*Aura Tampoa
ORDEN HEGEMÓNICO
El patriarcado es un sistema social regido por un orden masculino, desde el cual se establece el deber ser, es decir, lo permitido, lo penalizado y prohibido socialmente, este principio ordenador surge o se impone desde que tenemos uso de razón de manera naturalizada y acrítica, por lo que nos encontramos a simple vista imposibilitadas/os para deconstruirlo y así vislumbrar sus influjos sobre nuestra cotidianidad.
El patriarcado legitima la vigencia de los mecanismos de discriminación, exclusión y opresión hacia las mujeres, debido a que refuerza un estilo de vida en el que lo masculino constriñe y limita a lo femenino sin más razón que la pertenencia de género y los mitos y atribuciones adjudicadas a la misma.
La evaluación de quien comete un delito se circunscribe al estrato socioeconómico al cual la persona pertenece, a su contexto socio histórico, a su contexto familiar, a su grupo etario, a su grado de instrucción, a la orientación sexual e identidad de género, entre otros factores. Cada uno de estos aspectos se encuentran enmarcados por la macro categoría denominada: Patriarcado.
LOS HOMBRES
En el caso de los delitos cometidos por algunas personas privadas de libertad, el patriarcado se evidencia con extrema fuerza y contundencia, un ejemplo es la tipificación de los delitos, en los cuales existe una significativa diferencia en los roles cumplidos por mujeres y hombres al momento de delinquir.
Los hombres, suelen llegar al delito por presión social, asumiendo la filiación a grupos de hampa organizada como motivo de estatus, es decir, su filiación implica un reconocimiento en su entorno ampliando así las posibilidades de obtener mejores beneficios, este es el camino para convertirse en proveedores económicos y por ende en figuras de poder.
Este camino iniciado con delitos “sencillos” que suelen ir ascendiendo en gravedad, traza la meta de la dominación y la imposición masculina y a su vez se manifiesta en una estructura relacional violenta que se expresa no sólo en sus vínculos delictivos sino también en su esfera de vida privada.
Con respecto a los hombres provenientes de sectores rurales, los homicidios por los cuales se encuentran privados de libertad responden (en su mayoría) a su “orgullo”, a su necesidad de no dejarse amilanar o subordinar durante largos períodos de tiempo por sus pares masculinos, de modo que en estos casos las reacciones suelen ser impulsivas y tienen como finalidad demostrar su hombría (en principio a quienes le rodean y seguidamente a sí mismos).
Esta reacción aunque penalizada, se encuentra avalada socialmente por los principios impuestos por el patriarcado, los cuales proponen la imposición de la fuerza sobre la debilidad, así como la demostración pública de dicha imposición, estas premisas de venganza, de no sumisión, de negación al llanto y al sufrimiento justifican y perpetúan la violencia masculina.
LAS MUJERES
En el ámbito femenino los delitos dan cuenta de esa subordinación al orden patriarcal, debido a que aproximadamente en un noventa por ciento de quienes se encuentran privadas de libertad estuvieron vinculadas al tráfico de sustancias psicotrópicas y estupefacientes desde la periferia, es decir, fungen como mulas, fachadas o conchas, siempre de un “hombre poderoso” que maneja la red en su totalidad, red desconocida por ellas, ya que su rol se limita al mantenimiento de un fragmento de dicho sistema y su condición femenina les impide adentrarse en la complejidad del mismo.
En algunos casos llegan engañadas, en otros manipuladas o amenazadas, también llegan por voluntad propia, pero no logran ascender a ciertas posiciones de poder ya que estas se destinan exclusivamente a los hombres.
En los casos de hurto u homicidio, suelen encargarse de labores secundarias como cómplices, es decir, no son ellas quienes directamente cometen los delitos, sino que de alguna manera posibilitan la circunstancia para su concreción. Las causas de su vinculación a estos incidentes fluctúan entre la necesidad de cubrir sus adicciones y la influencia negativa de un contexto agresivo carente de figuras significativas afectivas.
PODER Y SEXISMO EN EL DELITO
El análisis de los delitos cometidos por algunas de las personas actualmente recluidas en el Centro Penitenciario Región Andina, da cuenta de la división sexista de los roles en el área delictiva, en la cual se observa que los hombres se encargan de labores que implican el dominio de grandes cuotas de poder económico y social o simplemente de acciones que tengan como objetivo la obtención de esas cuotas de poder.,
A diferencia de ellos, las mujeres se encargan de labores que dan cuenta de su subordinación ante dicho poder masculino; ellas por un lado sirven a intereses mayores que desconocen y por otro lado justifican dicho sistema de dominación e interiorizan esta forma de relacionarse como la manera adecuada de tratar a quienes las rodean (ya sean hombres o mujeres) es decir, estas prácticas machistas luego son reproducidas por las mujeres hacia las mismas mujeres.
Surgiendo así la necesidad de transformar la actual estructura patriarcal y androcéntrica, si se tiene la intención de lograr una verdadera reinserción social que posibilite la erradicación o al menos la disminución de la presencia de las conductas desviadas una vez que las/os penadas/os se encuentran en libertad.
—-
*Psicóloga y feminista venezolana. Edición y adaptación de Palabra de Mujer de su artículo “El patriarcado en la tipificación delictiva del Centro Penitenciario Región Andina” (2009).
ORDEN HEGEMÓNICO
El patriarcado es un sistema social regido por un orden masculino, desde el cual se establece el deber ser, es decir, lo permitido, lo penalizado y prohibido socialmente, este principio ordenador surge o se impone desde que tenemos uso de razón de manera naturalizada y acrítica, por lo que nos encontramos a simple vista imposibilitadas/os para deconstruirlo y así vislumbrar sus influjos sobre nuestra cotidianidad.
El patriarcado legitima la vigencia de los mecanismos de discriminación, exclusión y opresión hacia las mujeres, debido a que refuerza un estilo de vida en el que lo masculino constriñe y limita a lo femenino sin más razón que la pertenencia de género y los mitos y atribuciones adjudicadas a la misma.
La evaluación de quien comete un delito se circunscribe al estrato socioeconómico al cual la persona pertenece, a su contexto socio histórico, a su contexto familiar, a su grupo etario, a su grado de instrucción, a la orientación sexual e identidad de género, entre otros factores. Cada uno de estos aspectos se encuentran enmarcados por la macro categoría denominada: Patriarcado.
LOS HOMBRES
En el caso de los delitos cometidos por algunas personas privadas de libertad, el patriarcado se evidencia con extrema fuerza y contundencia, un ejemplo es la tipificación de los delitos, en los cuales existe una significativa diferencia en los roles cumplidos por mujeres y hombres al momento de delinquir.
Los hombres, suelen llegar al delito por presión social, asumiendo la filiación a grupos de hampa organizada como motivo de estatus, es decir, su filiación implica un reconocimiento en su entorno ampliando así las posibilidades de obtener mejores beneficios, este es el camino para convertirse en proveedores económicos y por ende en figuras de poder.
Este camino iniciado con delitos “sencillos” que suelen ir ascendiendo en gravedad, traza la meta de la dominación y la imposición masculina y a su vez se manifiesta en una estructura relacional violenta que se expresa no sólo en sus vínculos delictivos sino también en su esfera de vida privada.
Con respecto a los hombres provenientes de sectores rurales, los homicidios por los cuales se encuentran privados de libertad responden (en su mayoría) a su “orgullo”, a su necesidad de no dejarse amilanar o subordinar durante largos períodos de tiempo por sus pares masculinos, de modo que en estos casos las reacciones suelen ser impulsivas y tienen como finalidad demostrar su hombría (en principio a quienes le rodean y seguidamente a sí mismos).
Esta reacción aunque penalizada, se encuentra avalada socialmente por los principios impuestos por el patriarcado, los cuales proponen la imposición de la fuerza sobre la debilidad, así como la demostración pública de dicha imposición, estas premisas de venganza, de no sumisión, de negación al llanto y al sufrimiento justifican y perpetúan la violencia masculina.
LAS MUJERES
En el ámbito femenino los delitos dan cuenta de esa subordinación al orden patriarcal, debido a que aproximadamente en un noventa por ciento de quienes se encuentran privadas de libertad estuvieron vinculadas al tráfico de sustancias psicotrópicas y estupefacientes desde la periferia, es decir, fungen como mulas, fachadas o conchas, siempre de un “hombre poderoso” que maneja la red en su totalidad, red desconocida por ellas, ya que su rol se limita al mantenimiento de un fragmento de dicho sistema y su condición femenina les impide adentrarse en la complejidad del mismo.
En algunos casos llegan engañadas, en otros manipuladas o amenazadas, también llegan por voluntad propia, pero no logran ascender a ciertas posiciones de poder ya que estas se destinan exclusivamente a los hombres.
En los casos de hurto u homicidio, suelen encargarse de labores secundarias como cómplices, es decir, no son ellas quienes directamente cometen los delitos, sino que de alguna manera posibilitan la circunstancia para su concreción. Las causas de su vinculación a estos incidentes fluctúan entre la necesidad de cubrir sus adicciones y la influencia negativa de un contexto agresivo carente de figuras significativas afectivas.
PODER Y SEXISMO EN EL DELITO
El análisis de los delitos cometidos por algunas de las personas actualmente recluidas en el Centro Penitenciario Región Andina, da cuenta de la división sexista de los roles en el área delictiva, en la cual se observa que los hombres se encargan de labores que implican el dominio de grandes cuotas de poder económico y social o simplemente de acciones que tengan como objetivo la obtención de esas cuotas de poder.,
A diferencia de ellos, las mujeres se encargan de labores que dan cuenta de su subordinación ante dicho poder masculino; ellas por un lado sirven a intereses mayores que desconocen y por otro lado justifican dicho sistema de dominación e interiorizan esta forma de relacionarse como la manera adecuada de tratar a quienes las rodean (ya sean hombres o mujeres) es decir, estas prácticas machistas luego son reproducidas por las mujeres hacia las mismas mujeres.
Surgiendo así la necesidad de transformar la actual estructura patriarcal y androcéntrica, si se tiene la intención de lograr una verdadera reinserción social que posibilite la erradicación o al menos la disminución de la presencia de las conductas desviadas una vez que las/os penadas/os se encuentran en libertad.
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*Psicóloga y feminista venezolana. Edición y adaptación de Palabra de Mujer de su artículo “El patriarcado en la tipificación delictiva del Centro Penitenciario Región Andina” (2009).
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