Alberto Müller Rojas
Nuevamente se ha valido la tesis marxista que sostiene el uso del sufragio, como institución creada por la revolución burguesa, para los fines de la revolución. No sólo el referéndum fue un triunfo para el gobierno revolucionario y para el PSUV que lo apoya, sino que fue una ganancia para el desarrollo del Poder Popular.
En esta ocasión, más que ninguna otra anterior, el pueblo ha tomado conciencia de su poder, y el gobierno ha entendido que su poder de acción depende de la voluntad colectiva que expresa ese poder. En esas circunstancias el logro de la estabilidad dinámica del sistema político está condicionada a la participación ciudadana en el diseño de las políticas públicas, y como lo afirma el propio Marx, el pueblo como propietario del país sabe elegir, como lo hacen los empresarios, sus administradores y corregir sus errores en esta materia, cuando estos aparecen.
Obviamente, lo han hecho normalmente por el uso de la violencia política dentro de esquemas revolucionarios, pero es posible realizarlos pacíficamente a través del sufragio, sin perder los procesos su carácter innovador.
En este sentido, el referéndum del pasado 15F, fue un aprendizaje-apréndalo haciéndolo- para el pueblo venezolano y, probablemente para el gobierno y el partido que lo apoya. Este carácter probabilística que le asigno al aprendizaje del aparato de Estado y la organización política que lo sustenta, depende fundamentalmente del funcionamiento de esta última como avanzada de los sectores populares. Y para que esta última sea eficaz, debe fortalecer sus contradicciones internas, entre las cuales la fundamental es la planteada entre la burocracia que administra la gestión del aparato de Estado, y las aspiraciones de poder del pueblo.
Ciertamente, desde los inicios de la gestión del partido, ha habido una tendencia sostenida hacia su burocratización, con el derivado consecuente del clientelismo político. Y esta tendencia concierne siempre "al aparato de estado y no al poder de Estado". En este campo este aparato de Estado, expresado por la burocracia, tiene como fin su persistencia como clase privilegiada, independientemente del poder que la respalda. Este puede estar como ha sido hasta ahora, en los sectores minoritarios de la sociedad que controlan los factores reales del poder, e incluso en potencias foráneas,
De modo que en la medida como este aparato concentra poder de decisión, en esa misma proporción lo pierde el pueblo, y el partido disipa su influencia en la sociedad, depositaria teóricamente de la soberanía.Se cumple así la conocida "ley de Michels", o "ley de hierro de la burocracia", En efecto, en las condiciones previstas por esta regla, esta última secuestra el poder popular, para erigirse como clase dominante con fuertes tendencias hacia el autoritarismo. De modo que si el partido decide ejecutar su rol en el sistema político, debe al menos minimizar la influencia de ese aparato administrativo en la dinámica interna del partido y en la acción que éste realiza hacia la sociedad,
La respuesta a este problema está en la participación popular, que corresponde al carácter incorporador propio de la tesis socialista. De otro modo, le sucederá lo que experimentó el PRI mexicano. Se convertirá en un apéndice de la burocracia, dominada por una élite convertida en oligarquía.
viernes, 6 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario