miércoles, 20 de agosto de 2008

Obama, las elecciones y el fraude anunciado.

Adán González.

Estados Unidos se acerca a un proceso electoral para elegir a su próximo presidente, en medio de la crisis económica más grave que haya sufrido esa nación desde la Depresión de 1929. Un peligroso cocktail ha conjugado factores como el derrumbe del mercado inmobiliario, el desplome en la cotización del dólar y la subida récord de los precios del petróleo, con lo cual la primera economía del orbe es golpeada desde todos los costados, sin avistarse una solución a corto o mediano plazo. El 2 de julio de 2006, Estados Unidos maniobró descaradamente para evitar la asunción al poder de Andrés Manuel López Obrador, candidato del izquierdista Partido de la Revolución Democrática, en México. La clase política estadounidense y su titiritero, el complejo militar-industrial, intuían muy bien que un triunfo de la izquierda en tierras aztecas desataría un efecto dominó en Estados Unidos. De allí que las estrategias para el fraude y el escamoteo de votos, así como la complicidad de los medios de comunicación –Televisa y TV Azteca- para ocultar la verdad, terminarían por consumar y santificar un "golpe electoral", avalado por la máxima autoridad comicial del país: el Instituto Federal Electoral (IFE). La trampa del 2 de julio en México ha sido y es la antesala para el engaño más grotesco que se avecina: el de noviembre de 2008, en las elecciones para la presidencia de Estados Unidos. La clase política gringa fue por lana y salió trasquilada; puso a perder a López Obrador y así creía poner sus bardas en remojo, pero le detonó el tiro por la culata. En la carrera a la nominación demócrata para la candidatura a la Casa Blanca, se ha alzado con la victoria un personaje que representa una amenaza para la hegemonía WASP en los círculos de poder del Imperio. Un "oscuro" capítulo que mancharía de un color indeseable la "majestuosidad" del trono presidencial. En el escenario menos complicado y más "light", Hillary Clinton habría sido el catalizador entre un desastroso gobierno republicano y una prometedora administración demócrata, refrescada "mediáticamente" nada más y nada menos que por una fémina. Sin embargo, el alto grado de molestia existente en la población estadounidense y el enorme ímpetu de cambio que abrigaban las vastas mayorías en el país del Norte, no cedían lugar para más: Obama era el icono del "golpe de timón" anhelado por todos. Después de ocho años del más rancio y trasnochado republicanismo, el cual halló en el 11 de septiembre la excusa perfecta para arreciar su fascismo, Estados Unidos registra el déficit fiscal más oneroso de la historia –el cual se calcula para 2009 en más de 482 mil millones de dólares- y sus irresponsables aventuras belicistas en Afganistán e Irak son el génesis del descalabro económico de los últimos 36 meses. En Irak, por ejemplo, el Imperio gasta unos 87 mil millones de dólares al año en operaciones militares. Según las Naciones Unidas, con la mitad de esos 87 mil millones que Estados Unidos derrocha en una invasión criminal a Irak, se podría proporcionar agua potable, comida, salud y educación, ¡a todos los habitantes del planeta! Con más de 2 millones de familias perdiendo sus viviendas y con los precios más exorbitantes de la gasolina en 30 años, que rozan los 5 dólares el galón, el ciudadano de a pie en Estados Unidos ve en Obama, antítesis de la "pigmentación" dominadora y explotadora del "establishment", un giro radical al hastío imperante desde hace casi un decenio. En la carrera hacia la Oficina Oval, los republicanos se impacientan día a día, al ver cómo aumenta el respaldo popular a Obama y se diluye la candidatura de John McCain. Intentan frenar lo inevitable y para ello han utilizado todas las armas a su favor, incluyendo una estrategia harto conocida en otros contextos con ídem dilema político- institucional: las encuestas de opinión. A través de la fabricación de estudios sobre la intención de voto entre los ciudadanos, se construye un "empate artificial" entre los dos candidatos y se predispone psicológicamente a las masas para un final "inesperado" y "de fotografía". Así ocurrió en 2006, en México, con López Obrador, candidato de izquierda por el PRD, y Felipe Calderón, abanderado del derechista Partido Acción Nacional (PAN). A pesar de que la popularidad de López Obrador era avasallante, los medios de comunicación se ocuparon de "equilibrar" la aceptación de ambos contendores y servir la mesa –con cubiertos de oro y champaña- para llevar a cabo el "golpe electoral" que dio a Calderón la ventaja numérica. Exactamente sucede lo mismo con Obama y McCain, en la virtual campaña presidencial estadounidense. Ya varias encuestadoras publican un "empate técnico" entre los dos competidores y las cadenas de televisión se han prestado como portaaviones para tal manipulación electorera. El elemento étnico es una arista preponderante en la "cosmovisión" republicana y su concepción del "Destino Manifiesto", ya que este último sitúa a Estados Unidos como el pueblo elegido por Dios para pregonar y edificar la verdadera democracia en los cuatro rincones del planeta. En esa abyecta retórica revestida de Divinidad, la negritud con el estigma de la esclavitud y la humillación no tiene cabida. Únicamente los blancos, estadounidenses, sajones y protestantes, son dignos de ejecutar la sagrada misión de propalar el credo de la democracia "à l'américaine" y de dirigir el rumbo de Estados Unidos –y el resto del mundo- al "paraíso" terrenal. Para un simple militante del Partido Republicano sería el acabóse tener a un negro de presidente, ya que eso se reñiría con la esencia subyacente del "Destino Manifiesto". Igualmente, el ala extremista republicana no resistiría ver a Obama como "inquilino" de la Maison Blanche, debido a su visceral actitud de considerar a los negros –y a todo lo que no sea blanco- como una entidad inferior, casi comparable a un animal. Ya deben estar cuestionándose con "menuda" preocupación: ¿cómo puede un negro ser Presidente de Estados Unidos? ¿Cómo podemos evitar -esta vez- que otro negro pretenda convertirse en nuestro presidente? Las pretéritas interrogantes rondan las cabezas de más de uno en el Imperio; desde el más humilde de los "redneck", hasta el más célebre de los dirigentes ortodoxos del Senado, pasando por el más potentado de los empresarios del complejo militar-industrial. La plutocracia segregacionista y etnicista no está para nada angustiada por el fondo del asunto –lo más probable es que Obama sea otra marioneta más del sistema y sólo aplique "pañitos calientes"-, lo que más exalta a los "halcones" y al gobierno invisible de Washington es la superficie, la imagen que se "proyecta" a la gente. Tener a un afrodescendiente como Comandante en Jefe enviaría un peligroso mensaje a las minorías más descontentas y las incitaría a demandar más poder del Estado para autogobernarse, autogestionarse y desarrollar cambios sustanciales en la estructura. Más de uno reclamaría: "Si Obama pudo, ¿por qué yo no?". En este sentido, el "fenómeno Obama" -de por sí- se quedaría corto y sus consecuencias serían impredecibles dentro de Estados Unidos. Nadie mejor que la oligarquía estadounidense para saber lo temerario de dar "poder real" a los ciudadanos. Ella se encargó de establecer las elecciones de "segundo grado" hace más de 200 años y así "blindar" la dictadura perfecta de la incipiente unión de provincias: los delegados de los Colegios Electorales son las "mentes sabias" que deciden a favor de quién se inclinará la balanza, jamás es el común de las personas quien elige. Según los "pensadores" de las clases dominantes del Imperio, palabras más palabras menos: "Hay que proteger a Estados Unidos de la pasión, de las emociones de los electores (¡!)". Asesinato o fraude: el golpe de estado "perfecto" A lo largo de la Historia, los apologistas del "American Way" han promocionado al Imperio como la "democracia ideal". Uno de los argumentos desplegados a su favor es que en ese país nunca ha habido un golpe de Estado, para así –con semejante babosada- poder separar a la "súper civilización" gringa del resto de las naciones "cavernícolas". Contrario a lo que piensan los "yanquis de orilla", en Estados Unidos sí se han perpetrado golpes de Estado, sólo que de maneras más sofisticadas y hasta podría afirmarse que "hollywoodenses". La clase dirigente estadounidense ha carecido de escrúpulos para sacar del camino a cualquier líder progresista que pudiese poner en peligro sus intereses y los del "Destino Manifiesto". Desde muy temprano cayó en cuenta de lo poco elegante y "chic" de propinar golpes de Estado, por lo cual eligió el teatral esquema del "loco-asesino-solitario" que cometía un magnicidio, sin motivación aparente. Al neutralizar esos perturbadores focos de "revuelta" en el Poder Ejecutivo, las clases dominantes se aseguraban la supervivencia y el dominio en el marco de la infraestructura y superestructura del Estado burgués. La sangrienta saga de asesinatos políticos se inauguró aquel 14 de abril de 1865, cuando John Wilkes Booth disparó contra el "incómodo" presidente Abraham Lincoln. El Estado burgués garantizaba su permanencia en el tiempo para concretar sus aspiraciones hegemónicas y guerreristas. Un anónimo hacía el "trabajo sucio" y la plutocracia se deshacía de un obstáculo más para consolidar sus pervertidos objetivos. Luego de Lincoln, siguieron otros presidentes en la fatídica lista de golpes de Estado "perfectos": James A. Garfield, muerto en 1881; William McKinley, asesinado por arma de fuego en 1901; y John F. Kennedy, masacrado en Dallas, Texas, en 1963. Lo que ha sido invariable en las anteriores patrañas: la "leyenda" del pistolero solitario, que irrumpía de la nada a cometer un magnicidio "impecable". A pesar de lo efectivo del sicariato -o crimen por encargo- para "desaparecer" a individuos que pudiesen entorpecer el devenir del "establishment", las clases dominantes estadounidenses han ido perfeccionando sus métodos de golpe de Estado y han refinado más la "puesta en escena". Ya no son creíbles los asesinos "misteriosos" y las "balas mágicas", y entra en marcha una nueva fase, más aséptica y menos comprometedora: el fraude electoral. Quizás el destino de Obama no sea el de Malcolm X, Martin Luther King Jr., o Robert Kennedy, quienes fueron "eliminados" de la carrera presidencial por el complejo militar-industrial estadounidense y la clase política conservadora. El fraude electoral sí le cae como anillo al dedo a Barack Obama y sería la estratagema más "institucionalizada" para sacarlo del juego. La menos dolorosa. Los "halcones" de Washington están preparados para emplazar un nuevo "golpe electoral" y perpetuar por otro período más, el desastroso desempeño republicano al frente del Poder Ejecutivo. Eso sí, la opción del magnicidio no es descartada por completo, en el caso de Obama, si la desesperación del neoconservadurismo político-religioso se consolida. Todo es posible. La caída del Imperio y las condiciones para la revolución La elección fraudulenta de John McCain como nuevo Presidente de Estados Unidos, sería antecedida por un panorama de "enfriamiento" como el de 2000, que tal vez sea idéntico o mayor a 5 semanas, para ofrecer un resultado definitivo. Seguramente se dejará en manos de la Corte Suprema la decisión y al final Obama aceptaría la "derrota", debido a las asfixiantes presiones de sectores políticos y económicos. Nacería así un nuevo gobierno republicano carente de la más absoluta legitimidad y simpatía; se hundiría más la economía estadounidense y la oligarquía gringa necesitaría de otro 11 de septiembre para cimentar sus propósitos. Una acción "terrorista" preconcebida sería el punto de partida para aglutinar a la población en torno a un "líder" y a una causa "justa", machacando el sentido patriotero y nacionalista del "God Bless America". Se matan así dos pájaros de un tiro: se brinda un segundo aire al complejo militar-industrial estadounidense y se legitima –con base en el terror de la población- un régimen forajido e inconstitucional. Ahora bien, ¿contra quién sería la novel conflagración? No hay que ser muy experto en política internacional para asumir que hay dos países en el globo terráqueo, en la mira de los "halcones" de Washington: Irán y Venezuela. ¿Cuál país le convendría más invadir a Estados Unidos? Sencillamente, Irán sería la alternativa menos traumática, aunque cualquier conflicto armado socavaría la ya tambaleante economía de Estados Unidos. Las clases dominantes del Imperio saben perfectamente que una guerra contra Venezuela sublevaría a toda América Latina y generaría la condena inmediata de potencias como Rusia y China en el Consejo de Seguridad. El corte de crudo venezolano dejaría sin combustible fósil a toda la costa este de Estados Unidos, en el apogeo de una carestía energética. La lucha de resistencia en Venezuela sería aplastante y las FARC se harían una guerrilla binacional. El rechazo de la opinión pública y los colectivos sociales dentro de Estados Unidos, en contra de una agresión militar a nuestra Patria, sería abrumador. La razón fundamental: el proceso revolucionario venezolano ha calado en vastas capas de la sociedad estadounidense y hay mucha solidaridad a lo largo y ancho de la nación norteña. Una intervención militar directa en América Latina sólo aceleraría la revolución en el Imperio, ya que se acentuarían más las contradicciones internas en la tierra del Tío Sam. Iría despertando ese cíclope dormido en las entrañas de un Estado burgués decadente y desesperado. La más grande revolución de la Historia estaría a un paso de explotar. El espurio McCain la precipitaría y el supuesto negado de Obama en la Casa Blanca…simplemente la retardaría. elinodoro@yahoo.com

No hay comentarios: