miércoles, 17 de octubre de 2012

Primavera Árabe en Jordania Miedo a la desestabilización y al conflicto.




De todos los factores de contención que impiden una Primavera Árabe en Jordania, el miedo a una revuelta con consecuencias “sirias” –desestabilización y conflicto- es el temor más escuchado en la calle jordana. Hay ganas, pero cautela. El rey Abdulá II ya no es un factor de cohesión social, ni las reformas que anuncia despiertan la suficiente confianza como para calmar los ánimos. Su nombre se cita sin reservas en las manifestaciones de protesta; su nombre se pronunció en la última de ellas, la del pasado viernes 5 de octubre, que fue la más concurrida de todas las acontecidas hasta ahora.
Hubo advertencia: “Haz reformas y serás el siguiente”. Pocos se atreven a pronosticar un escenario posterior partiendo de un hecho que no tiene precedentes en el país: entre 10.000 y 50.000 personas llenaron el centro de la capital clamando un cambio. Porque de todos los factores que alientan una Primavera Árabe en Jordania, el económico es el que más empuja la calle; y como los precios y el paro siguen subiendo, el número de manifestantes también.
El resto de factores de contención se derivan de la complejidad social del país y de los devenires provocados por los movimientos en la región. Por lo que, sin poder llegar a conclusiones, quienes apoyan o reniegan de una revuelta catártica tienen sus propias realidades.
Islamismo
Al analista político Amer Al Sabaileh no se le escapa que parte de los jóvenes revolucionarios, seculares como él, se sienten alejados de los discursos de cambio si la alternativa es la aparición de gobiernos islamistas, como ha ocurrido en Egipto o Túnez. En Jordania, los Hermanos Musulmanes, con representación parlamentaria a través del Frente de Acción Islámico (FAI), es el grupo de oposición más organizado y es un dato objetivo que sus convocatorias populares tienen más éxito que la del resto de organizaciones reformistas y panarabistas, cibermovimientos o partidos de izquierdas que se pierden en la fragmentación de ideologías y la multiplicidad de colectivos.
Aun así, y aun habiendo monopolizado la protesta del 5 de octubre, los islamistas consiguieron que varios grupos reformistas secundaran la movilización y dieron la palabra a periodistas y presos políticos en el escenario reflejando una imagen de unidad social, mayor que en meses anteriores, pero todavía indefinida. Un hecho significativo fue la ausencia de mujeres entre el público. No es que no las hubiera; es que estaban arrinconadas en dos áreas protegidas de la plaza, veladas y pertenecientes a la organización musulmana. Es decir, que la participación de la mujer en las manifestaciones, como la de otros colectivos sociales, todavía es limitada, y contradice el propio concepto de revolución que solo se hace posible con la inclusión de todas las tipologías ciudadanas.
También están quienes, como Mohamed, quien asistió como observador a la manifestación sin participar en ella, apoya a la monarquía porque es “jordano, jordano”. “Jordano, jordano” es una identidad que solo utilizan los “jordanos, jordanos” para autodenominarse y definirse como ciudadanos que nada tienen que ver con los de origen palestino, es decir, con el 60 por ciento de la población. Desde uno de los balcones que rodea la plaza de la mezquita de Al Husseini, endowntown, aplaudió la entrada de un grupo de contramanifestantes que portaban fotografías del monarca y que fueron retenidos por la policía para evitar altercados. Al resto les despreciaba porque, en el último año, los Hermanos Musulmanes han conseguido el favor de los sectores palestinos y potenciales votantes en unas elecciones. Un voto inconcebible para un “jordano jordano”.
La cuestión de la identidad es una fórmula recurrente entre los sectores privilegiados que la utilizan para asustar a un país con escasos recursos naturales, y sometido a continuas presiones demográficas por su situación estratégica. Actualmente es receptor de miles de refugiados sirios que escapan del conflicto, más de 80.000 según los registros oficiales aunque se estima que podrían superar las 100.000 personas. Una reciente encuesta del Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Jordania revelaba que el 65 por ciento está a favor de que se cierren las fronteras.
Esta aparente falta de solidaridad puede explicarse por las coyunturas migratorias que sufre el país: la llegada masiva de iraquíes, tras la intervención estadounidense en 2003; los inmigrantes egipcios que buscan trabajo en el país; los damnificados libios de la guerra civil que pasean mutilados y sin piernas por Jabal Hussein, afectan a una población susceptible a los mensajes nacionalistas en nombre del bienestar social.
Poder
Dos movimientos políticos han enmarcado la histórica movilización. El día anterior, el rey suspendió el Parlamento y convocó elecciones anticipadas. La suspensión de la Cámara obliga a cambiar el Gobierno, según la reciente reforma constitucional. Esta semana se ha proclamado un nuevo Ejecutivo liderado por Abdalá Ensur, quien fue uno de los opositores a la nueva ley electoral aprobada en julio, dentro del paquete de reformas presentado para evitar la Primavera Árabe en el país. La ley electoral es la mayor reivindicación de los grupos opositores y principal motivo de la convocatoria de la manifestación del viernes. El Frente de Acción Islámica y los nuevos partidos emergentes están convencidos de que está diseñada para impedir su representación en favor de los sectores independientes y miembros de tribus cercanos al rey.
Todo en uno: La confluencia de todos estos factores mueve a los jordanos a posiciones para evitar, “de lo malo, lo peor”. Parte de los grupos reformistas no apoyan las manifestaciones para eludir posicionarse al lado de los islamistas; los “jordanos, jordanos” pro-reformistas no apoyan a los islamistas porque tienen el favor de los palestinos. Pero dos sentimientos humanos generan la resistencia que sigue tensando la cuerda: a un extremo el miedo de una población tradicionalmente pacífica y alérgica al conflicto que ve de cerca en los países vecinos; al otro la creciente pobreza generada por el alto desempleo juvenil, y un sueldo mínimo de 190 dinares (207 euros) al mes en un país de precios europeos. .. hasta que la cuerda se rompa.


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