Carola Chávez.
Una manera de parecer buena gente es guardar las formas, aunque el fondo sea un basurero. Como los gatos que tapan sus gracias cubriéndolas con una levísima capa de arena, algunos, digamos que muchos, hacen lo propio frente a la injusticia maquillándola con eufemismos políticamente correctos. Como si cambiando la forma de decir las cosas se arreglara todo.
Es así como ahora la señora de servicio se llama gerente de hogar y es como un miembro más de la familia, pero eso sí, con el mismo sueldo al margen de la ley del trabajo, con la misma tarea de recoger las medias y los calzones regados con desconsideración por el suelo, “porque para eso se le paga”; con sus almuerzos confinados a la soledad de la cocina, en vajillita plástica aparte, distinta a la que lava después de que come la familia, “porque uno no sabe qué enfermedades trae de su barrio”; vetada de la vida de las personas cuya casa gerencia, sirviendo pasapalos en piñatas a las que sus hijos no son invitados “porque le pegan malas mañas a los míos”. Mi cachif… -perdón- la gerente de mi hogar…
Moda políticamente correcta para quedar bien, probablemente importada de Miami, donde los camilleros de los hospitales se llaman transportólogos; los que recogen los carritos de compra en los estacionamientos de las tiendas se llaman parking engineers; los conserjes, ingenieros de mantenimiento; muchos de ellos indocumentados, subpagados, oprimidos pero con un trabajo de nombre importante, para que crean mientras sudan la explotación.
Es tragicómico porque la mayoría de estos eufemistas son víctimas de la misma técnica de la caja del arena del gato que aplican. Empleados en grandes empresas cuyo el dueño, desde un video, les asegura que son parte de una gran familia, los parientes más cercanos, los gerentes.
A diferencia de la gerente de hogar, que no despega los pies de la realidad que pisa, ellos gustosos se tragan el cuento, porque es la razón de sus vidas. Esclavos con grilletes de deudas chapotean en un charquito de ingenuidad y arrogancia, empeñados en ignorar que son vetados del mundo del dueño, que, como la gerente de hogar, también son gerentes, sí, con su vajillita plástica, su mesa aparte y su muralla anti malas mañas… el mismo desprecio, la misma mentira.
Es así como ahora la señora de servicio se llama gerente de hogar y es como un miembro más de la familia, pero eso sí, con el mismo sueldo al margen de la ley del trabajo, con la misma tarea de recoger las medias y los calzones regados con desconsideración por el suelo, “porque para eso se le paga”; con sus almuerzos confinados a la soledad de la cocina, en vajillita plástica aparte, distinta a la que lava después de que come la familia, “porque uno no sabe qué enfermedades trae de su barrio”; vetada de la vida de las personas cuya casa gerencia, sirviendo pasapalos en piñatas a las que sus hijos no son invitados “porque le pegan malas mañas a los míos”. Mi cachif… -perdón- la gerente de mi hogar…
Moda políticamente correcta para quedar bien, probablemente importada de Miami, donde los camilleros de los hospitales se llaman transportólogos; los que recogen los carritos de compra en los estacionamientos de las tiendas se llaman parking engineers; los conserjes, ingenieros de mantenimiento; muchos de ellos indocumentados, subpagados, oprimidos pero con un trabajo de nombre importante, para que crean mientras sudan la explotación.
Es tragicómico porque la mayoría de estos eufemistas son víctimas de la misma técnica de la caja del arena del gato que aplican. Empleados en grandes empresas cuyo el dueño, desde un video, les asegura que son parte de una gran familia, los parientes más cercanos, los gerentes.
A diferencia de la gerente de hogar, que no despega los pies de la realidad que pisa, ellos gustosos se tragan el cuento, porque es la razón de sus vidas. Esclavos con grilletes de deudas chapotean en un charquito de ingenuidad y arrogancia, empeñados en ignorar que son vetados del mundo del dueño, que, como la gerente de hogar, también son gerentes, sí, con su vajillita plástica, su mesa aparte y su muralla anti malas mañas… el mismo desprecio, la misma mentira.
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