jueves, 21 de agosto de 2008

Venezuela en Beijing.

Sabrina Jaimes Mendoza


Los venezolanos estamos perdiendo nuestra principal característica: la solidaridad, la simpatía por el otro. La actuación de nuestros compatriotas en las Olimpiadas de China no logró despertar las simpatías unánimes en todo el país, como es lo deseable y lo que ocurre en otras naciones menos golpeadas por la politiquería. Colombianos, argentinos, nigerianos o neozelandeses están todos, como un solo hombre o una sola mujer, deseando que sus deportistas triunfen o sintiendo la tristeza del fracaso, pero siempre con el orgullo de la participación de la patria.
El egoísmo y la ceguera, aunados al odio sin límites hacia el presidente Hugo Chávez y todo lo que represente, lleva a muchas personas al extremo de desear el fracaso de nuestra delegación. Ir en contra de lo nuestro y favorecer al oponente es una de las peores traiciones a la patria. Y eso lo vemos todos los días, como forma de lucha política, pero que no es más que expresión de bajeza de espíritu.
En esta ocasión, la nuestra fue la delegación más numerosa de la historia deportiva del país, porque nuestros jóvenes se ganaron su puesto, con el corazón y la voluntad, compitiendo con otros países, superando sus propias limitaciones y dando todo por la patria, esa patria que hoy muchos desprecian a nombre de un antichavismo visceral que les carcome la vida.
Tener una delegación más numerosa es una demostración de superación en la calidad deportiva del país. Tal vez no estemos a la altura de las grandes potencias –Brasil, Argentina y México tampoco lo están—, pero hacia allá vamos.
El esfuerzo, la voluntad, el coraje y las lágrimas de emoción o de frustración de nuestros deportistas tienen un gran valor que los 27 millones de venezolanos debemos aplaudir y apreciar en todo su valor, porque ellos, nuestros muchachos en China, lo están haciendo por todos nosotros, blancos y verdes, rojos rojitos o escuálidos.
Lo importante no es el número de medallas. Lo importante es el corazón que nuestros atletas derraman frente a sus contendores, frente a los miles de millones de personas que, en presencia o por televisión, siguen con avidez las competencias, viven las emociones de los atletas, sin ver la nacionalidad o el color político que representan.
Con o sin medallas, nuestros atletas merecen el aplauso y el agradecimiento de todos nosotros. Y también una lágrima de emoción. sjaimesm@hotmail.com

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