José Vicente Rangel.
1 Lo que hoy escribo contiene reminiscencias del pasado, crítica y
autocrítica, percepción de la realidad, preocupación, optimismo.
¿Motivo?: el clima existente en el país. La angustia creciente.
Expectativas que surgen y se desvanecen. La impresión de muchos
compatriotas de que algo va a pasar -como en el cuento de García
Márquez. ¿De verdad va a pasar algo extraordinario, distinto a lo que
cotidianamente depara el vórtice en que vivimos? Voy al grano. Ante
todo, no pretendo alarmar. Pero sí que tomemos conciencia de la delicada
situación por la que atraviesa Venezuela. Situación económica difícil,
ante la cual el Gobierno hace cuanto puede -y un poco más- para
sortearla. Situación política complicada por dos razones:
características de la oposición y descarada injerencia de EEUU en los
asuntos internos del país. Ahora bien, lo que ocurre no es para
deprimirse. Al contrario, sirve para estimular la capacidad combativa
del pueblo venezolano; para tomar conciencia de los desafíos que ponen a
prueba. Que conste, lo que escribo no es retórica. Quienes me conocen
saben que no la practico.
2 Hay una amenaza cierta sobre Venezuela. Contra el orden constitucional
imperante y, lo más grave: de acuerdo al formato que emplea el Gobierno
de EEUU en sus nuevas aventuras imperiales -tipo Libia y otras-; no
solo busca apoderarse del petróleo y otros recursos naturales, sino
destruir el Estado y acabar con el “mal ejemplo” de los procesos
liberadores. EEUU carece de escrúpulos. En nombre de la libertad -y
ahora de los derechos humanos que siempre pateó- planifica brutales
agresiones. El proyecto se apoya en la subversión interna de la que
participa la ultraderecha, partidos anacrónicos, grupos económicos
refractarios al cambio y una excrescencia neofascista. Esta heterogénea y
sórdida combinación de intereses asume las tareas sucias. Es
responsable de la cruenta actividad desestabilizadora que comenzó el
12-F de este año que, a su vez, alimenta la conjura mediática en el
exterior.
3 Venezuela enfrenta una conspiración atípica. El país nunca estuvo
sometido a una amenaza como la que ahora encara. Desde que Nixon planeó
la conjura contra el proceso político y social que encabezó Allende, no
se veía en la región algo parecido. Ahora el contubernio EEUU-burguesía
local-fascismo criollo, agrega a lo que ocurre un descaro sin
precedentes. Estas consideraciones tienen que ver con lo que puede pasar
próximamente. No soy profeta, pero intuyo que el plazo se achica. El
fascismo, que montó la guarimba, se inserta en el formato del “golpe
continuado”. Ahora se dispone a iniciar, con más violencia y recursos
-cuenta con 15 millones adicionales acordados por el Congreso a Obama-,
la segunda etapa del plan. En tanto, la actitud de la llamada “oposición
democrática” no puede ser más cínica. Confirma la estrecha relación
entre lo que se planifica en Washington y lo que se ejecuta en Caracas.
Su carácter cipayo hace que este sector se desentienda de la escalada
intervencionista de EEUU. Que ignore mensajes ominosos como la
iniciativa del Congreso de legislar sobre Venezuela y las constantes
agresiones verbales de voceros de la Casa Blanca. La pregunta es si
estamos preparados o no para hacerle frente a lo que se nos viene
encima. Porque no cabe duda de que los integrantes de la conspiración
antinacional se dispongan a todo. Ya no hay espacio para la conjetura
sobre sus intenciones. Lucubrar si se decidirán a actuar es insensato
porque la decisión está tomada. No entenderlo así es vivir en una
galaxia.
4 La lectura de un singular testimonio político apuntala mi tratamiento
del tema. Se trata de la versión del periodista chileno, director de la
revista Punto Final, Manuel Cabieses, sobre su experiencia cuando el
golpe de Pinochet. El texto figura en el libro La Conspiración contra
Allende, del escritor Juan Jorge Faundes. Cabieses refiere su vivencia
personal días antes del 11 de septiembre de 1973. Confiesa: “Hablábamos
del golpe, pero jamás pensamos que estábamos a horas del mismo”, y
agrega: “Te cuento esta anécdota -Cabieses al entrevistador- porque
refleja el estado de empelotamiento (modismo chileno) generalizado que
había respecto a la conspiración”. Y explica: “Tenía una vaga idea de
que se iba a resistir, pero sin saber cómo ni con qué. Como se pudo
comprobar, no estábamos preparados para el golpe”. Luego agrega: “Los
exiliados brasileños y argentinos nos habían advertido de esta debilidad
de la izquierda. No teníamos idea de lo que era un golpe, no lo
habíamos vivido. Teníamos una visión, digamos, romántica, y una
sobreestimación de nuestras capacidades para resistir un golpe. Pero no
teníamos la más remota idea de lo brutal que podía ser”. El resto del
reportaje es la narración de la experiencia vivida por el periodista
durante el golpe y posteriormente. Cuenta cómo éste lo sorprendió en su
trabajo, en el diario Última Hora, y la indefensión en que vivió a
partir de los acontecimientos. Por lo cual afirma: “de tal manera que
estaba solo y pensando qué podía hacer, para dónde ir”. Observó a
distancia la euforia desbordada de la derecha por el derrocamiento del
presidente constitucional y el júbilo del sector por la feroz represión
que se desató. Lo demás es la odisea del periodista y militante, la
prisión, los campos de concentración: Chacabuco, Puchuncaví y Cuatro
Álamos; el exilio, el retorno al país para participar en la resistencia,
y la vuelta a la democracia -18 años después- para asumir la
reaparición de Punto Final.
5 Los venezolanos sí hemos vivido golpes, exitosos y fracasados. Unos lo
olvidan o se resisten a reconocer sus efectos; otros, no. Así como los
procesos de gestación. Pero hay que tratar de que la memoria no flaquee y
mantener incólume el recuerdo. Que ahora se necesita más que nunca
debido a la amenaza de la siniestra confabulación de intereses contra la
democracia y la soberanía nacional. No soy pesimista ante lo que
sucede. Considero que el gobierno bolivariano cuenta con importantes
recursos, entre otros, la mayoría del pueblo, la Fuerza Armada,
partidos, trabajadores, poder popular. Comparada esta situación con la
del 11-A, la ventaja es abrumadora. Pero ahí, justamente, está el
peligro. Consistente en sobreestimar el poder de la revolución y
subestimar el poder de la contrarrevolución. Hace doce años pasó eso. Lo
admito con sentido autocrítico. Ni los servicios de inteligencia del
Estado funcionaron. A la revolución la salvó el pueblo con su prodigiosa
intuición, y el carisma, coraje, astucia de Hugo Chávez. Estuve en ese
entonces en el centro de los acontecimientos y puedo dar fe de
debilidades y fortalezas, de lealtades y traiciones y, sobre todo, del
excepcional sentido de la conducción del comandante de la revolución y
su mágica conexión con el pueblo.
6 Ahora la revolución bolivariana cuenta con más recursos, pero no está
Chávez. Por tanto, el compromiso de quienes dirigen es mayor. Las
exigencias se multiplican. Veo con horror el enfrentamiento cruento
entre venezolanos. Soy fanático de la paz. Pero he arribado a la
conclusión de que el enemigo quiere la guerra. Por tanto, se precisa
conocer lo que hay que hacer en el momento en que las circunstancias lo
exijan. Ojalá no lleguemos a esa encrucijada fatal, pero no hay que
subestimar la intención de la contrarrevolución de acabar con todo. De
ahí su persistencia en la violencia. A la hora de la verdad -en las
chiquiticas- tenemos que saber lo que hay que hacer cuando el lobo feroz
ataque. Muchos saben cómo actuar, pero hay que estar conscientes y
organizarse. Por último una clara advertencia: ir contra la Constitución
tendrá un costo elevadísimo.
Periodista, escritor, defensor de los derechos humanosjvrangelv@yahoo.es
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