Isabel Soto
A América Latina llegó la cacería de brujas por oposición al auge liberal y humanista del Renacimiento. Los inquisidores priorizaron el exterminio de las que se atrevieron a ayudar a sus congéneres a interrumpir embarazos, evitarlos, o mitigar dolores asociados al parto o a la estigmatizada menstruación, rememora la periodista española Rosa Montero, autora de Historias de mujeres, obra fundacional en la corriente orientada a recuperar la herencia femenina obviada.
Detrás de cada mujer hay una historia digna de contar: “de la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos -toda la atropellada ruta de nuestras vidas- deberían pavimentar de flores para celebrarnos”.
Tal criterio -transformado en verso por la poetisa nicaragüense Gioconda Belli y compartido cada vez por mayor cantidad de personas en el mundo- anima desde hace algunas décadas el rescate de trayectorias femeninas ignoradas a lo largo de siglos.
Siglos acumula el afán de diferenciar a ambos sexos en relación con jerarquías y funciones. De un extremo a otro del planeta, las mujeres casi siempre llevaron la peor parte y fueron miradas como ciudadanas de segunda clase.
Mientras que una mujer, la Pachamama o Madre Tierra, da de comer, de beber y guarece a sus hijos en las antiguas culturas suramericanas de los Andes, el legado occidental insiste en el papel de las hembras de segundonas y en su supuesta predisposición para la perversión. Seres intrigantes por naturaleza, débiles, poco juiciosos, expedidores de todo tipo de males, protagonizan miles de leyendas transmitidas de unas generaciones a otras.
La mala suerte de ser colonizada redundó en que muchos de esos relatos corrieran por Latinoamérica, se fusionaran o mezclaran con los autóctonos -al estilo de lo ocurrido con la música, las artes, la filosofía, la religión y otras- y proliferaran personajes maléficos con rostro de mujer como la centroamericana Cegua, Segua o Tzegua.
De modo similar, a esta parte del mundo llegó la cacería de brujas por oposición al auge liberal y humanista del Renacimiento. Los inquisidores priorizaron el exterminio de las que se atrevieron a ayudar a sus congéneres a interrumpir embarazos, evitarlos, o mitigar dolores asociados al parto o a la estigmatizada menstruación, rememora la periodista española Rosa Montero, autora de Historias de mujeres, obra fundacional en la corriente orientada a recuperar la herencia femenina obviada.
La habilidad de controlar sus vidas y aplicar los conocimientos adquiridos les estaba negada a las mujeres, condenadas a supeditarse al predominio del macho por un edicto supra terrenal nunca demostrado. “Se admite generalmente que en la mujer los poderes de la intuición, la percepción y quizás la imitación son más señalados que en el hombre, pero algunas de estas facultades, al menos, son características de las razas inferiores, y por consiguiente, de un estado de civilización pasado y menos desarrollado”, afirmó Carlos Darwin, citado por la periodista en su libro.
En sintonía con los postulados del sabio, el recuerdo que tenemos de las mujeres muchas veces está teñido por los valores sexistas: Mesalina, esposa del emperador romano Claudio I, devino arquetipo de ninfómana e infiel.
La emperatriz rusa Catalina la Grande es reconocida por sus varios amantes y por ser “de armas tomar”. Pocos abundan en que sus contemporáneos hombres hicieron mayor gala de la promiscuidad. Menos, en que -a diferencia de muchos reyes y emperadores- mantuvo a sus concubinos lejos del terreno profesional y nunca se dejó influir políticamente por ellos.
Catalina realizó el primer compendio legislativo, modernizó la administración estatal, creó obras teatrales, fundó un periódico, luchó contra lituanos y turcos, anuló la autonomía de Ucrania y protegió las artes y las letras. De eso, poco se comenta.
“Fuera del convento y de la vida fácil sólo ha existido para las mujeres otra gran vía de escape de la tutela masculina, y ésa ha sido la viudez. Sobre todo en lo relativo a las responsabilidades de mando: detrás de la casi totalidad de las mujeres que han alcanzado el poder antes del siglo XX hay un marido muerto”. Muchas de ellas enfrentaron enturbiados ambientes tras el fallecimiento de sus consortes o padres y sortearon enormes obstáculos hasta erigirse como gobernantes de gran talla.
Científicos probaron que muchos de los textos anónimos de la literatura universal salieron en su mayoría de plumas manejadas por manos femeninas, en tanto otros fueron difundidos bajo seudónimos masculinos para burlar la censura o atribuidos a esposos o parientes varones.
“Las obras de las mujeres siempre han tendido a extraviarse y a olvidarse; perdido está, por ejemplo, el poema épico La guerra de Troya, de la griega Helena, en quien se inspiró Homero para hacer la Ilíada”, asegura Montero y secunda los cuestionamientos a la intriga que rodea a la hermana imaginaria, ambiciosa, y llena de talento de Shakespeare.
Cuanto más nos sumergimos en el mar remoto de lo femenino, más mujeres grandiosas e interesantes aparecen. “Las aguas del olvido están llenas de náufragas y basta con embarcarse para empezar a verlas”, insta la autora de Historias de mujeres. “Siempre ha habido mujeres capaces de sobreponerse a las más penosas circunstancias; mujeres creadoras, guerreras, aventureras, políticas, científicas, que han tenido la habilidad y el coraje de escaparse, quién sabe cómo, de destinos tan estrechos como una tumba”.
Estas “fueron pocas, claro está, en comparación con la gran masa de hembras anónimas y sometidas a los límites que el mundo les impuso; pero fueron…muchísimas más que las que hoy conocemos y recordamos”.
Opinión compartida por seguidores del tema es que los actos y obras de las féminas raramente trascendieron su época porque, por lo general, fueron hombres los historiadores, enciclopedistas, académicos, los encargados de custodiar y preservar la memoria pública u oficial. “¡Qué poco es un solo día, hermanas, qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!”…¿será que nunca acabará el desafío para nuestro sexo? ¿Cuesta tanto comprender que hombres y mujeres somos ramas del mismo árbol?
La población femenina vivió por mucho tiempo en una suerte de clandestinidad, pero sobran razones para revertir tal estado de cosas. Razones por las cuales –parafraseando a la Belli- también me levanto orgullosa todas las mañanas y bendigo mi sexo.
A América Latina llegó la cacería de brujas por oposición al auge liberal y humanista del Renacimiento. Los inquisidores priorizaron el exterminio de las que se atrevieron a ayudar a sus congéneres a interrumpir embarazos, evitarlos, o mitigar dolores asociados al parto o a la estigmatizada menstruación, rememora la periodista española Rosa Montero, autora de Historias de mujeres, obra fundacional en la corriente orientada a recuperar la herencia femenina obviada.
Detrás de cada mujer hay una historia digna de contar: “de la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos -toda la atropellada ruta de nuestras vidas- deberían pavimentar de flores para celebrarnos”.
Tal criterio -transformado en verso por la poetisa nicaragüense Gioconda Belli y compartido cada vez por mayor cantidad de personas en el mundo- anima desde hace algunas décadas el rescate de trayectorias femeninas ignoradas a lo largo de siglos.
Siglos acumula el afán de diferenciar a ambos sexos en relación con jerarquías y funciones. De un extremo a otro del planeta, las mujeres casi siempre llevaron la peor parte y fueron miradas como ciudadanas de segunda clase.
Mientras que una mujer, la Pachamama o Madre Tierra, da de comer, de beber y guarece a sus hijos en las antiguas culturas suramericanas de los Andes, el legado occidental insiste en el papel de las hembras de segundonas y en su supuesta predisposición para la perversión. Seres intrigantes por naturaleza, débiles, poco juiciosos, expedidores de todo tipo de males, protagonizan miles de leyendas transmitidas de unas generaciones a otras.
La mala suerte de ser colonizada redundó en que muchos de esos relatos corrieran por Latinoamérica, se fusionaran o mezclaran con los autóctonos -al estilo de lo ocurrido con la música, las artes, la filosofía, la religión y otras- y proliferaran personajes maléficos con rostro de mujer como la centroamericana Cegua, Segua o Tzegua.
De modo similar, a esta parte del mundo llegó la cacería de brujas por oposición al auge liberal y humanista del Renacimiento. Los inquisidores priorizaron el exterminio de las que se atrevieron a ayudar a sus congéneres a interrumpir embarazos, evitarlos, o mitigar dolores asociados al parto o a la estigmatizada menstruación, rememora la periodista española Rosa Montero, autora de Historias de mujeres, obra fundacional en la corriente orientada a recuperar la herencia femenina obviada.
La habilidad de controlar sus vidas y aplicar los conocimientos adquiridos les estaba negada a las mujeres, condenadas a supeditarse al predominio del macho por un edicto supra terrenal nunca demostrado. “Se admite generalmente que en la mujer los poderes de la intuición, la percepción y quizás la imitación son más señalados que en el hombre, pero algunas de estas facultades, al menos, son características de las razas inferiores, y por consiguiente, de un estado de civilización pasado y menos desarrollado”, afirmó Carlos Darwin, citado por la periodista en su libro.
En sintonía con los postulados del sabio, el recuerdo que tenemos de las mujeres muchas veces está teñido por los valores sexistas: Mesalina, esposa del emperador romano Claudio I, devino arquetipo de ninfómana e infiel.
La emperatriz rusa Catalina la Grande es reconocida por sus varios amantes y por ser “de armas tomar”. Pocos abundan en que sus contemporáneos hombres hicieron mayor gala de la promiscuidad. Menos, en que -a diferencia de muchos reyes y emperadores- mantuvo a sus concubinos lejos del terreno profesional y nunca se dejó influir políticamente por ellos.
Catalina realizó el primer compendio legislativo, modernizó la administración estatal, creó obras teatrales, fundó un periódico, luchó contra lituanos y turcos, anuló la autonomía de Ucrania y protegió las artes y las letras. De eso, poco se comenta.
“Fuera del convento y de la vida fácil sólo ha existido para las mujeres otra gran vía de escape de la tutela masculina, y ésa ha sido la viudez. Sobre todo en lo relativo a las responsabilidades de mando: detrás de la casi totalidad de las mujeres que han alcanzado el poder antes del siglo XX hay un marido muerto”. Muchas de ellas enfrentaron enturbiados ambientes tras el fallecimiento de sus consortes o padres y sortearon enormes obstáculos hasta erigirse como gobernantes de gran talla.
Científicos probaron que muchos de los textos anónimos de la literatura universal salieron en su mayoría de plumas manejadas por manos femeninas, en tanto otros fueron difundidos bajo seudónimos masculinos para burlar la censura o atribuidos a esposos o parientes varones.
“Las obras de las mujeres siempre han tendido a extraviarse y a olvidarse; perdido está, por ejemplo, el poema épico La guerra de Troya, de la griega Helena, en quien se inspiró Homero para hacer la Ilíada”, asegura Montero y secunda los cuestionamientos a la intriga que rodea a la hermana imaginaria, ambiciosa, y llena de talento de Shakespeare.
Cuanto más nos sumergimos en el mar remoto de lo femenino, más mujeres grandiosas e interesantes aparecen. “Las aguas del olvido están llenas de náufragas y basta con embarcarse para empezar a verlas”, insta la autora de Historias de mujeres. “Siempre ha habido mujeres capaces de sobreponerse a las más penosas circunstancias; mujeres creadoras, guerreras, aventureras, políticas, científicas, que han tenido la habilidad y el coraje de escaparse, quién sabe cómo, de destinos tan estrechos como una tumba”.
Estas “fueron pocas, claro está, en comparación con la gran masa de hembras anónimas y sometidas a los límites que el mundo les impuso; pero fueron…muchísimas más que las que hoy conocemos y recordamos”.
Opinión compartida por seguidores del tema es que los actos y obras de las féminas raramente trascendieron su época porque, por lo general, fueron hombres los historiadores, enciclopedistas, académicos, los encargados de custodiar y preservar la memoria pública u oficial. “¡Qué poco es un solo día, hermanas, qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!”…¿será que nunca acabará el desafío para nuestro sexo? ¿Cuesta tanto comprender que hombres y mujeres somos ramas del mismo árbol?
La población femenina vivió por mucho tiempo en una suerte de clandestinidad, pero sobran razones para revertir tal estado de cosas. Razones por las cuales –parafraseando a la Belli- también me levanto orgullosa todas las mañanas y bendigo mi sexo.
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