Pedro Estacio
Los escuálidos están mal y lo seguirán estando por una sencilla razón: Mienten, viven para la mentira, por la mentira y de la mentira (en euros o en dólares, como indicaba una caricatura hace tiempo), y por ello carecen de moral para criticar.
Independiente de todo, no se puede negar, la acción del gobierno revolucionario en materia de educación, salud, agricultura, viviendas, transporte (lo último es el Metrocable para San Agustín), y el importante reconocimiento de la condición de género en la ciudadanía, es decir, la inclusión de las mayorías, todas y todos, que antes estaban invisibilizados.
No obstante, hay realidades inocultables que siguen existiendo en el país: la necesidad de que haya una óptima organización, planificación y sistematización de cuanto se haga y se esté haciendo en beneficio para la sociedad.
La oficina de Registro Civil, por ejemplo, es un karma. Hay que llegar a las 5:30a.m., hacer una larga cola, esperar los números que lo entregan a las 7a.m. y cuando le toca a un ciudadano su turno, por ejemplo, a las 10a.m. le dicen: “Lo lamento, no puede sacar la partida de nacimiento porque no tenemos el libro de ese año, lo rompieron”. ¿Once 11 años de revolución y estas oficinas siguen con lo mismo, sin avanzar y cobrando un servicio que no mejora?
No hay que ser ligeramente inteligente para entrarle con fuerza a los problemas. Veamos un ejemplo de acción práctica en la ciudad que arroja dividendos:
Avenida Sucre, entrada de Manicomio y entrada al 23 de Enero. Colóquense 4 trabajadores en cada una de las cuatro esquina, es decir, cuatro en la acera norte rumbo a Catia; otros cuatro en la acera sur en dirección a Catia; cuatro en la acera norte en dirección a Pagüita y de allí a Miraflores y rumbo a la avenida Andrés Bello, luego de pasar por la avenida Urdaneta; otros cuatro en la acera sur y con la misma orientación.
Esos dieciséis hombres (cada uno con sus libretas) van a tomar nota de la cantidad de reparaciones que necesitan las aceras por las roturas; de la cantidad de tanquillas (gas, teléfonos, acueductos, electricidad, etc.,) con tapas, sin tapas, etc. etc.; se darán cuenta de los semáforos y sus funcionamiento y verán que prácticamente son irrespetables; no hay rayados para el paso peatonal ni vehicular y si los hay, los vehículos se paran encima y los ciudadanos tienen que inventarse una para atravesar la calle.
El gran caos del que todo el mundo habla obedece, simple y llanamente, a lo que algunos suelen interpretar para no darse mala vida en sus ocupaciones: “Esta es una revolución humanitaria y aquí no hay que estar maltratando a la gente”, cuando lo que la gente espera es que haya sanción y no maltrato. Y la sanción es multa: “Aquí tiene su multa, vaya y páguela en tal banco y cuando regrese, llévese su auto o moto y no vuelva a cometer ese error”. Un asunto elemental.
Las paradas del transporte. Como título de película, es lo que llamamos el gran embuste. Los choferes de autobuses, los pata blancas, los piratas y ahora los mototaxis, hacen lo que les viene en gana, toman y dejan pasajeros en cualquier lugar. Hemos apreciado como se burlan los motorizados (para ellos no hay planificación ni orden alguno, pues circulan como les viene en gana y si no lo creen, obsérvenlos nada más) de las autoridades de tránsito y hablan mal de los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (que también se las traen, porque no todo el mundo puede ser tratado como delincuente ni puede ser martillado).
Ni todos los trabajadores son excelentes ni todos son malísimos, simplemente hay que saber supervisarlos, entrenarlos, orientarlos y hablarles de manera permanente, porque solo ellos pueden garantizar un efectivo funcionamiento de la sociedad. Tampoco el trabajador puede ser descalificado, maltratado ni mal pagado, en eso estamos claros, lo que conduce, por otro lado, a seleccionar buenos gerentes y eso, precisamente, nunca sucede y por eso estamos como estamos y caemos en un círculo vicioso.
Otro inmensísimo embuste, similar a nuestro gran salto de agua que tenemos en el sur, es el de la basura. Hace dieciséis años eliminaron el servicio de aseo urbano y domiciliario y de allí en adelante los ciudadanos comenzaron por vivir un calvario tamaño cerro El Ávila. Todos los vecinos vienen diciendo eso hace años, por el sencillo hecho de que se echan a perder rápido y deben comprar nuevos y eso tiene un tufillo a guiso viejo. Más camiones, mas terrenos en concesión (por años) para enterrar la basura y nada de reciclaje. ¿Planificación? Aquí parece que nunca ha existido, ni antes ni ahora. Y todo ello es aplicable a cuanta área de servicio necesite ser enseriada dentro de la revolución bolivariana de Venezuela.
Los escuálidos están mal y lo seguirán estando por una sencilla razón: Mienten, viven para la mentira, por la mentira y de la mentira (en euros o en dólares, como indicaba una caricatura hace tiempo), y por ello carecen de moral para criticar.
Independiente de todo, no se puede negar, la acción del gobierno revolucionario en materia de educación, salud, agricultura, viviendas, transporte (lo último es el Metrocable para San Agustín), y el importante reconocimiento de la condición de género en la ciudadanía, es decir, la inclusión de las mayorías, todas y todos, que antes estaban invisibilizados.
No obstante, hay realidades inocultables que siguen existiendo en el país: la necesidad de que haya una óptima organización, planificación y sistematización de cuanto se haga y se esté haciendo en beneficio para la sociedad.
La oficina de Registro Civil, por ejemplo, es un karma. Hay que llegar a las 5:30a.m., hacer una larga cola, esperar los números que lo entregan a las 7a.m. y cuando le toca a un ciudadano su turno, por ejemplo, a las 10a.m. le dicen: “Lo lamento, no puede sacar la partida de nacimiento porque no tenemos el libro de ese año, lo rompieron”. ¿Once 11 años de revolución y estas oficinas siguen con lo mismo, sin avanzar y cobrando un servicio que no mejora?
No hay que ser ligeramente inteligente para entrarle con fuerza a los problemas. Veamos un ejemplo de acción práctica en la ciudad que arroja dividendos:
Avenida Sucre, entrada de Manicomio y entrada al 23 de Enero. Colóquense 4 trabajadores en cada una de las cuatro esquina, es decir, cuatro en la acera norte rumbo a Catia; otros cuatro en la acera sur en dirección a Catia; cuatro en la acera norte en dirección a Pagüita y de allí a Miraflores y rumbo a la avenida Andrés Bello, luego de pasar por la avenida Urdaneta; otros cuatro en la acera sur y con la misma orientación.
Esos dieciséis hombres (cada uno con sus libretas) van a tomar nota de la cantidad de reparaciones que necesitan las aceras por las roturas; de la cantidad de tanquillas (gas, teléfonos, acueductos, electricidad, etc.,) con tapas, sin tapas, etc. etc.; se darán cuenta de los semáforos y sus funcionamiento y verán que prácticamente son irrespetables; no hay rayados para el paso peatonal ni vehicular y si los hay, los vehículos se paran encima y los ciudadanos tienen que inventarse una para atravesar la calle.
El gran caos del que todo el mundo habla obedece, simple y llanamente, a lo que algunos suelen interpretar para no darse mala vida en sus ocupaciones: “Esta es una revolución humanitaria y aquí no hay que estar maltratando a la gente”, cuando lo que la gente espera es que haya sanción y no maltrato. Y la sanción es multa: “Aquí tiene su multa, vaya y páguela en tal banco y cuando regrese, llévese su auto o moto y no vuelva a cometer ese error”. Un asunto elemental.
Las paradas del transporte. Como título de película, es lo que llamamos el gran embuste. Los choferes de autobuses, los pata blancas, los piratas y ahora los mototaxis, hacen lo que les viene en gana, toman y dejan pasajeros en cualquier lugar. Hemos apreciado como se burlan los motorizados (para ellos no hay planificación ni orden alguno, pues circulan como les viene en gana y si no lo creen, obsérvenlos nada más) de las autoridades de tránsito y hablan mal de los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (que también se las traen, porque no todo el mundo puede ser tratado como delincuente ni puede ser martillado).
Ni todos los trabajadores son excelentes ni todos son malísimos, simplemente hay que saber supervisarlos, entrenarlos, orientarlos y hablarles de manera permanente, porque solo ellos pueden garantizar un efectivo funcionamiento de la sociedad. Tampoco el trabajador puede ser descalificado, maltratado ni mal pagado, en eso estamos claros, lo que conduce, por otro lado, a seleccionar buenos gerentes y eso, precisamente, nunca sucede y por eso estamos como estamos y caemos en un círculo vicioso.
Otro inmensísimo embuste, similar a nuestro gran salto de agua que tenemos en el sur, es el de la basura. Hace dieciséis años eliminaron el servicio de aseo urbano y domiciliario y de allí en adelante los ciudadanos comenzaron por vivir un calvario tamaño cerro El Ávila. Todos los vecinos vienen diciendo eso hace años, por el sencillo hecho de que se echan a perder rápido y deben comprar nuevos y eso tiene un tufillo a guiso viejo. Más camiones, mas terrenos en concesión (por años) para enterrar la basura y nada de reciclaje. ¿Planificación? Aquí parece que nunca ha existido, ni antes ni ahora. Y todo ello es aplicable a cuanta área de servicio necesite ser enseriada dentro de la revolución bolivariana de Venezuela.
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