Reinaldo Iturriza López
Ahora que la campaña electoral llega a su fin, es oportuno puntualizar algunos tópicos que tendrán que estar en la agenda de discusión pública después del 7-O.
1. Está por verse cuáles nuevos reacomodos se producirán a lo interno de la oposición venezolana. Luego, si la tendencia que asuma o preserve el liderazgo reorientará o modificará la estrategia que guía sus pasos desde 2007. No hay que olvidar que la candidatura de Capriles Radonski es la expresión más acabada del giro táctico que se produjera luego de las elecciones presidenciales de 2006, y a través del cual la oposición perseguía no sólo pisar firme en el terreno tambaleante de la derrota recién encajada, sino principalmente la sobrevivencia política. Este giro táctico se expresó, a su vez, en el abandono de la vía violenta y la adopción de un discurso anclado en la crítica de la gestión de gobierno, así como en la mimetización o reapropiación de algunas de las principales ideas-fuerza del chavismo originario. El propósito era estimular la desmoralización y desmovilización de la amplia base social del chavismo. Luego de las elecciones parlamentarias de 2010, la oposición radicalizó esta línea de actuación, resignificando además el discurso sobre la necesidad de "reconciliación" nacional. Se había decidido a salir en busca del voto chavista. Denuncia de la mala gestión, mímesis de ideas-fuerzas del chavismo, reconciliación: eso define hoy a la candidatura de la oligarquía. Después del 7O: ¿radicalizará aún más esta línea o la abandonará en busca de la supervivencia?
2. En el campo chavista tendremos que retomar con renovado vigor las discusiones sobre la representación política. Ya no tiene ningún sentido seguir alimentando una discusión interminable sobre el partido, como si éste fuera realmente el lugar donde se decide la política revolucionaria. Hay que ir a la médula del asunto. Por ejemplo, volver sobre lo escrito en la Agenda Alternativa Bolivariana, en 1996, según lo cual "la estrategia bolivariana se plantea no solamente la restructuración del Estado, sino de todo el sistema político, desde sus fundamentos filosóficos mismos hasta sus componentes y las relaciones que los regulan". Entonces, interrogarnos: ¿cuánto persiste ya no del viejo sistema político, sino incluso del viejo Estado? Se notará que no se trata de invocar al poder constituyente, sino de preguntarnos por qué haría falta invocarlo de nuevo. La revolución bolivariana tiene su origen en la crisis irreversible de la política entendida como el acto de "hablar por los otros", y ésta es una verdad indiscutible. ¿Cuánto de esta vieja forma de hacer política no sigue prevaleciendo entre nosotros, obstaculizando la radicalización democrática del proceso? ¿Hasta cuándo cargamos con el pesado lastre de la "democracia representativa"? Tenemos que ser capaces de develar esa lógica política que enunciamos como "representación". No porque pretendamos extinguirla, que no es posible ni deseable, pero sí para reducirla a su mínima expresión. Y que la sustituya una política "otra". Decantarnos por otra lógica política. No por una cuestión de principios, sino porque el predominio de la "representación" nos conduce directo a nuevos laberintos. En este terreno queda mucho por inventar.
3. El tema de la "clase media" ha tenido una cierta centralidad durante la campaña. Capriles Radonski ha llegado a poner en duda su existencia (habría sido exterminada por el tirano). Chávez ha expresado reiteradamente que su gobierno no ha tenido la suficiente habilidad para ganarse su apoyo mayoritario, a pesar de las múltiples políticas que le favorecen. Lo anterior puede ser cierto. Tan cierto como que la conducción de las instituciones del Estado está en manos de la clase media, con sus virtudes, pero también con sus defectos, miserias y prejuicios. En líneas generales, tanto en los medios públicos como en general en las instituciones vinculadas directamente con la cultura, imperan los valores de la clase media, lo que se expresa en los bienes culturales (literatura, música, cine, etc.). Esto sucede en permanente tensión con lo popular, con sus éticas y estéticas, sus luces y sombras. La clase media se siente llamada a "representar" a las clases populares, a las que no valora como sus iguales, sino que concibe en una relación de subordinación. La clase media considera que las clases populares yacen abandonadas a la suerte del "mercado", que es otra forma de ignorancia. En el terreno político, esto equivale a decir que el estado natural de las clases populares es la "alienación". En el terreno mediático, esto se expresa en el predominio de un lenguaje que habla de "beneficiarios", y no de protagonistas. En esto último radica el centro de la cuestión: ¿cómo es que ha terminado imponiéndose este conjunto de prejuicios de la clase media que conduce el Estado, en contra de toda evidencia, a saber: que son las clases populares las que han definido, en cada uno de los momentos de las resoluciones, el destino de este proceso político? La noticia es: la suerte de la revolución bolivariana sigue estando a merced de la voluntad de las clases populares. Va siendo hora de que ellas tomen la palabra. Va siendo tiempo de abrir espacio y dejar de ser obstáculos. Para que deje de suceder, como planteara alguna vez Walter Benjamin, que cada documento de cultura sea al mismo tiempo un documento de barbarie. Demos rienda suelta al genio popular.
4. Ningún tema fue tan manoseado durante la campaña por Capriles Radonski como el de la violencia criminal. En esto, el candidato "progresista" y a la "izquierda" no se ha distinguido en nada de la típica campaña de derecha en cualquier lugar del planeta. Ya no se trata simplemente de "representar" el dolor de los deudos. Lo verdaderamente brutal ha sido su pretensión de salvar su responsabilidad, como si la clase a la que pertenece no tuviera nada que ver con las causas de la violencia. Como ha hecho con el resto, el candidato de la oligarquía ha procurado despolitizar el tema, hablando siempre desde la gestión (a pesar de que la suya, en Miranda, haya sido un completo fracaso), y ha cargado cada muerte violenta, durante los últimos catorce años, a la cuenta de Chávez. Además, ha intentado capitalizar políticamente la situación de las cárceles. Tanto respecto de esta última situación, como en general en el caso de la violencia criminal, corresponde actuar hasta las últimas consecuencias. Esto significa no sólo asumirlos como problemas políticos, sino como algunos de los desafíos políticos centrales de la revolución bolivariana en los años por venir. Nuestros jóvenes de las clases populares, los mismos que pretendemos "representar", cuyas éticas y estéticas invisibilizamos, silenciamos e ignoramos, son las principales víctimas y victimarios de la violencia. Con cada víctima, la revolución envejece un poco más. En la propuesta de programa de gobierno de Chávez se lee que uno de los objetivos es "dirigir desde la jefatura del Estado una profunda y definitiva revolución en el sistema de administración de justicia, para que cese la impunidad", para lograr "la igualdad en el acceso" y erradicar su "carácter clasista y racista". Lo que está en juego es la vida, tanto como un bien político tan fundamental como la justicia. Es un clamor popular.
Reinventar la política, darle rienda suelta al genio popular, defender la vida. Tales tendrían que ser los ejes de la política después del 7 de octubre.
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