Gioconda Belli, poetisa, acaba de presentar en su última novela, «El país de las mujeres», un nuevo sistema político y filosófico, el «felicismo», del que nos dice que es un sistema que intenta romper con la discriminación de la mujer, especialmente con las barreras y la culpa a las que históricamente se han visto sometidas cuando se trata de ejercer el poder político.
Y esto es lo que me viene a cuento cuando se observa cómo Finlandia se convirtió a finales de junio en el primer país del mundo en el que, por segunda vez en su historia, la persona jefe de estado electo y su jefe de gobierno son mujeres. Ya lo hicieron por primera vez en 2003. El poder femenino en ese estado es real: la mitad de las carteras ministeriales están ocupadas por mujeres. Y quizás en ello algo tenga que ver el nivel educativo, el más alto del mundo. O que las mujeres constituyen el 48% de la población activa. O quizá que fue el primer país de Europa en implantar el voto femenino, en 1906. O puede estar relacionado con que la igualdad de género y la promoción del liderazgo femenino son uno de los pilares fundamentales de la sociedad política finlandesa.
Finlandia es una clara excepción de un mundo, de una configuración geopolítica dominada por el género masculino, a pesar de que el acceso de las mujeres al poder político ha avanzado a nivel mundial. En 2010, el 18,8% de quienes legislan en el mundo son mujeres, en comparación con el 11,3% de 1995.
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