ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA
rosaelenaperez@gmail.com
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Durante la semana siguiente a los comicios del 7-O comentamos las violentas reacciones y el fuerte estado de estrés de allegados nuestros de la oposición, así como algunos desafortunados hechos referidos por la prensa nacional: protestas callejeras, serias discusiones, ofensas y agresiones entre familiares y amigos, crisis de pánico, depresiones individuales y colectivas. Supimos del múltiple arrollamiento que un hombre hizo en Maracaibo con su carro contra un grupo de personas –de las cuales dos resultaron muertas– debido a que no estaba dispuesto a pagar la apuesta a la que se había comprometido si perdía su candidato. Conocimos del estado de depresión y angustia colectiva en un prestigioso colegio privado del este de Caracas donde el lunes 8 de octubre dedicaron el día íntegro al desahogo y estabilización emocional de los maestros mediante charlas con psicólogos, al tiempo que en zonas adyacentes a su sede un grupo de ciudadanos irracionales y frustrados quemaba cauchos y trancaba el tráfico. En las redes sociales de internet, pudimos leer destemplados y denigrantes comentarios entre personas que en otro tiempo fueron muy cercanos en lo afectivo.
Así mismo, la semana pasada respetables psicólogas y psiquiatras denunciaron en varios programas de VTV el daño psicológico causado por la propaganda electoral de la oposición antes y durante la campaña presidencial recientemente culminada en nuestro país. También comentaron un video colgado en YouTube donde se presentaba el desconsolado llanto de un niño de unos cuatro años, llamado Esteban, cuando su padre le dice que Chávez ganó las elecciones.
No existe mayor evidencia de los estragos mentales y de convivencia a los que hemos estado sometidos sin descanso los venezolanos y venezolanas durante los últimos años que los aquí enumerados. La guerra de cuarta generación que hemos venido sufriendo sistemáticamente se hace palpable en las reacciones de miedo y en el estrés postraumático presente en algunos de estos ciudadanos convencidos de que el candidato opositor ganaría las elecciones con seguridad. Estas personas, presas de la impotencia, la rabia y el terror, reaccionaron de un modo insólito para una parte de la población que conoce bien las libertades y el respeto a los derechos humanos que en esta democracia participativa disfrutamos.
De modo que nos preguntamos, preocupados y conscientes de la impunidad que muchas veces ha habido ante afrentas mucho mayores a la aquí mencionada, ¿quién se hace responsable de las zozobras y quebrantos sufridos por la salud mental del colectivo?
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