martes, 28 de octubre de 2014

Quedarse demasiado

Carola Chávez.


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A finales de los 70 ya miles de venezolanos vivían en Miami, ta’ barato dame dos. Aquella ciudad de utilería era La Meca. Ser clase media y no haber ido a Miami era ser en una espacie de bicho raro.
Ir de vacaciones era una cosa, pero quedarse era lo máximo. Desde entonces los venezolanos clase media nos convertimos es expertos en leyes de inmigración gringa: I-20, H-1 o green card, eran parte de nuestro argot. Supimos, además, que si tenías un hijo en Miami, este sería ciudadano americano, que es lo mejor que te puede pasar en la vida, of course, porque él no tendría que pasar por las penurias que uno pasó para poder quedarse en aquel paraíso de cartón y, de paso, a los 18 años te podría “reclamar” para que tuvieras, por fin, tu ansiada “residencia americana”. Parir en Miami, era subir de golpe ese escalón que se impone la clase media con cada generación, aspirando a llegar a la azotea de los verdaderos millonarios.
Luego, en los años 90, la Unión Europea invitó a los hijos sus ciudadanos emigrados, a recuperar su nacionalidad. Españoles, italianos, portugueses respiraron “ese aire de país”.
Los colegios privados y las universidades -públicas y privadas- alentaban, y alientan a los estudiantes a “irse demasiado”. El futuro está afuera: te vas a estudiar, luego tienes un año legal para trabajar y si te contratan, te quedas forever y eres very happy.
Educados en una arrogante no pertenencia, con distancia y categoría, moldeados por el sueño americano, venezolanos hidropónicos, con sus raíces en el aire, buscan plantarse en otras tierras y, una vez allá, añoran los Cocosettes, la Frescolita, las playas, para sentirse un poco de aquí, por no ser fulanos de ninguna parte.
“Se van las mentes más brillantes” -nos dicen- así que el que no se vaya es idiota.
Clasemediamente, me fui en 1995, parí en Miami a una que niña amaba el migote de arepas, que luego se resistió a las bufandas del invierno español, que añoraba tener unos abuelos que casi no conocía. Tenía 5 años cuando vino a su país y en sus ojos iluminados por este sol sabrosón, vimos  que todo lo que necesitábamos estaba aquí.
Regresamos aprendidos y por fin echamos raíces en el suelo fértil que nos habíamos negado. La más acertada decisión de nuestras vidas ha sido esta de ser idiotas y quedarnos demasiado.

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