Gladys Emilia Guevara
Resulta engorroso abordar temas que tienen que ver con aquello que la neuropsicología llama la matriz epistémica de las personas. Nuestro cerebro, afirman los entendidos en la materia, asimila y organiza los conocimientos que va adquiriendo desde el instante mismo en que nacemos y a lo largo de nuestro desarrollo socio histórico. De allí que desde la adquisición de nuestra propia lengua materna hasta el desarrollo de cierto tipo de pensamiento, representaciones y creencias, todo forma parte de una configuración particularísima que nos permite enunciar el “yo creo que”, “desde mi punto de vista”…
Sin embargo, nada más lejos del ser humano, la respuesta totalmente autónoma y original de sus ideas. Ellas operan insistentemente desde nuestras historias de vida, y en ocasiones, nos hacen “creer” que somos libres y que ejercemos la crítica con absoluta objetividad.
En Venezuela, en los estertores del siglo XX, se abrió paso un movimiento insurreccional nutrido de ideas patrióticas y alentado por la figura de un joven militar rebelde que esgrimió el pensamiento legendario de nuestros libertadores, y cuyo origen social también tenía mucho del pasado mítico de nuestros pueblos. En poco más de una década, Hugo Rafael Chávez Frías ingresó en el inconsciente colectivo de su pueblo e hizo posible un cúmulo inmenso de transformaciones políticas, sociales, económicas – y podría afirmarse sin pecar de esotéricos – espirituales.
Portentosa hazaña. Sin nombrar la ejercida en el escenario internacional. Una tarea parecida no pudo lograrla nunca la izquierda venezolana de los años sesenta. Y muy por el contrario, muchos de sus actores principales no sólo equivocaron el camino, sino que casi toda la generalidad de ellos olvidó la tarea de organización social y engrosó las filas de los aspirantes a clase media. En esa tónica tuvieron hijos que no crecieron – ¡no! – con los hijos de los hombres y las mujeres del pueblo, sino que se formaron en flamantes colegios privados en donde prevalecía por supuesto cierta tendencia al desarrollo de ideas y comportamientos pertenecientes a ese estamento social que le urge “elevar” su nivel adquisitivo y “socializar” con intelectuales y artistas de las diferentes ramas de las bellas artes.
Esos son los que en gran medida acompañan hoy el proceso que lidera el Presidente Chávez. Esos, sus amigos y familiares más allegados, y un grupo significativo de militares oportunistas que encontraron en la figura ahora mítica de Chávez, una fórmula para seguir manteniendo su estatus social, y a los cuales nunca les importó verdaderamente el dolor del pueblo, porque ellos “superaron” ese estadio de la humanidad.
Leo en su sitio web, la opinión de un profesor e investigador universitario que otrora fuese mi profesor de lengua en el bachillerato, en la cual denigra de las últimas medidas económicas acordadas por el ejecutivo nacional, y formula una teoría según la cual Chávez es un imbécil, su discurso se agotó y es necesario “encontrar” otro líder con “los mismos ideales colectivistas” pero con actuaciones inteligentes; y por supuesto, no me queda más que lamentar nuestra condición humana, presta siempre a querer ver culminados los procesos históricos. Ya muy bien lo decía Martí cuando se refería a los líderes independentistas de Nuestra América:
“En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. (…) Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.”
A José Martí me lo presentó ese mismo profesor universitario una mañana nublada de octubre en una institución escolar de los Altos mirandinos. Desde entonces siempre ha acompañado la configuración de mi “matriz epistémica” porque el corto espacio de su vida – si no mal recuerdo: cuarenta y cinco años – fue para mí el mejor modelo de pensamiento crítico, honestidad, autenticidad y lucha revolucionaria. Martí también es para mí un hombre sagrado. Por eso siempre vuelvo a dialogar con él a través de sus escritos. Siempre lo hago. Sobre todo cuando en el largo y difícil camino del proceso venezolano, la geografía se accidenta y se levantan miles de escombros y obstáculos.
Y traigo a colación a mi inolvidable formador del bachillerato y a la figura cimera del apóstol cubano, para ilustrar cómo los seres humanos solemos atiborrar nuestros cerebros de información y de representaciones sociales, que en uno u otro momento de la vida nos juegan malas pasadas. Y afirmo esto porque creo firmemente que en las personas que ejercen responsabilidades educativas y que gozan del afecto y el respeto de quienes lo conocen, descansa una inmensa responsabilidad cuando emiten juicios y opiniones de carácter político. Siempre es necesario detenernos a reflexionar los mensajes que transmitimos y su impacto comunicacional.
Volviendo a Martí, y en este mismo sentido, el intelectual y luchador cubano decía, refiriéndose a nuestro Simón Bolívar, que un hombre solo no valía nunca más que un pueblo entero, pero que existían hombres “que parecían no cansarse nunca cuando parecía que su pueblo se cansaba”.
Ese también parece ser el mérito de Hugo Chávez. Curiosas coincidencias. Detalles importantes que debemos valorar cuando ejercemos la crítica de un proceso en marcha. Un proceso que apenas comienza, y cuyo devenir social e histórico no depende de las ópticas particulares desde las cuales nos asomamos al escenario venezolano.
La historia no la cambia uno u otro discurso. No podemos decir súbita y caprichosamente: “Ya no me gusta Chávez, busquemos otro líder” .La historia siempre la cambian los pueblos. En la mayoría de las ocasiones con sangre y mucho dolor. Para luego siempre retomar las luchas. Esa es y ha sido siempre la historia de la humanidad.
Para comienzos de año y comienzos de esta nueva década, pedí para mí y los seres que amo, mayor lucidez, mayor capacidad de observación y mayor compromiso con las causas sociales. También pedí suficiente humildad como para no pecar de sabelotodo, para no creer que la verdad descansa en mis manos. Por eso no sólo no me canso de leer las perspectivas desde las cuales los académicos, intelectuales y políticos emiten juicios u opiniones, sino que escucho atentamente a la gente sencilla que puebla calles, escuelas, mercados, tiendas, hospitales… de Venezuela.
Feliz década y mi abrazo respetuoso para todos los aporreístas.
Resulta engorroso abordar temas que tienen que ver con aquello que la neuropsicología llama la matriz epistémica de las personas. Nuestro cerebro, afirman los entendidos en la materia, asimila y organiza los conocimientos que va adquiriendo desde el instante mismo en que nacemos y a lo largo de nuestro desarrollo socio histórico. De allí que desde la adquisición de nuestra propia lengua materna hasta el desarrollo de cierto tipo de pensamiento, representaciones y creencias, todo forma parte de una configuración particularísima que nos permite enunciar el “yo creo que”, “desde mi punto de vista”…
Sin embargo, nada más lejos del ser humano, la respuesta totalmente autónoma y original de sus ideas. Ellas operan insistentemente desde nuestras historias de vida, y en ocasiones, nos hacen “creer” que somos libres y que ejercemos la crítica con absoluta objetividad.
En Venezuela, en los estertores del siglo XX, se abrió paso un movimiento insurreccional nutrido de ideas patrióticas y alentado por la figura de un joven militar rebelde que esgrimió el pensamiento legendario de nuestros libertadores, y cuyo origen social también tenía mucho del pasado mítico de nuestros pueblos. En poco más de una década, Hugo Rafael Chávez Frías ingresó en el inconsciente colectivo de su pueblo e hizo posible un cúmulo inmenso de transformaciones políticas, sociales, económicas – y podría afirmarse sin pecar de esotéricos – espirituales.
Portentosa hazaña. Sin nombrar la ejercida en el escenario internacional. Una tarea parecida no pudo lograrla nunca la izquierda venezolana de los años sesenta. Y muy por el contrario, muchos de sus actores principales no sólo equivocaron el camino, sino que casi toda la generalidad de ellos olvidó la tarea de organización social y engrosó las filas de los aspirantes a clase media. En esa tónica tuvieron hijos que no crecieron – ¡no! – con los hijos de los hombres y las mujeres del pueblo, sino que se formaron en flamantes colegios privados en donde prevalecía por supuesto cierta tendencia al desarrollo de ideas y comportamientos pertenecientes a ese estamento social que le urge “elevar” su nivel adquisitivo y “socializar” con intelectuales y artistas de las diferentes ramas de las bellas artes.
Esos son los que en gran medida acompañan hoy el proceso que lidera el Presidente Chávez. Esos, sus amigos y familiares más allegados, y un grupo significativo de militares oportunistas que encontraron en la figura ahora mítica de Chávez, una fórmula para seguir manteniendo su estatus social, y a los cuales nunca les importó verdaderamente el dolor del pueblo, porque ellos “superaron” ese estadio de la humanidad.
Leo en su sitio web, la opinión de un profesor e investigador universitario que otrora fuese mi profesor de lengua en el bachillerato, en la cual denigra de las últimas medidas económicas acordadas por el ejecutivo nacional, y formula una teoría según la cual Chávez es un imbécil, su discurso se agotó y es necesario “encontrar” otro líder con “los mismos ideales colectivistas” pero con actuaciones inteligentes; y por supuesto, no me queda más que lamentar nuestra condición humana, presta siempre a querer ver culminados los procesos históricos. Ya muy bien lo decía Martí cuando se refería a los líderes independentistas de Nuestra América:
“En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. (…) Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.”
A José Martí me lo presentó ese mismo profesor universitario una mañana nublada de octubre en una institución escolar de los Altos mirandinos. Desde entonces siempre ha acompañado la configuración de mi “matriz epistémica” porque el corto espacio de su vida – si no mal recuerdo: cuarenta y cinco años – fue para mí el mejor modelo de pensamiento crítico, honestidad, autenticidad y lucha revolucionaria. Martí también es para mí un hombre sagrado. Por eso siempre vuelvo a dialogar con él a través de sus escritos. Siempre lo hago. Sobre todo cuando en el largo y difícil camino del proceso venezolano, la geografía se accidenta y se levantan miles de escombros y obstáculos.
Y traigo a colación a mi inolvidable formador del bachillerato y a la figura cimera del apóstol cubano, para ilustrar cómo los seres humanos solemos atiborrar nuestros cerebros de información y de representaciones sociales, que en uno u otro momento de la vida nos juegan malas pasadas. Y afirmo esto porque creo firmemente que en las personas que ejercen responsabilidades educativas y que gozan del afecto y el respeto de quienes lo conocen, descansa una inmensa responsabilidad cuando emiten juicios y opiniones de carácter político. Siempre es necesario detenernos a reflexionar los mensajes que transmitimos y su impacto comunicacional.
Volviendo a Martí, y en este mismo sentido, el intelectual y luchador cubano decía, refiriéndose a nuestro Simón Bolívar, que un hombre solo no valía nunca más que un pueblo entero, pero que existían hombres “que parecían no cansarse nunca cuando parecía que su pueblo se cansaba”.
Ese también parece ser el mérito de Hugo Chávez. Curiosas coincidencias. Detalles importantes que debemos valorar cuando ejercemos la crítica de un proceso en marcha. Un proceso que apenas comienza, y cuyo devenir social e histórico no depende de las ópticas particulares desde las cuales nos asomamos al escenario venezolano.
La historia no la cambia uno u otro discurso. No podemos decir súbita y caprichosamente: “Ya no me gusta Chávez, busquemos otro líder” .La historia siempre la cambian los pueblos. En la mayoría de las ocasiones con sangre y mucho dolor. Para luego siempre retomar las luchas. Esa es y ha sido siempre la historia de la humanidad.
Para comienzos de año y comienzos de esta nueva década, pedí para mí y los seres que amo, mayor lucidez, mayor capacidad de observación y mayor compromiso con las causas sociales. También pedí suficiente humildad como para no pecar de sabelotodo, para no creer que la verdad descansa en mis manos. Por eso no sólo no me canso de leer las perspectivas desde las cuales los académicos, intelectuales y políticos emiten juicios u opiniones, sino que escucho atentamente a la gente sencilla que puebla calles, escuelas, mercados, tiendas, hospitales… de Venezuela.
Feliz década y mi abrazo respetuoso para todos los aporreístas.
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