En la búsqueda por querer entender la ciudad se hace necesario señalar que la misma más allá de representar la tradición modernista que tiende al capitalismo, la misma empieza a tener manifestaciones también en ámbitos no ligadas a esto. De ahí que la Polis, en el presente trabajo, debe ser tomada en un sentido esencial: una colectiva humana que tiende a autogobernarse y autoinstituirse. Incluso, esa asunción universal de la significación de la urbe contemporánea empieza a expresarse también en sentidos distintos al reflejar una actitud decidida para enfrentar hasta la muerte, la idea misma de Ciudad.
Haciéndose necesario tener una visión de la ciudad como la construcción inconsciente del espacio de la existencia humana, nos comenzamos a percatar de que el mundo se nos acababa, en gran medida por la manera irracional como nos hemos relacionado con el mismo durante los casi cuatro millones de años que llevamos sobre la tierra. Sin embargo, estamos configurando una nueva forma de existencia individual y colectiva para la cual no estamos preparados. Aún estamos lejos de entenderla, pues seguimos mirándola con los ojos del pasado, mientras la humanidad deambula dispersamente por la superficie del Globo. La capitalización de la cuidad - despersonalizándola del hecho de ser una creación humana, enajenándola- ha hecho que le hayamos quitado su concepción de territorio, su identidad.
En palabras de Viviesca, es necesario revolucionarlas para iniciar la aventura compleja de asumir de manera consciente, es decir, problematizando esa manera diferente de construir los pensamientos que constituye la pregunta esencial del mundo actual y para el futuro y que hace que la academia sea interrogada, para que a través de la investigación, del análisis, de la interpretación y de la preparación, de la experimentación, se comience a dotar ese nuevo mundo urbano con elementos adecuados y coherentes que le permitan ser a la humanidad en el mundo en urbanización.
Para alcanzar esta método científico humanitario de la ciudad contemporáneo, debemos comenzar por entender que en la misma la humanidad accede a la conciencia de su responsabilidad esencial en la misma medida en que se reconoce como constructora autónoma de su nicho existencial. Momento en el cual la humanidad se aboque, ahora desde el plano del conocimiento, del análisis, del examen, de la controversia y del intercambio, de manera consciente y decidida, a tomar su propio destino en sus manos.
Todo esto no es producto de una pulsión, sino de la cotidianidad de las urbes de este tercer milenio occidental – y quinto de los Chinos- que ha servido para que sin distingo de todos los humanos nos percatemos de que el otro siempre piensa distinto pero que, fundamentalmente , como nosotros: piensa; y de que para crear el mundo en el cual podamos vivir juntos sin eliminarnos tendremos que acercarnos a esas formas de pensar y ofrecer las nuestras para que, igualmente, sean puestas en cuestionamiento por ellos. Lo cual no debe ser planteado en el plano de la abstracción, ni en el contexto del mero deseo; se tratan de hechos constatables y de procesos ya desatados y al parecer irreversibles aunque su presencia sea, todavía, muy incipiente.
Lo anterior nos muestra como los hombres y las mujeres re-instituidos en las ciudades contemporáneas, muestran que hay por lo menos dos cosas que se le escapan al gran pensador del “Proyecto de los Pasajes”, Walter Benjamín, quien al interpretar como “montones de ruinas que crecen ante el Ángel hasta el cielo”, no son más que el producto genuino y exclusivo de las capacidades creadoras de los seres humanos, el ámbito de despliegue de nuestra imaginación y, por ello, la base de las perspectivas emancipadoras de la dominación heredada, la religiosa.
Asimismo, en su imagen que a diferencia del Ángel – quien tiene su cuerpo vuelto hacia el pasado y, por tanto, va de espaldas al futuro- los hombres y las mujeres si pueden enfrentar su futuro y lo pueden preveer, inventando, analizando, criticando y eventualmente moverse en todas las direcciones posibles. En definitivas ignora que estamos en capacidad de pensar autónomamente, y de que sobre todo caos existente, entra un principio de cosmos, de orden, y que en las articulaciones y polarizaciones de los “contrarios” nos movemos, esto es, vivimos.
Un ejemplo de esto lo ofrece la ciudad de Bogotá, en Colombia, urbe asediada por la violencia y el desespero de un país fuertemente marcado por las diferencias de clases, entre una oligarquía históricamente constituida y un pueblo en permanente desplazamiento en su búsqueda por sobrevivir. En su proceso de revisión de su estructuración, sus investigadores se dieron cuenta de cómo se había construido la ciudad sin ciudadanía. De esta manera, el reconocimiento legal de la corresponsabilidad, le permitió a la institucionalidad dar paso a la ciudadanía en el ordenamiento territorial y materialización como obligación ciudadana a la participación en los procesos de planeación del desarrollo. Situación que permitió el crecimiento de la capacidad de convocatoria de la Ciudad, de la comprensión de que son los hombres y las mujeres, los que tienen que construir sus entornos.
Un caso impactante de esta interiorización, la manifestaron los habitantes de Armenia, cuidad que pocos años después del sismo de 1999, es la comprobación de que la ciudad se ha vuelto a levantar sobre sus escombros y ha echado a andar. Los armenios han tornado a la senda de construir el espacio para su sociedad y, con ello, han trastocado la tragedia en una esperanza. Esto hace de Armenia una referencia irrenunciable en la formulación de cualquier proyecto de país y de sociedad donde lo que se debe emprender es la construcción de la solidaridad, (fuente de integración social) como un componente fundamental de la conformación del mundo futuro y la única alternativa para proteger a la comunicación política de quedar en el aparato estatal o de ser asimilada por las estructuras del mercado.
Estas revelaciones ponen en evidencia lo limitado de la crítica simplista frente a la potencia ciudadana, ya que en las ciudades contemporáneas además de confluir multiplicidades de formas de vida, vayan haciendo posible la realización de los verdaderos potenciales del ser humano, al ser calles de las más grandes capitales de todos los continentes las más extraordinarias cajas de resonancias de la posibilidad que tenemos como seres humanos de poder convivir.
Condición que nos pone frente a la exigencia del pensamiento de la era ciudadana, que nos obliga a pensar la ciudad, no solo para conocer su historia y lograr desentrañar cualquiera de sus componentes y sus lógicas internas, sino para dilucidar toda posibilidad de su desarrollo futuro.
Era ciudadana, por tanto, compleja y conflictiva pero humanizante en tanto potenciadora de la demanda de conversación, de discusión, de argumentación, en últimas, de pensamiento. Estrategia a partir de la cual podremos encontrar y definir las maneras como vamos a vivir juntos sin eliminarnos unos a los otros. Pretensión que no deja de ser necesaria para re-establecer las relaciones entre nosotros, y de nosotros con la naturaleza, de tal manera que nos permitan garantizar, o al menos, alargar la permanencia de la humanidad como especie sobre la faz de la tierra, que, en última instancia, es lo que está en juego con este proceso de depredación capitalista en el que hemos envuelto nuestros valores y acciones.
Finalmente, podemos decir que las anteriores premisas solo son alcanzables en la misma medida en que hagamos el esfuerzo de rescatar el urbanismo, la arquitectura y todas las ciencias de lo espacial y sociales implicadas en el proceso de reconstrucción de la territorialidad de la crisis de la Modernidad donde han querido ser enterradas. Consideración que amerita indiscutiblemente de la planeación participativa y del conocimiento ciudadano para la restitución política. Siendo así, la Ciudad no puede ser otra cosa que el resultado de la manera como a su interior se van dirimiendo los enfrentamientos de la infinidad de intereses, colectivos e individuales, en los cuales toman cuerpo las más tangibles consideraciones de nuestro para sí, de nuestros yo, permitiéndose ser un ello.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- VIVIESCAS M. Fernando (1996): “La complejidad de la ciudad: No es el ángel, son los hombres y mujeres”. En giraldo, F. y F. Viviescas (compiladores) Pensar la Ciudad. Editores Tercer Mundo, S.A. Bogotá. Colombia.
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