Por: César Hildebrandt Las elecciones del domingo 10 han voceado algo. El problema es que hay sectores del país, educados en el conservadurismo blindado, que hace tiempo que no oyen. Por eso es que un vasto homicida como Abimael Guzmán tuvo un día la maldita ocurrencia de hablar con dinamita. El trinitrotolueno sí que se hace escuchar. Tuvimos que cruzar varios ríos de sangre para salir del atolladero. Entonces, cuando Guzmán estuvo preso y sus huestes de hechura camboyana derrotadas, la derecha volvió a pensar que el Perú era su chacra. Y con la ayuda de un populista que nada de liberal tenía - me refiero a Alberto Fujimori-arrinconó a los sindicatos, vendió a precios de liquidación las empresas del Estado y profirió una Constitución que privilegia la inversión foránea frente a la industria y agricultura nacionales. Todo iba bien porque Toledo se pasó sus cinco años llevando cemento al hombro para construir el segundo piso del fujimorismo (fueron sus palabras) y luego García tomó la posta y se situó a la derecha de Gengis Khan. Claro, hubo un pequeño inconveniente: en el intermedio hubo un gran susto: un ex militar con mala facha y promesas de cambio había ganado la primera vuelta y había perdido con las justas la segunda. Allí estuvo el primer ulular de los bomberos. Pero la derecha no lo escuchó. Y aplaudió a García no sólo en lo bueno que hizo que algo hizo sino, sobre todo, en lo malo: más corrupción, más asistencialismo en vez de empleos, más sumisión rastrera a todo lo que no fuera peruano, más derechismo que con Odría. Felices estaban en esta Little Lima cuando, de pronto, el cuco se aparece de nuevo. Y vuelve a ganar en la primera vuelta. ¿Sucederá lo mismo que en el 2006? Es decir, ¿podrán cundir otra vez los miedos? ¿Aceptará la gente, intoxicada por la nauseabunda televisión, que la caricatura valga más que el retrato? ¿Se podrá vender bien a K. Fujimori, la dama china del tablero de los Kruger y los Chlimper? La gente pide cambios. No pide apocalipsis. Quiere que haya menos injusticias. No quiere venganzas sociales. Quiere que el Estado arbitre. No quiere una economía sovietizada, Aspira a la esperanza y no al odio. Al cerrar esta columna le pregunté a un humalista hasta dónde están dispuestos a ceder para espantar al miedo. Me dijo sinceramente: “Hasta donde sea necesario pero sin comprometer nuestra política de redistribuir mejor la bonanza”. ¿Y dónde está la frontera de lo necesario? Pues ese es el gran asunto, el candente dilema que el nacionalismo intentará enfrentar con éxito. Por supuesto que no tendrá éxito alguno si permite que algunos de sus voceros metan la pata. Y aquí quiero referirme a Carlos Tapia. Este buen señor tiene problemas de salud relacionados con el sistema circulatorio cerebral. Se está recuperando, pero es un proceso lento. El humalismo cometió una falta grave al permitir, por un olvido casi administrativo, que Tapia conservara la calidad de portavoz partidario, privilegio que le fuera concedido en el 2006, cuando reemplazó a un desbocado Abugattas. El Partido Nacionalista parece eufórico. Algunos congresistas del PPC han llamado, por lo bajo, a expresar que están dispuestos a colaborar. Mil cuatrocientos personeros de Perú Posible estarían dispuestos a trabajar en la supervisión de los recuentos de votos en la segunda vuelta. Se espera para estos días un contacto institucional con Acción Popular. V la reunión con PPK ha legitimado el triunfo de Humala. De allí a firmar la propuesta de un consenso ideado por el candidato binacional hay un trecho, pero me atrevo a decir que hasta a eso están dispuestos a llegar los humalistas. Si Humala tiene que vencer la guerra del miedo y la guerrilla de los rumores malsanos (hay gente en los mercados que anda diciendo que los puestos de verduleras y vendedoras de pescado serán expropiados), Keiko Fujimori tiene que derrotar al pasado que la persigue. Eso tiene las características de lo casi imposible si se tiene en cuenta que para ello, de un modo u otro, la candidatura tendría que renegar de su padre. Y eso sería como renegar de sí misma. El problema de Humala es el futuro. El de la señora Fujimori es el antier. Y ambos tienen adherentes fieles pero también una, multitud de detractores. Según CPI, el 58 por ciento de los encuestadores sostuvo hace poco que jamás votaría por la candidata del Fujimorismo. Y esa cifra es mayor en el caso de Humala: 62 por ciento. El sondeo se hizo antes de la primera vuelta. Pero, claro, la segunda vuelta es un reseteo de fobias y filias y quien dijo jamás en abril podría decir quizás en junio. Manuel Saavedra calcula que el nivel de indecisos ronda en este momento el 25 por ciento. Y calcula que mucha gente puede estar dejándose tentar por aquella especie que circula en la red: votar blanco o viciado. Nada sería peor para el Perú que un triunfo precario de cualquiera de los dos. Una votación esmirriada y un congreso hecho añicos anunciarían una gobernabilidad más que difícil. La polarización a lo Francisco Franco es lo que persigue la derecha. Ni Humala ni sus aliados deberían caer en este juego. Apenas acepten esos términos los diarios que bancan a K. Fujimori dirán: ¿No ven? ¡Allí están los que quieren borrarnos del mapa! El Perú se la juega en junio. Pero ya es hora de decir qué está en juego. Están en juego la posibilidad de un reformismo amansado y maduro que está dispuesto a Firmar un compromiso por la democracia, por un lado, y la posibilidad de arriesgarnos a votar por quienes son los orgullosos herederos de la podre, por el otro. No tengo ninguna duda de que, salvo que K. Fujimori haga un deslinde absolutamente claro, el fujimorismo de hoy es el de ayer con mejores relacionistas públicos. Mucha gente se pregunta con absoluta razón: si Humala se ha desplazado al centro- izquierda, ¿Qué hacen algunos personales venerables, encarnaciones de la izquierda previa a la caída del muro, acompañándolo, hablando en su nombre? No estaría de más que el candidato de Gana Perú pusiera las cosas en su sitio. Esos patriarcas son valiosos y se merecen todos los respetos, pero no son los que van a gobernar. Y no van a gobernar porque el mundo ha cambiado cualitativamente desde que la Unión Soviética se partiera en 17 avos y la China practicara el combo de capitalismo salvaje con partido comunista en el mando. La izquierda nueva respeta pero no ama la momia de Lenin. La izquierda nueva desprecia a Stalin. La izquierda nueva puede afirmar, sin vergüenza, que el maravilloso proyecto de socialismo liberatorio cubano ha terminado en una dictadura dinástica. A lo que no renuncia la izquierda moderna es a restablecer la justicia social y a luchar contra la pobreza no con caridad sino con empleos justos. Porque Humala debería tener cuidado cuando pone en retroceso a su 4x4. No vaya a ser que de tanto complacer a la derecha termine siendo otro prisionero, otro secuestrado, otro mentiroso, nuestro Obama. El punto exacto de las concesiones es el gran problema. Todo lo que desfigure la esencia de la propuesta debería ser descartado. Sí, porque en política, como en todo, hay cosas que no se negocian. |
miércoles, 18 de mayo de 2011
HUMALA SE PASA AL CENTRO.
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Mundo en Revolución
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