MARIADELA LINARES.
La verdad es que en esa confusa percepción que el venezolano tiene de sí mismo, hay algo que no valoramos suficientemente y es la capacidad de aguante que tenemos
La verdad es que en esa confusa percepción que el venezolano tiene de sí mismo, hay algo que no valoramos suficientemente y es la capacidad de aguante que tenemos. Estudios internacionales suelen señalar que los ciudadanos de este país presumen de felicidad, pero si se hurga un poquito encontramos esa autoestima un poco rasguñada por el prejuicio de que somos flojos, por ejemplo. Sin embargo, aunque solemos hablar en voz alta para expresar nuestros disgustos, pocas veces pasamos de la ferocidad verbal a la acción concreta agresiva.
Esa disposición para la paz, suerte de estoicismo poco comprendido, explica cómo fue posible que sobreviviéramos a los dos meses de inclemente paro sin que se produjeran hechos de violencia distintos a los provocados por la larga estadía de la gente en la plaza Altamira, y el consiguiente encrespamiento de los ánimos. Sin embargo, la población hizo sus largas horas de cola para comprar gasolina y comida; para seguir trabajando a pesar de la furia de los parados. La enorme pérdida económica sufrida por el país fue ampliamente compensada por la firmeza de una población que no cedió nunca al chantaje del hambre.
Los últimos meses que lleva este año corriendo nos han sometido a una prueba similar: no decretado, hay un proceso en marcha destinado a alebrestar los ánimos y ver hasta dónde llega el aguante de la gente. Provocación tras provocación, las únicas respuestas que se escuchan son reclamos en voz alta. De resto, no pasa nada.
Unos motorizados molestos, con razón, por la inseguridad, decidieron, sin razón, cerrar la vía hacia Oriente con la consecuencia del puente caído por sobrepeso en su estructura, que todos conocemos. El derecho a la protesta se pierde cuando vulneramos el de otro a su libre tránsito, cosa que sucede a cada rato en cualquier avenida de Caracas. Veinte personas que necesitan vivienda son capaces de amargarle el día a 4 millones de habitantes que pasan demasiadas horas en una cola. Y así, en el supermercado, en las aceras invadidas de motorizados, en los titulares de los periódicos que manipulan, en una inseguridad que no da tregua, la paciencia se pone a prueba constantemente. Ojalá no la perdamos nunca.
Mlinar2004@yahoo.es
Esa disposición para la paz, suerte de estoicismo poco comprendido, explica cómo fue posible que sobreviviéramos a los dos meses de inclemente paro sin que se produjeran hechos de violencia distintos a los provocados por la larga estadía de la gente en la plaza Altamira, y el consiguiente encrespamiento de los ánimos. Sin embargo, la población hizo sus largas horas de cola para comprar gasolina y comida; para seguir trabajando a pesar de la furia de los parados. La enorme pérdida económica sufrida por el país fue ampliamente compensada por la firmeza de una población que no cedió nunca al chantaje del hambre.
Los últimos meses que lleva este año corriendo nos han sometido a una prueba similar: no decretado, hay un proceso en marcha destinado a alebrestar los ánimos y ver hasta dónde llega el aguante de la gente. Provocación tras provocación, las únicas respuestas que se escuchan son reclamos en voz alta. De resto, no pasa nada.
Unos motorizados molestos, con razón, por la inseguridad, decidieron, sin razón, cerrar la vía hacia Oriente con la consecuencia del puente caído por sobrepeso en su estructura, que todos conocemos. El derecho a la protesta se pierde cuando vulneramos el de otro a su libre tránsito, cosa que sucede a cada rato en cualquier avenida de Caracas. Veinte personas que necesitan vivienda son capaces de amargarle el día a 4 millones de habitantes que pasan demasiadas horas en una cola. Y así, en el supermercado, en las aceras invadidas de motorizados, en los titulares de los periódicos que manipulan, en una inseguridad que no da tregua, la paciencia se pone a prueba constantemente. Ojalá no la perdamos nunca.
Mlinar2004@yahoo.es
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