Con motivo de conmemorarse veintisiete años y once meses de la muerte de ese gran pensador de la estrategia que fue Michel Foucault, vale la pena repasar uno de sus textos más hermosos y entrañables, su breve Introducción a la vida no fascista, escrito a modo de prefacio para la edición inglesa del Anti-Edipo, de Delezue-Guattari.
En él, Foucault se refería al fascismo como "el gran enemigo, el adversario estratégico… Y no solamente el fascismo histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini – que fue capaz de movilizar y utilizar tan efectivamente el deseo de las masas – sino también el fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota". Identificaba, también, entre los adversarios, a "los ascetas políticos, los militantes tristes… Burócratas de la revolución y funcionarios civiles de La Verdad".
De allí que combatir al fascismo – tal y como lo definía, a grandes rasgos, Foucault – pasaría, entre otras cosas, por no pensar "que uno tiene que estar triste para ser militante, incluso si aquello contra lo que uno está luchando es abominable". Practicar una militancia no fascista implicaría, sobre todo, no olvidar el principio esencial: "No te enamores del poder".
Lo que en otra parte he denominado "oficialismo" – una noción aún esquiva, difusa, y que pertenece, sin duda, al lenguaje de nuestros adversarios – guarda estrecha relación con este "amar al poder" que muchas veces se confunde de manera deliberada con la defensa de la revolución bolivariana. Dicho de otra manera, en nombre de esta "defensa", hay mucho burócrata y funcionario haciendo vulgar apología de la obediencia ciega, de la disciplina mal entendida, del sometimiento, del chantaje, de la soberbia, de la arrogancia. Para mucho burócrata y funcionario, todos los que militamos en la revolución bolivariana debemos entender que el fin justifica los medios: tenemos que asimilar, bofetadas mediante si es preciso, a "desear aquello mismo que nos domina y nos explota", mientras decimos pelear contra la dominación y la explotación.
Es completamente falso que todo funcionario – incluso, que cualquier burócrata – integre las filas del oficialismo. Este simplismo interesado es más bien característico del antichavismo. Eso es lo que desean que pensemos – antichavistas y oficialistas – para que nos decidamos a tirar la toalla. Nos quieren tristes, porque así vencernos es tarea sencilla. Lo cierto es que a lo interno del gobierno se libra una lucha a brazo partido entre revolucionarios y oficialistas: unos, tendiendo puentes, estableciendo alianzas con el pueblo en lucha, trabajando sin descanso; otros, bloqueando todas las salidas, para que la revolución se estanque.
Nuestra tarea, como militantes no fascistas, no es lamentarnos por la fuerza ocasional del oficialismo, refugiarnos en el discurso autocompasivo – tan perfectamente funcional a nuestros adversarios – sino reunir cada vez más fuerzas, establecer alianzas entre revolucionarios, con la frente en alto, alegres, siempre alegres, hasta lograr que nuestros adversarios tengan pesadillas con nosotros.
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