lunes, 6 de octubre de 2014

Nunca más

Carola Chávez.


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Habíamos visto los videos, sabíamos lo que tramaban, los llamaban “muñecos”, objetivos sin nombres ni caras hasta el miércoles pasado. Robert Serra fue asesinado junto a María, su pareja. “Fue una macabra encomienda”, explicó el ministro Rodriguez Torres mientras los videos de Lorent Gómez me golpeaban el alma. Lorent, pequeña bisagra, insignificante bisagra de un plan que pretende una Venezuela bañada en sangre.
El miércoles en la noche, mientras asesinaban a Robert y a María, algunos esperaban noticias del hecho, algunos que sabían, algunos que habían pagado para que esos dos muchachos murieran, para que se nos partiera el corazón y de él brotara la rabia, otra vez la rabia que quieren desbordada y que la conciencia del pueblo represa.
El jueves en la mañana, las redes sociales supuraban odio y burla y uno se preguntaba qué clase de gente es esa sin rostro, sin nombre que es capaz de escupir tan miserables miserias. Miserias sospechosamente uniformes, repetitivas que podrían tomarse como un consenso general, o tal vez, y perdonen la suspicacia, como parte de un plan de unos pocos miserables, esos mismos pocos que necesitan nuestra rabia y que por ella mataron a Robert y a María.
La vida real queda en la calle y ahí respiré otra cosa. Amigos, vecinos, gente que uno se encuentra en el mercado, en la panadería, expresaban su angustia, su rechazo por la muerte de dos muchachos. No había burla, ni odio, tal vez había miedo, dudas, pero no había miserias. Entonces vi a otra oposición: gente normal y corriente, con sus prejuicios sí, con su visión distinta a la mía, pero angustiadas por lo que plantea la violencia política que nos sacudió esa mañana.
Los mismos que han sido arrastrados a mil aventuras suicidas, ahora sin su dosis televisada de odio, tal vez desintoxicados, víctimas de la violencia guarimbera que al principio apoyaron solo para que ésta terminara arrollándolos, huérfanos de un liderazgo cuerdo que los represente, que sea antichavista, sí, capitalista, también, que crea que nuestro norte es el Norte, no importa, porque eso creen ellos, pero que como ellos, estén lejos de pretender importar la violencia política al país donde vivimos, donde crecen nuestros hijos, donde, con un “nunca más”, quedarán sembrados nuestros otros hijos: Robert y María.

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