Toby Valderrama
(Especial Revista Punto Final, Chile)
El
interior de una revolución es similar a un baile de máscaras. Es
difícil identificar las corrientes políticas tras los antifaces, no
aparecen nítidas, se mimetizan, se amoldan a las circunstancias. En
época de viento a favor, hasta la ultraderecha quiere pasar por
socialista; en época menguante, hasta los socialistas se ponen apodos
para evadir el desprestigio. Siempre la masa incauta es sometida a
lluvia de espejismos.
La
revolución chavista sufre de este mal de simulacro, que se agudiza
después del asesinato del Comandante. En estas circunstancia, surge con
importancia de vida o muerte la pregunta: ¿Cómo separar lo
verdaderamente revolucionario de la simulación? La respuesta la
encontraremos en la historia. Veamos.
El primer salto
revolucionario de esta época histórica lo podríamos situar en la
Revolución Cubana. Allí se resolvió la ecuación de la revolución armada a
pocas millas del centro imperial, en un país con escaso proletariado.
La Revolución Cubana se nutrió de Martí y del pensamiento universal. Se
convirtió ese salto en referencia para toda revolución en el
continente. Simultáneamente, se gestaba lo que el Che calificó como la
búsqueda de los mismos objetivos “por otros caminos”, cuando dedica el
libro La guerra de guerrillas al
presidente Allende. El camino chileno al socialismo se fortalece como
esperanza luego de la caída del Che en Bolivia y con el triunfo del
socialismo en las elecciones burguesas de 1970.
Estaban así delineados, en la América, los dos caminos para tomar el cielo por asalto.
El camino
armado languidecía y quedaba como heroica referencia histórica. Los
corazones y las mentes de los revolucionarios se voltearon a Chile, lo
que allí pasara influiría en la historia del continente, de allí
saldrían enseñanzas vitales para los revolucionarios. Allende triunfa y
comienza el inédito camino de la revolución pacífica. Mucho se podría
escribir de aquella experiencia. Primero, destacar la inmensa condición
de revolucionario de Allende, que murió certificando la frase del Che:
“En una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”. Pero sobre
todo aprender de la derrota y de cómo evitarla, estudiar las corrientes
que contribuyeron a ella y las que surgieron como señal, como rayo de
futuro. Es en estas últimas que se inscribe la historia de Miguel
Enríquez.
Su vida, su
pensamiento, entra en combate nuevamente aquí en la revolución chavista.
En estas circunstancias difíciles para nosotros, su figura surge
gigantesca en medio de la batalla teórica y práctica que hoy se libra
contra la restauración del capitalismo, la socialdemocracia, los
heraldos negros “del poco a poco”, del “ahora no se puede”, del “será
obra de generaciones futuras”, todos promotores de la yugulación de la
revolución.
¿Por qué Miguel tiene vigencia hoy, qué nos enseña, qué nos alerta?
Ubiquemos la
lucha: después del asesinato de Chávez la situación política se agudizó,
entró en etapa de definiciones. El liderazgo de Chávez mantenía
agazapadas a las fuerzas socialdemócratas que cohabitaban dentro de la
revolución. Electo el presidente Maduro, aún no superado el duelo de la
desaparición del líder, la dirección de la revolución sufrió el asalto
de la socialdemocracia. Se convoca a los empresarios más conspicuos y se
estimulan las teorías derrotistas, el reformismo se convierte en la
ideología dominante dentro de la revolución. Con este cambio en el
paisaje político, la lucha ideológica se hace fundamental. Los
argumentos tomados de la Revolución Cubana son despachados con las
argucias de que eran otros tiempos, de que la lucha armada fracasó. Así,
se hace una necesidad estudiar la vía chilena al socialismo.
Entonces, surge
inmensa la figura del MIR chileno, de Miguel Enríquez, que entra con la
moral en alto, sin máscara, transparente, en el baile de disfraces, y
toma la palabra. Lo primero que espeta es: el fracaso no será el fracaso
del socialismo sino del reformismo. Asombrosa afirmación, pero
esclarecedora: Allende no cae por socialista sino por sus concesiones al
reformismo. He allí una alerta a la revolución chavista: las alianzas
con la oligarquía, las concesiones a los burgueses, no pueden salvar una
revolución, al contrario, la debilitan y preparan su derrumbe. La etapa
del proceso chileno, un año antes del golpe del 11 de septiembre, es
similar a la que vivimos luego del asesinato del Comandante Chávez, se
trata de una ofensiva final de la burguesía. El MIR chileno nos ilustra
bien el comportamiento de la burguesía en este momento final. En un
documento interno del MIR, redactado por Miguel Enríquez, leemos: “Las
fracciones más poderosas de la burguesía, el jarpismo y freismo,
impusieron entonces su táctica ofensiva. Por un lado permitieron que la
fracción ‘pequeño burguesa’ y ‘democrática’ del PDC abriera al
reformismo la ilusión de la salida ‘consensual’ para la crisis nacional,
mientras por el otro dieron comienzo a una nueva táctica: plantearon la
capitulación de la UP o su derrocamiento, exigieron que el gobierno
avalara y permitiera la paulatina destrucción del terreno ganado por el
movimiento de masas...”.
Casi no hay que
sustituir nada, el cuadro pintado por Miguel es asombrosamente idéntico
al que hoy vivimos en Venezuela, y al que presagia su desarrollo. Dice
el documento del MIR que ese partido fue sorprendido por el golpe de
Estado sólo en lo táctico, y añade: “Distinto es el caso del reformismo,
el que desarmó a las masas, a la Izquierda, esperanzado en la ilusión
de que lograría sellar una alianza con una fracción burguesa (diálogo
con el PDC) o un entendimiento con la alta oficialidad de las FF.AA.
(...) Ellos, hasta el último momento, ante la agudización de la lucha de
clases, prefirieron jugar las cartas de la ilusoria conciliación de
clases (...) ellos fueron sorprendidos táctica y estratégicamente por el
golpe militar”.
En una
entrevista desde la clandestinidad, Miguel es más preciso, nos dice: “En
Chile no ha fracasado la Izquierda, ni el socialismo, ni la revolución,
ni los trabajadores. En Chile ha finalizado trágicamente una ilusión
reformista de modificar las estructuras socioeconómicas y hacer
revoluciones con la pasividad y el consentimiento de los afectados, las
clases dominantes (...) Confirmando la frase del revolucionario francés
del siglo XVII Saint Just: ‘Quien hace revoluciones a medias no hace
sino cavar su propia tumba’”.
Allí está la
lección. El golpe sorprende a los gobernantes encerrados en sí mismos,
en sus vanas ilusiones de conciliación. Los que alertan no son oídos,
son descalificados por la pequeña burguesía que sigue el camino de la
entrega de la posibilidad revolucionaria.
La situación en
la revolución chavista sorprende por su parecido con los últimos meses
del gobierno de Allende. Es el mismo comportamiento de los factores
burgueses y oligarcas internacionales, Samper no había tomado aún
posesión de su cargo en Unasur cuando ya estaba impulsando el diálogo en
Venezuela, este país fue su primera escala. Los gringos pujan por el
diálogo y lo plantean con carácter de ultimátum, no dejan de conspirar.
Simultáneamente, los partidos de oposición plantean salidas fuera de la
Constitución; aunque las maquillan, se les ve la complicidad con salidas
golpistas. Las dificultades económicas, el desabastecimiento, las
colas, los precios altos, todo hace recordar las palabras de Nixon
condenando la economía de Chile.
Frente a este
cuadro, el gobierno, que intentó un pacto con la burguesía, que fracasó
en lo económico, insiste en profundizar la alianza que no pudo contener
la subida del dólar, que no resolvió los problemas económicos, su único
logro fue mermar la base social de la revolución, debilitar a grados
extremos al gobierno. Entra ahora en un periodo de conciliación que
vaticina mayores exigencias por el campo opositor, se espera una nueva
ronda de diálogos, y por supuesto mayor debilidad.
El desenlace en
Chile ya lo sabemos: Pinochet es el fruto de las debilidades. Miguel
Enríquez, el MIR, alertaron con mucho tino la situación y sus
perspectivas, al punto que en La Moneda Allende dice: “Ahora es tu
turno, Miguel”. Falta por ver cuál será el desenlace en Venezuela, si la
burguesía aceptará pacto con un gobierno debilitado, o si Chile se
repetirá. Ojalá los gobernantes oigan los gritos que le llegan desde la
casa de la calle Santa Fe 725, entre Chiloé y San Francisco, en la
comuna de San Miguel, donde Miguel libró su último combate en vida.
Ya tenemos
elementos para movernos en el baile de disfraces, para ver más allá de
las máscaras: el revolucionario siempre quiere hacer la revolución,
siempre lo intenta, que sea la realidad el último juez de sus acciones;
se somete a la historia para que ésta lo absuelva o lo condene. El
reformista se pierde en argumentaciones, en excusas para no intentar el
salto. En la teoría justifica, disfraza, su entrega al capitalismo.
Ojalá los revolucionarios sean oídos en la revolución chavista... aún
hay tiempo.
¡Miguel
Enríquez, vive junto a Fidel, el Che, Allende, Chávez, en el corazón de
los revolucionarios y de las revoluciones que vendrán!
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