Marisol Rodríguez
Cuando se avanza en un proceso revolucionario, uno de los sectores que más se resiente es la cultura. En este ámbito tenemos que el lenguaje, los apelativos, las nomenclaturas, los modismos y la música, son algunas de las más útiles herramientas del sistema para conspirar contra el cambio. Es allí donde se concentra la más fuerte resistencia. Pues se trata de un sistema de códigos que llega sin permiso a todos los sectores de la población, y con su inocua apariencia se posesiona en el inconsciente colectivo.
La revolución, sobre todo si es de izquierda como la venezolana, estimula la inclusión, la igualdad y la equidad. Así vemos cómo los constituyentes valoraron estos criterios y quedaron plasmados en la Constitución Bolivariana.
Siendo así, no entendemos cómo se siguen manejando en el lenguaje cotidiano, formal e informal, apelativos tan excluyentes, contradictorios, convencionales y poco revolucionarios como el de “Primera Dama”.
O es que las demás mujeres que no tienen un esposo con un “importante” cargo público, pertenecen a una clase inferior?, esto hace antipática esta denominación que implica que si existe una “Primera Dama” entonces existen segundas y terceras damas.
Paradójicamente, nadie sabe cómo ha de ser llamado el esposo de una presidenta, gobernadora o alcaldesa. Esto quizá porque la asunción femeninas a estos cargos es muy reciente en el ámbito político; independientemente de ello, el esposo de una presidenta no es un “primer caballero, varón u hombre”.
Constitucionalmente, el cargo o función de la “Primera Dama” no existe, sin embargo muchas se han dedicado a apoyar a su marido en obras sociales y el trabajo que realizan ha permitido que algunas despunten en la sociedad, mientras que otras sobresalen por otras cualidades menos amables y llegan a representar una pesadilla para el común de los ciudadanos.
rodmary66@gmail.com
El problema de otorgar un título inexistente de “Primera Dama” a la esposa del Presidente, gobernador o alcalde, yace en que contradice los preceptos constitucionales de igualdad. ¿Acaso no somos todos los hombres y mujeres iguales como ciudadanos, iguales ante la ley e iguales en dignidad y derechos? Si existe una primera dama, entonces ¿quién es la segunda, la tercera y cuántas damas son?
En medio de un proceso revolucionario, resulta contradictorio que se asuman nomenclaturas discriminatorias y monárquicas, que muy poco contribuyen a la aproximación de las autoridades con la población tradicionalmente excluida. Al contrario con este lenguaje se aumenta la brecha excluyente.
En el caso venezolano se hace mucho más antipático y excluyente si observamos que ya no se trata sólo de la esposa del Presidente, de los gobernadores, alcaldes, sino que se ha ido extendiendo a las cónyuges de los ministros, los diputados, los concejales y cualquier otro funcionario de cierta relevancia en su localidad.
Apelativo que algunos y algunas exigen que anteceda su nombre legal, lo que evidencia el poder intrínseco que el lenguaje, junto con estos apelativos, encierra, por lo que si de avanzar en el proceso revolucionario se trata, es hora de derribar esquemas, romper paradigmas y deslastrarnos de títulos nobiliarios. Podríamos dar un paso adelante.
Cuando se avanza en un proceso revolucionario, uno de los sectores que más se resiente es la cultura. En este ámbito tenemos que el lenguaje, los apelativos, las nomenclaturas, los modismos y la música, son algunas de las más útiles herramientas del sistema para conspirar contra el cambio. Es allí donde se concentra la más fuerte resistencia. Pues se trata de un sistema de códigos que llega sin permiso a todos los sectores de la población, y con su inocua apariencia se posesiona en el inconsciente colectivo.
La revolución, sobre todo si es de izquierda como la venezolana, estimula la inclusión, la igualdad y la equidad. Así vemos cómo los constituyentes valoraron estos criterios y quedaron plasmados en la Constitución Bolivariana.
Siendo así, no entendemos cómo se siguen manejando en el lenguaje cotidiano, formal e informal, apelativos tan excluyentes, contradictorios, convencionales y poco revolucionarios como el de “Primera Dama”.
O es que las demás mujeres que no tienen un esposo con un “importante” cargo público, pertenecen a una clase inferior?, esto hace antipática esta denominación que implica que si existe una “Primera Dama” entonces existen segundas y terceras damas.
Paradójicamente, nadie sabe cómo ha de ser llamado el esposo de una presidenta, gobernadora o alcaldesa. Esto quizá porque la asunción femeninas a estos cargos es muy reciente en el ámbito político; independientemente de ello, el esposo de una presidenta no es un “primer caballero, varón u hombre”.
Constitucionalmente, el cargo o función de la “Primera Dama” no existe, sin embargo muchas se han dedicado a apoyar a su marido en obras sociales y el trabajo que realizan ha permitido que algunas despunten en la sociedad, mientras que otras sobresalen por otras cualidades menos amables y llegan a representar una pesadilla para el común de los ciudadanos.
rodmary66@gmail.com
El problema de otorgar un título inexistente de “Primera Dama” a la esposa del Presidente, gobernador o alcalde, yace en que contradice los preceptos constitucionales de igualdad. ¿Acaso no somos todos los hombres y mujeres iguales como ciudadanos, iguales ante la ley e iguales en dignidad y derechos? Si existe una primera dama, entonces ¿quién es la segunda, la tercera y cuántas damas son?
En medio de un proceso revolucionario, resulta contradictorio que se asuman nomenclaturas discriminatorias y monárquicas, que muy poco contribuyen a la aproximación de las autoridades con la población tradicionalmente excluida. Al contrario con este lenguaje se aumenta la brecha excluyente.
En el caso venezolano se hace mucho más antipático y excluyente si observamos que ya no se trata sólo de la esposa del Presidente, de los gobernadores, alcaldes, sino que se ha ido extendiendo a las cónyuges de los ministros, los diputados, los concejales y cualquier otro funcionario de cierta relevancia en su localidad.
Apelativo que algunos y algunas exigen que anteceda su nombre legal, lo que evidencia el poder intrínseco que el lenguaje, junto con estos apelativos, encierra, por lo que si de avanzar en el proceso revolucionario se trata, es hora de derribar esquemas, romper paradigmas y deslastrarnos de títulos nobiliarios. Podríamos dar un paso adelante.
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