcotráfico. Cuando Estados Unidos invadió a Afganistán en 2001, la producción de opio era casi cero. Hoy, representa el 90% de la producción mundial y es la tercera parte del PIB afgani.

Washington ha gastado 6.000 millones de dólares en el Plan Colombia, pero estudios de la ONU informan que la extensión de tierra dedicada al cultivo para drogas creció 27% interanual hasta 2007. La Oficina de Cuentas del Gobierno Estadounidense señala que ese crecimiento fue del 15% y que Colombia sigue abasteciendo un 90% del lucrativo mercado gringo de la cocaína. Anotemos que 85% de esos ingresos se quedan en EEUU.

Las bases que acaban de negociar Colombia y Estados Unidos, siete según las últimas informaciones, no son contra la cocaína, son contra Venezuela.

Para el profesor Tulio Monsalve, “cuando un Estado acepta la presencia de bases en su territorio, acepta de hecho ser el punto de partida de acciones militares, ya sean invasiones, ataques aéreos u operaciones encubiertas”.

Desde la antigüedad, le objetivo principal de las bases militares extranjeras es marcar territorio que consideran de su dominio frente a pretensiones de sus potenciales oponentes, ejecutar o dar apoyo a operaciones en áreas de influencia y reprimir el descontento de la población bajo colonia.

El Transnational Institute de Amsterdam estima que existen actualmente mil bases militares extranjeras de las cuales más de setecientas dan cuenta de la presencia estadounidense en 130 países. Por su dimensión y especialización pueden ser extensas como la de Guantánamo, centros de espionaje, campos de entrenamiento, depósitos de misiles nucleares; puertos de escala, pistas de aterrizaje, amén de sitios secretos, cárceles clandestinas y centros de tortura.

Tras la claudicación del proyecto soviético, Estados Unidos reestructuró su programa bélico mundial y reorientó sus esfuerzos a ejercer mayor control sobre las fuentes de energía y recursos naturales lucrativos y estratégicos. Tal es el caso de la Amazonía, que sus estudiantes aprenden a considerar responsabilidad de USA por la brutalidad y salvajismo de los países que la “bordean”. Lo mismo vale para el Caribe y el Ande.

La tesis imperialista del “dominio integral”, con desarrollos tan sofisticados como la red de puestos de escucha Echelon o la barrera de defensa antimisiles, no descarta el desarrollo de pequeños centros operativos de avanzada, con tareas casi siempre invisibles y letales.

Las de Colombia tienen una clara definición del Departamento de Defensa: “acceso para operaciones de contingencia, logística y entrenamiento en América Central y Sur”. Para el Comando Sur, las bases “no se limitan a la lucha antidrogas, deben tener alcance de movilidad aérea al continente sudamericano”. Eso que el vocero de Bogotá llama “red de facilidades”.

Las violaciones masivas de derechos humanos del Ejército de Colombia con los “falsos positivos”, la narcoparapolítica que chispeó a todo el uribismo, los más de veinte mil asesinatos de los paramilitares amigos de Uribe, nada de eso le importa al imperialismo.

Más que el petróleo, quieren la sumisión de Venezuela. ¿Lo lograrán?

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