lunes, 15 de febrero de 2010

Amar y respetar mis senos: Un acto de subversión social.


María del Mar Vázquez Rodríguez

Podrá parecer extraño reflexionar acerca de mis senos, incluso para mi misma, ya que nunca había hecho una composición sobre el tema. Sin embargo, es un ejercicio de autoestima. Los senos son una parte del cuerpo femenino muy atacada por la sociedad patriarcal, misógina y obsesionada con las medidas. Una sociedad de la cual todas somos parte y por lo tanto a todas nos impacta. El ataque y la presión hacia nuestras formas naturales es tan constante, que llegamos al punto de cuestionanos si somos "inadecuadas o no", simplemente si nuestra genética no cumple con las expectativas comerciales de la talla de busto "de temporada". A las mujeres de poco busto, se las intenta convencer desde todos los ángulos posibles de que "deben" vivir acomplejadas y de que su "meta" en la vida debe ser corregir este "problema". Sí, dije "problema" pues a través del excesivo énfasis y culto a las medidas, se nos pretende convencer de que es un "problema", y además un imperdonable "defecto" el tener senos pequeños o naturales. En otras palabas: el ataque llega desde todos los flancos. Terminamos por sentir que vivimos en una eterna batalla "a capa y espada psicológica", combatiendo mensajes despectivos para salvar la amenazada autoestima.

Como muchas otras cosas que nos quiere hacer creer la cultura popular, el asunto de los senos es otro mito más, de tantos que han sido difundidos para limitar la satisfacción interior y el disfrute sexual de las mujeres. Actualmente es casi un llamado a la rebelión política, afirmar que se puede ser feliz y plena teniendo cualquier talla de busto. Se necesita, claro, una buena dosis de auto-respeto y estima propia para mantenerse en esta posición. Sabemos que el comercio que se lucra de la obsesión por la imágen, hará todo lo que esté a su alcance para devolvernos al redil de la obsesión por las tallas. La visión mercantilizada del cuerpo femenino, conspira para dar la impresión que que el mundo de una mujer gira en torno a la talla de sus senos y que algo "anda mal" en nosotras si nos aceptamos tal y como somos.

Mis senos son naturales, de tamaño discreto y a mis ojos son hermosos. ¿Por qué no? Ellos son parte de mi cuerpo y como tal, los quiero y los respeto. Me agradan tal cual son. A veces protestan y me recuerdan que debo tratarlos con delicadeza, ya que se inflaman, duelen, crecen... pero también disfrutan caricias y sensaciones.

Desde hace un tiempo, hago de vez en cuando un ejercicio: Contemplo mis pechos desnudos y los acaricio, reconociéndoles en mi pensamiento el respeto que merecen. Los examino pero también los disfruto. Me recuerdo a mi misma que son como son, porque la naturaleza es sabia y están en perfecta armonía con mi cuerpo, y que gracias a ello ando por la vida con comodidad.

Todo este ejercicio puede sonar tonto, pero para la experiencia cultural de las mujeres no lo es. Por el contrario, resulta fortalecedor enviarnos mensajes de autoaceptación, en un entorno donde la publicidad y las actitudes generalizadas dan a entender que quienes nos rodean, nos valoran por nuestro físico o por una expectativa idealizada de nosotras, más que por las personas reales que somos. La imposición de modelos a seguir estereotipados, sumado a la la cruda y vulgar segmentación del cuerpo femenino construido por la publicidad, tiene su efecto real en el autoconcepto de las mujeres y por consecuencia en su autoestima. Basta con echarle un vistazo al incremento de lucro económico en las clínicas de implantes de senos, para tener una idea de cuán profundo ha calado en el imaginario femenino la presión por ajustarse al modelo establecido.

Ante semejante bombardeo, por increíble que parezca, pero a menudo el simple hecho de aceptar y respetar tu cuerpo, puede convertirse en toda una hazaña y un acto de subversión social, política y cultural. Resulta alarmante que la sociedad de consumo haya distorsionado tanto la imágen de las mujeres, que ha repercutido hasta orillar a demasiadas, a pensar que su valor humano depende de sus medidas. Es un concepto vacío y totalmente reduccionista, pero que lamentablemente, a través de la repetición de modelos, ha tenido efectos devastadores en el sentido de valía propia de un gran sector de la población femenina a nivel global.

La experiencia social es única y compartida a un mismo tiempo por todas nosotras. Es única, puesto que las circunstancias, sentimientos y percepciones son distintas y subjetivas, pero a la vez es compartida puesto que todas somos evaluadas por requisitos impuestos arbitrariamente por "jueces" externos y ajenos a nuestra realidad. Esos "jueces" que nadie puede señalar como individuos, pero que a la vez son omnipresentes en nuestras relaciones cotidianas. Todas sentimos los efectos de su mirada inquisitiva, pero pocas veces nos percatamos del efecto que tienen en nosotras, pues el refuerzo continuo de imágenes, actitudes y conceptos sobre nuestros cuerpos, hace que no sea tan sencillo identificar las agresiones. Sin embargo, a nivel inconsciente, notamos que algo se va lacerando... De repente nos sentimos "estresadas", "deprimidas","agotadas". Reconocemos los síntomas, pero no sabemos identificar la fuente de la "enfermedad". Esa "enfermedad" que nos ataca a todas y que se llama: sociedad patriarcal.

Ante semejante panorama, las mujeres y toda persona que se sienta menospreciada por valores ajenos a su naturaleza, debemos desarrollar estrategias que nos permitan conservar íntegro nuestro sentido de autorespeto. Para ello, debemos estar dispuestas a recordarnos que nuestros cuerpos son merecedores de afecto, independientemente de su talla, forma, peso o cualquier otra característica que el patriarcado y el comercio nos quieran imponer como "única y deseable". Reclamemos el derecho a conservar nuestra identidad: Ama tu cuerpo, ama tus medidas, cualesquiera que éstas sean. No permitas que otr@s dicten lo que tú debes considerar como bello. Recuerda que a menudo, es saludable diferir.


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