Mariadela Linares
Si no fuera por lo peligroso del asunto, por el trasfondo trágico, por el precedente que sienta que nuevamente Estados Unidos pase por alto la soberanía de otro país, y lo asalte sin pedir siquiera excusas; por la amenaza que representa en lo adelante la afirmación de Obama de que ellos pueden hacer lo que les dé la gana para garantizar "la seguridad" de sus ciudadanos, terminaría uno riéndose de la fanfarronada que montaron con la supuesta muerte de Osama Bin Laden.
Lo primero que uno se pregunta es si Bin Laden existió realmente, o es el producto de un guión concebido paralelamente a la macabra planificación de la implosión de las torres del Word Trade Center, tesis que cobra cada día mayor sentido.
Lo otro que uno inquiere es si Al Qaeda realmente es ese poderoso aparato político-militar, al que se le quieren atribuir todos los males que sufre Occidente.
Se hace más sospechoso el asunto de la muerte de un muerto que nadie ha visto, y que para colmo presuntamente tiraron al mar, porque justamente ocurre cuando nos habíamos enterado horrorizados sobre la muerte del menor de los hijos de Kadafi y de tres de sus nietos, en un atentado bárbaro que puso en evidencia las criminales intenciones de la Otan y el descarado propósito de liquidar al líder libio con su familia incluida.
Como quiera que a muchos no les gustó el asunto, la noticia salió rápidamente de las primeras planas, y fue sustituida por el show Obama-Osama.
El cinismo sin parangón de los gringos tuvo su momento cúspide cuando anunciaron que no mostrarían las fotos del presunto muerto, para no herir susceptibilidades.
Todavía nos acordamos de las imágenes de Sadam Hussein con la lengua colgando después de haber sido ahorcado, como también la de los cadáveres de sus hijos muertos.
Las susceptibilidades de quienes son capaces de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, se exaltan cuando ven los destrozos que los bombardeos han ocasionado en Libia, en Irak o en Afganistán.
Los medios nos han enseñado imágenes de niños ametrallados y mutilados en el Líbano, en la Franja de Gaza o en cualquiera de esos lugares donde el poderío norteamericano-sionista se ha hecho sentir.
De manera que esta delicadeza de ahora, de no querer lastimar sentimientos ajenos, suena bastante pueril como excusa.
Está de anteojito, de acuerdo a las declaraciones del contradictorio Obama y sus portavoces, que de ahora en adelante, cada vez que se les antoje invadir un país, por el petróleo o por el agua, seguro le sembrarán Bin Ladens y acciones terroristas, para justificar luego la actuación de sus acólitos, prestos a luchar por la "libertad".
El domingo nos dijeron que el mundo podía ahora dormir tranquilo, porque había muerto uno de sus grandes enemigos, para advertir más adelante que había que prepararse para seguras represalias. Como decía Joselo, o se es molusco o se es marisco.
El término terrorismo, el más manido de las últimas décadas, ha convertido lo blanco en negro y viceversa. Quienes dicen luchar contra él son las fuerzas más crueles y sanguinarias, que torturan, asesinan, violan soberanías y estados de derecho.
Y todo el que se opone al orden establecido por los amos del mundo, se convierte automáticamente en una amenaza. Mirémonos en ese espejo y recordemos que ocho bases militares nos vigilan desde al lado.
Lo primero que uno se pregunta es si Bin Laden existió realmente, o es el producto de un guión concebido paralelamente a la macabra planificación de la implosión de las torres del Word Trade Center, tesis que cobra cada día mayor sentido.
Lo otro que uno inquiere es si Al Qaeda realmente es ese poderoso aparato político-militar, al que se le quieren atribuir todos los males que sufre Occidente.
Se hace más sospechoso el asunto de la muerte de un muerto que nadie ha visto, y que para colmo presuntamente tiraron al mar, porque justamente ocurre cuando nos habíamos enterado horrorizados sobre la muerte del menor de los hijos de Kadafi y de tres de sus nietos, en un atentado bárbaro que puso en evidencia las criminales intenciones de la Otan y el descarado propósito de liquidar al líder libio con su familia incluida.
Como quiera que a muchos no les gustó el asunto, la noticia salió rápidamente de las primeras planas, y fue sustituida por el show Obama-Osama.
El cinismo sin parangón de los gringos tuvo su momento cúspide cuando anunciaron que no mostrarían las fotos del presunto muerto, para no herir susceptibilidades.
Todavía nos acordamos de las imágenes de Sadam Hussein con la lengua colgando después de haber sido ahorcado, como también la de los cadáveres de sus hijos muertos.
Las susceptibilidades de quienes son capaces de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, se exaltan cuando ven los destrozos que los bombardeos han ocasionado en Libia, en Irak o en Afganistán.
Los medios nos han enseñado imágenes de niños ametrallados y mutilados en el Líbano, en la Franja de Gaza o en cualquiera de esos lugares donde el poderío norteamericano-sionista se ha hecho sentir.
De manera que esta delicadeza de ahora, de no querer lastimar sentimientos ajenos, suena bastante pueril como excusa.
Está de anteojito, de acuerdo a las declaraciones del contradictorio Obama y sus portavoces, que de ahora en adelante, cada vez que se les antoje invadir un país, por el petróleo o por el agua, seguro le sembrarán Bin Ladens y acciones terroristas, para justificar luego la actuación de sus acólitos, prestos a luchar por la "libertad".
El domingo nos dijeron que el mundo podía ahora dormir tranquilo, porque había muerto uno de sus grandes enemigos, para advertir más adelante que había que prepararse para seguras represalias. Como decía Joselo, o se es molusco o se es marisco.
El término terrorismo, el más manido de las últimas décadas, ha convertido lo blanco en negro y viceversa. Quienes dicen luchar contra él son las fuerzas más crueles y sanguinarias, que torturan, asesinan, violan soberanías y estados de derecho.
Y todo el que se opone al orden establecido por los amos del mundo, se convierte automáticamente en una amenaza. Mirémonos en ese espejo y recordemos que ocho bases militares nos vigilan desde al lado.
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