lunes, 18 de agosto de 2008

La guerra de baja intensidad.

Gloria Gaitán

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la llamada guerra de baja intensidad busca cubrir un campo fundamental del poder que es la cultura, definida como “el repertorio de convicciones que rige realmente la vida de un pueblo”1 Es decir, que es ella la que permite que un pueblo legitime y acepte determinadas formas de gobierno, que apoye determinadas relaciones en sociedad y que comparta determinadas maneras colectivas de concebir la realidad. La cultura es la que, en realidad de verdad, nos gobierna. Por ello, conquistar y modelar la cultura de un pueblo es apropiarse de su destino.
Esta ha sido una herramienta trabajada en forma sistemática y consciente por el gobierno de Uribe Vélez y así lo dejan ver, con toda claridad, las orientaciones del llamado Centro de Pensamiento Primero Colombia, creado en octubre de 2006 para apoyar la política de Seguridad Democrática de Álvaro Uribe que, en conferencias a través del mundo y en la propia Colombia, difunde el consejero presidencial José Obdulio Gaviria.
La semana pasada, en Estados Unidos afirmó textualmente que "Nosotros no tenemos desplazados, tenemos migración en buena parte por el paramilitarismo y la guerrilla (...) esa gente se fue para ciudades y allá están como migrantes, más la gente que se fue del país, clase alta y media. (...)”. Ante lo cual la opinión nacional, casi unánimemente, gritó que José Obdulio estaba loco al afirmar que en Colombia no hay desplazados, jugando con las palabras.
Nada de loco, José Obdulio está caminando por los campos de la guerra de baja intensidad, una de cuyas herramientas es repetir una mentira cien veces hasta que, para la visión colectiva, se transforma en realidad, además de jugar con las palabras para darle un “sentido” diferente a los hechos.
También ha dicho José Obdulio, comunicando las “ideas superiores” – como él las califica – del Presidente Uribe, que en Colombia se acabó el paramilitarismo, cuando todos los días oímos informes sobre las acciones que cometen grupos paramilitares. Nos dice también que en Colombia no hay conflicto armado (sic) y que “las Águilas negras”, que según informes oficiales ya han cubierto todo el territorio nacional para ejercer políticas de retaliación, son producto imaginario de la oposición política.
Y una perla más: afirma que la lucha de las ONGs, en defensa de los Derechos Humanos, tiene como objetivo que los abogados defensores se lucren en un 35% de las “cuantiosas sumas” demandas al Estado.
Lo grave no es que todo esto sea un montaje de mentiras deliberadas y calculadas, sino que, poco a poco, gracias a los medios de comunicación al servicio del establecimiento, la gente las irá aceptando como ciertas.
Por ello es fundamental la lucha por la conquista de la cultura popular y no sólo de la razón, porque nosotros nos movemos impulsados por esa cultura que está a nivel del subconsciente y no por la razón. La verdad es que no existe el libre albedrío, planteamiento que en su momento hizo Jorge Eliécer Gaitán y que le permitió conquistar el subfondo del alma colectiva, tesis que ha sido comprobada hoy en día por los neurocientíficos.
El doctor Wolf Singer, director del instituto alemán Max Planch afirma que “nosotros somos los últimos que nos enteramos de lo que nuestro cerebro tiene la intención de hacer” y añade: “aquello que el ser humano experimenta como una decisión, no es otra cosa que la justificación posterior de cambios de estado que de cualquier forma sucederían”, mientras que el profesor norteamericano Benjamín Libet pudo demostrarnos que nuestras acciones se producen segundos antes de que aparezca nuestra voluntad de actuar. La “chispa consciente” se produce, en promedio, entre 0,3 y 0,4 segundos después de la aparición del potencial de alerta. Según Libet, la sensación de que se realizó un movimiento intencionadamente se produce 350 milésimas de segundos después del movimiento.
Estos descubrimientos, logrados gracias a las nuevas tecnologías de punta, le permiten afirmar al profesor Gerhard Roth, investigador del cerebro en la Universidad de Bremen, que “la sensación de que yo soy dueño de mis actos, sujeto consciente que actúa, es ilusoria. El cerebro decide antes de trasmitirme la sensación de que quiero hacer lo que me dispongo a hacer”. Y nos hará saber que “el libre albedrío no es tan dueño de sí mismo como a él mismo le agrada creer. Todo sucede como si el cerebro necesitara “calentar filamentos” durante unas fracciones de segundo antes de que salte el destello consciente. Por tanto, el acto de la voluntad no puede ser la causa del movimiento, sino únicamente una sensación que acompaña el movimiento mismo”.
Igualmente el doctor Niels Bimbauer, de la Universidad de Tubinga, dirá: “cuando yo digo o pienso “quiero hacer esto” el cerebro ya ha definido su voluntad unos 100 milisegundos antes”.
Esto explica la importancia trascendental de la cultura en el destino de los pueblos. Cuando no se trabaja este aspecto, científica y conscientemente, tenemos como resultado el que se haga necesario expedir leyes habilitantes para establecer políticas que permitan hacer los cambios. Ahí radica el problema actual de Venezuela: por un lado van las reformas estructurales, mientras que la cultura sigue siendo puntofijista.
glorigaitan@yahoo.es

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