viernes, 24 de diciembre de 2010

La invisibilidad de la pobreza y sus desgracias

Roraima Quiñonez



Hoy en el planeta se sabe que tenemos ya todas las posibilidades de cobertura de las deficiencias de los humanos en todos los órdenes productivos y sociales. De allí la conmoción de los niveles de comprensión al confrontarnos con los seres humanos y sus condiciones míseras.
En Venezuela, las lluvias develaron ese velo y nos confrontaron ante nuestros ojos ese mundo de miseria de los barrios. Si bien es cierto que ahora tienen las misiones y que es menor su impacto,  han sido sin embargo más de cuarenta años de deuda social desde el siglo XX a éste que comienza, con novedades que no son tan noveles, como las deudas financieras de los países tercermundistas, que se habían convertido de externas en eternas. Se ha dicho que ante la eternidad es imposible luchar. Afortunadamente, este comienzo de milenio ha sido tan convulsionado que permite, como las masas del mayo francés del 69, plantear en coro:  “El cielo es el límite”.    
La imaginación ahora nos debe llevar a las nuevas conceptualizaciones del cambio social, donde el concepto de los liderazgos se entiende cada vez más: deben ser colectivos. Es cierto que no podemos negar las vanguardias, pero es indudable que su papel ahora las configura como facilitadoras, articuladoras, en respeto, con posturas de aprendizaje de todos, al dejar nuestros egos con sus arrogancias, especializadas en las más altas cumbres del saber científico y ahora político para tocar tierra, en armonía con los otros, ante los cuales nos diferencian unos diplomas, en las mayorías de los casos con nuestras vestimentas y automóviles, que a leguas nos identifican como expertos. Pero ¿será verdad que sabemos de pobreza cuando, tenemos como mínimo, más de treinta años que no sabemos de ella?. Y es bueno tener esas décadas que nos han separado de ella, permitiéndonos a muchos estudiar en los centros intelectuales del mundo.  Formamos en el país una franja de capas medias e inclusive, entre ellas, franjas altas que han demostrado como tendencia estar a favor del pasado bipartidista. Con una fuerte vocería política, con un discurso de derecha que ha empujado una proporción de votantes que empató la votación de la izquierda en este pasado 26S.  Ahora, ¿qué podemos hacer los que siempre hemos estado comprometidos con los procesos revolucionarios del mundo, desde hace medio siglo en promedio, cuando nuestra adolescencia y época estudiantil liceísta estuvo impregnada de la derrota de la guerrilla venezolana, en paralelo con la confrontación ante el poder soviético y su burocracia, identificada con horrores ocasionados por ella en muchos pueblos de esa orbe comunista?  
En el hoy, sabemos mucho del comportamiento vil de esos grupos denominados burós, cogollos, y desde la Europa Oriental, la perversidad de la denominada nomenklatura. Lo que aprendimos al respecto, nos dice ante la pobreza y las desgracias inherentes a ella, que estas estructuras de arriba para abajo no funcionan. Como se ha repetido mucho, esta crisis dejada por las torrenciales lluvias pudiera ser una oportunidad de un aprendizaje singular de esos seres humanos que desde siempre han sido pobres. No como objetos de estudio, a quienes a lo sumo les aplicaremos la metodología de historia de vida. Es necesario que rompamos los manuales con la humildad que nos debe dar la ignorancia sobre ellos y su cotidianidad. Y con el debido respeto al camarada presidente Chávez, especialmente por su esfuerzo al tratar de comprender y ayudar. La comprensión vendrá con trabajar cada día, cara a cara con grupos, de acuerdo a sus intereses. En vivienda, en salud, en educación, en trabajo productivo. Tarea gigante, pero trascendente en el hoy y el futuro del proceso venezolano. Es la oportunidad de elaborar un acta de nacimiento de planes y proyectos de construcción comunitaria. La experiencia de los refugios que se organizaron con el deslave de Vargas en 1999, no fue más allá que una actividad asistencialista, ya que los pocos civiles que se incorporaron fueron disminuidos por una visión militarista, sin mayor proyección. Aunque eso pasó hace once años, es fundamental abrir un compás donde los sectores académicos y estudiantiles de los que estudian en los liceos y universidades del país, podamos participar bajo unas grandes líneas estratégicas de trabajo, para aprender a estructurar planes de reflexión en el empuje de las acciones con esos compatriotas, en una gran tarea de aprendizaje humanista. Insistimos en la voluntad de participar, con estos damnificados, excluidos desde siempre, pero por ello no menos capaces.  Y con saberes: todas las naciones del mundo son movidas por seres humanos como ellos, no por las capas medias. Son ellos quienes hacen el transporte, la comida; cultivan, en fin, la inmensidad de actividades que hacen que un día en un una gran urbe como Caracas, dependa de millones como ellos. Se viene a la memoria una idea que escuché al Arq. Fruto Vivas, cuya experiencia en la construcción es inconmensurable “La gente no necesita que les hagas casas, facilítales que trabajen y ellos las harán y las tomarán”, de manera que es fundamental entender que el énfasis organizacional es proveer de oficios a los jóvenes. Los adolescentes que están allí no deberían salir sin un oficio que les permita sustentar sus vidas. Y seguramente, allí mismo hay cientos de maestros que saben de construcción en sus diversas áreas: plomería, albañilería, electricidad, entre miles de tareas que han realizado, inclusive por generaciones. Desde aprender a cocinar comidas saludables, hasta leer y echar cuentos. Alguna vez escuché decir al presidente Chávez, decir: “Hagamos de la patria una escuela”. Y, parafraseándolo, decimos: hagamos de los refugios miles de escuelas…… Y con el optimismo de la voluntad: VENCEREMOS.  
Prof. Roraima Quiñonez, diciembre 2010

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