Javier Antonio Vivas Santana
Cuando un país se tiñe de sangre, qué puede hacerse, si quien ha
manchado sus manos sea de derecha o izquierda, rico o pobre, extranjero o
nacionalista, a la final, el resultado es el mismo porque se ha
convertido en asesino. Cuando un país se tiñe de sangre, qué importa, si
la víctima fue despojada de sus pertenencias, extorsionada,
salvajemente golpeada o torturada, a la final, el resultado es el mismo,
ha sido asesinada.
Cuando un país se tiñe de sangre, para qué sirve hablar de “logros
sociales”, si los “beneficiarios” de esos logros se han quedado sin
padre, madre, hermanos y hasta hijos. Cuando un país se tiñe de sangre,
quién puede atreverse a hablar de “felicidad”, si lo que quedado en el
seno de una familia y los amigos de cualquier asesinado es el llanto, la
frustración, la rabia y el dolor.
Cuando un país de tiñe de sangre, valdrá la pena elaborar “planes y
planes” de seguridad, si las cifras de policías honestos caídos en el
cumplimiento de la ley aumentan año tras año. Cuando un país se tiñe de
sangre, para qué nos puede servir tener la mejor “constitución del
mundo”, si los Derechos Humanos que allí se expresan se convierten en
letra muerta.
Cuando un país se tiñe de sangre, para qué sirve esperar el resultado de
los cuerpos de investigación del Estado, el ministerio público y si
existe un poco de suerte la condena de un tribunal sobre el delincuente,
si nadie podrá devolverle la vida a quien fue ajusticiado. Cuando un
país se tiñe de sangre, cuál puede ser la diferencia, si el “hecho
macabro” ha sido por un balazo o 36 puñaladas, o si ha sido por
“encargo”, venganza o “balas perdidas”, si termina con la vida de un ser
humano.
Cuando un país se tiñe de sangre, cuál argumento podemos entender los
ciudadanos comunes, si un diputado, con razón o sin ella, alega que el
asesinato de otro joven diputado ha sido por razones políticas foráneas,
y pocas horas después, en una balacera cae abatido un compañero de
fotografía de la víctima por cuerpos de seguridad del propio Estado.
Cuando un país se tiñe de sangre, un jefe de un cuerpo policial
“explica” que esa balacera con saldo de varios muertos y heridos en el
centro de la capital del país, se debe a “bandas armadas” responsables
de homicidios, pero que por alguna “coincidencia” no fueron
“desmanteladas” antes del asesinato del líder político del partido de
gobierno.
Cuando un país se tiñe de sangre, el presidente de la Asamblea Nacional
públicamente dice que “no se siente seguro”, pese de contar con
camionetas blindadas, escoltas y cualquier prerrogativa que el Estado le
otorga por su alta jerarquía, ante ello, ¿qué dirá el ciudadano común
quien diariamente se enfrenta con hechos sangrientos por donde transita o
vive?
Cuando un país se tiñe de sangre, bien saben las autoridades que grupos
de delincuentes se han escondido en los mal llamados colectivos,
“Escudos de la Revolución”, “5 de Marzo”, “Tupamaro” o “La Piedrita”,
que hasta el propio presidente fallecido Hugo Chávez, en presencia de
Nicolás Maduro, los acusó de desadaptados, “ultraizquierda” e
infiltrados por la CIA.
Cuando un país se tiñe de sangre grupos criminales, llámese
paramilitares, guerrilla colombiana, “Fuerzas Bolivarianas de
Liberación”, hampa común u “organizada” actúan con impunidad frente a
los ciudadanos en complicidad con el Estado.
Cuando un país se tiñe de sangre, si un Poder Ejecutivo y Judicial son
incapaces de parar la barbarie humana, ese país, tarde o temprano,
quedará teñido de sangre. El Presidente de la República, la Fiscal
General de la República, la Ministra de la Defensa, jefes policiales, y
“magistrados” del Tribunal Supremo de Justicia tienen la palabra. ¿Cuál
color prefieren para ver teñido nuestro país?
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