Temir Porras Ponceleon.
Hace unos días compartí un texto que escribí recientemente, enviándolo por correo electrónico a varios contactos, con la intención de que sirviera de contribución a la reflexión. Algunos de ellos juzgaron útil colgarlo en la red, y fue así como el texto se hizo un poco más público.
Solo que entre tiempo le hice algunos retoques al texto, y es por eso que decidí colgar esa última versión en este blog que tenía abandonado hace algún tiempo.
Solo quisiera aprovechar esta ventana para precisar que no se trata de un artículo en el sentido periodístico de la palabra, porque no fue escrito con ese fin. Aparte de que el texto es un poco largo para sacarlo por prensa, la implacable lógica mediática venezolana prohibe que se utilice a los medios como soporte para el debate y el pensamiento.
Además, lo más importante no es que se sepa que yo pienso lo que escribo en este texto, ni que se especule sobre si estoy criticando esto o aquello, sino que el contenido pueda contribuir a nuestra reflexión colectiva.
Ahora bien, sí creo que quienes hacemos política tenemos la obligación de expresar nuestras opiniones, tanto para que se sepa claramente lo que pensamos, como para contribuir con nuestras ideas a la solución de problemas que requieren muchas cabezas y voluntades juntas. Durante los doce años de vida que he consagrado al servicio de la Revolución Bolivariana, he dedicado la mayor parte de mi tiempo a escribir documentos de análisis, informes, resúmenes, temas de conversación, ideas para discursos, fichas de lectura, sugerencias de programa, etc. Así que esto no es más que una prolongación pública de lo que siempre he hecho más discretamente.
Espero, humildemente, que pueda ser de alguna utilidad.
Hace unos días compartí un texto que escribí recientemente, enviándolo por correo electrónico a varios contactos, con la intención de que sirviera de contribución a la reflexión. Algunos de ellos juzgaron útil colgarlo en la red, y fue así como el texto se hizo un poco más público.
Solo que entre tiempo le hice algunos retoques al texto, y es por eso que decidí colgar esa última versión en este blog que tenía abandonado hace algún tiempo.
Solo quisiera aprovechar esta ventana para precisar que no se trata de un artículo en el sentido periodístico de la palabra, porque no fue escrito con ese fin. Aparte de que el texto es un poco largo para sacarlo por prensa, la implacable lógica mediática venezolana prohibe que se utilice a los medios como soporte para el debate y el pensamiento.
Además, lo más importante no es que se sepa que yo pienso lo que escribo en este texto, ni que se especule sobre si estoy criticando esto o aquello, sino que el contenido pueda contribuir a nuestra reflexión colectiva.
Ahora bien, sí creo que quienes hacemos política tenemos la obligación de expresar nuestras opiniones, tanto para que se sepa claramente lo que pensamos, como para contribuir con nuestras ideas a la solución de problemas que requieren muchas cabezas y voluntades juntas. Durante los doce años de vida que he consagrado al servicio de la Revolución Bolivariana, he dedicado la mayor parte de mi tiempo a escribir documentos de análisis, informes, resúmenes, temas de conversación, ideas para discursos, fichas de lectura, sugerencias de programa, etc. Así que esto no es más que una prolongación pública de lo que siempre he hecho más discretamente.
Espero, humildemente, que pueda ser de alguna utilidad.
¿Qué hacer en esta etapa de la Revolución?
Irreverencia en la discusión, y
disciplina en la acción. Esta orientación política del Comandante Chávez es más
que nunca necesaria hoy, cuando la Revolución enfrenta desafíos gigantescos y
sigue atravesando el período crítico abierto por la desaparición física de su
líder fundamental.
La incertidumbre política
originada por la fatalidad, se ha venido agudizando como producto de un
escenario económico complejo que, por primera vez en mucho tiempo, amenaza con
resquebrajar la base social de la Revolución.
No cabe duda que buena parte de
las amenazas que se ciernen sobre la Revolución Bolivariana son de origen
externo. Injerencia, sabotaje, propaganda, conspiración… Todos esos factores
con los que se nos ha acosado desde que el Comandante Chávez decidió gobernar
libre y soberanamente, sin otro imperio que la voluntad del Pueblo, recrudecen
hoy que su ausencia nos ha debilitado en muchas formas diferentes.
Sin embargo, considero que en
este momento debemos concentrar nuestros esfuerzos en examinar nuestra propia
capacidad de generar políticas que nos hagan avanzar fortaleciéndonos, antes
que fijar el foco en quienes buscan distraernos y desestabilizarnos.
En primer lugar porque las
amenazas externas siempre han existido, y hemos logrado contenerlas y
derrotarlas en buena parte gracias a nuestra fortaleza interna. Mientras se nos
acusó de dictadores hicimos progresar la democracia, mientras se nos calificó
de hambreadores hicimos retroceder la pobreza, mientras se pretendió que nos
aislábamos tuvimos mayor relevancia geopolítica que nunca. La Revolución
Bolivariana ha sabido derrotar internamente a sus calumniadores externos,
haciendo de cada ataque una ocasión para construir una victoria.
En segundo lugar porque el pueblo
venezolano, en su inmensa mayoría compuesto de buenos patriotas, está
plenamente consciente de que las dificultades que enfrentamos tienen mucho que
ver con nosotros mismos y juzga permanentemente, de acuerdo con sus fluctuantes
expectativas y aspiraciones, cuan capaz es la Revolución de garantizarle un
presente mejor que el ayer y un futuro aún mejor que el presente. Ninguno de
estos venezolanos acepta que un gringo pretenda humillarlo, y concuerda con que
su gobierno haga respetar la dignidad de la Patria, pero a la hora de atribuir
las responsabilidades de los males que nos aquejan, muy pocos vuelcan la mirada
hacia el imperio… Este criterio aplica de la misma manera hacia la
desestabilización interna. Por más desleal y conspiradora que pueda ser la derecha
venezolana, ello no garantiza la indulgencia popular hacia el gobierno, al cual
se le exige que mantenga a la conspiración a raya, mientras garantiza políticas
públicas efectivas. Nadie en su sano juicio, ni en Venezuela ni en ninguna
parte, piensa que el principal responsable de sus problemas pueda ser la
oposición…
En tercer lugar, porque la
esencia de la Revolución radica en un sueño de transformación nacional hecha
realidad día a día; en lo extraordinario hecho cotidianidad; en una puesta en
movimiento de toda la sociedad hacia objetivos trascendentales pero con
conquistas permanentes y palpables que demuestran que vale la pena seguir
avanzando. La Revolución Bolivariana apunta hacia el mañana transformando el
ahora. Además, Venezuela es un país de gigantescos recursos e inmensas
potencialidades, en el cual la Revolución ha despertado conciencias y elevado
el nivel de expectativas, de manera que las exigencias crecientes del pueblo no
permiten que la Revolución se contente con reposar sobre sus laureles. Cada
logro constituye el piso sobre el cual se debe construir otro logro superior, y
no solamente en términos cuantitativos, sino, lo que es más complejo,
cualitativos también. Venezuela debe seguir teniendo el mayor sistema público
de educación, el más masivo sistema público de salud y el acceso más
democrático a las tecnologías, pero debe también construir escuelas y universidades
de excelencia, garantizar la mejor calidad de servicio médico, así como la más
alta velocidad de conexión a la red, a la par de los mejores estándares
internacionales. Una cosa no es pretexto para sacrificar la otra.
Ahora bien, la complejísima
coyuntura económica por la que estamos atravesando, y los efectos políticos
disruptivos que ésta ha generado, constituyen un obstáculo considerable para
que la Revolución siga garantizando ese avance interno que ha hecho su
fortaleza en la década pasada. Tenemos que poner todo en obra para conservar, o
más bien recuperar, nuestra capacidad de transformar el presente, y no permitir
que una regresión coyuntural en las condiciones materiales de vida de nuestros
compatriotas, junto con la duda sobre la capacidad del nuevo liderazgo de la
Revolución para conducir los destinos del país, se lleve esta obra gigantesca
que tanto ha costado construir.
Pero para lograr ese cometido hará
falta paradójicamente examinar con severidad nuestra estrategia, a la luz de
circunstancias que han cambiado tan profundamente en un espacio tan corto de
tiempo, que no nos ha permitido procesarlas adecuadamente. Y esa discusión debe
ser abierta y profunda, permitiendo que se expresen sosegadamente las
diferentes sensibilidades que conforman el movimiento revolucionario y
bolivariano, sin que ello tenga que afectar su unidad ni su cohesión. Una vez
más, de eso se trata lo de la irreverencia y la disciplina.
Por mi parte, pondré el énfasis
en tres puntos fundamentales sobre los cuales deberíamos operar, más que una
inflexión, un cambio de rumbo estratégico en el más corto plazo posible:
1.
En lo
político, fortalecer el liderazgo del Presidente Nicolás Maduro
Digámoslo de
entrada, aquí no se trata de inventar un debate inexistente acerca de si un
supuesto madurismo vendría ahora a remplazar al chavismo. Por una parte, el
chavismo es nuestra filiación histórica común y, por otra, tal cosa como el
madurismo no existe ni existirá, por lo menos no como ideología propia. Esto
pareciera ser algo obvio, pero vale la pena subrayarlo para no perder el tiempo
en discusiones estériles.
Sin embargo, no
hay nada menos chavista que aquello del liderazgo colectivo. Uno de los legados
incontestables que nos dejó el Comandante Hugo Chávez en cuanto al ejercicio de
la política, es que el liderazgo personal en las complejas circunstancias de
nuestra Revolución es necesario, debe ejercerse y debe ser reconocido.
Ciertamente, el liderazgo no se decreta, y debe construirse, consolidarse y
hasta debe tener algo de naturalidad y mucha legitimidad, pero lo cierto es que
el chavismo necesita de un liderazgo personal sólido. Y finalmente ese liderazgo
debe ejercerse (esta obviedad merece también ser resaltada) de cuerpo presente.
Tener un líder histórico y una fuente suprema de inspiración no basta; hace
falta quien lidere la batalla día tras día en este bajo mundo, y ejerza la
jefatura política. Por tomar a modo de comparación un ejemplo algo extremo,
podríamos decir que el liderazgo material del Presidente Nicolás Maduro no
remplaza al liderazgo espiritual del Comandante Chávez, de la misma manera que
el liderazgo de un Papa en la Iglesia Católica no remplaza la guía espiritual
del Señor…
Por lo pronto,
lo que es incontestable es que el propio Comandante Chávez designó a Nicolás
Maduro como jefe político del chavismo, y que la mayoría de los venezolanos (y
obviamente de los chavistas militantes) lo elegimos democráticamente como
nuestro Presidente.
No apostarlo
todo, sincera y efectivamente, a la consolidación del liderazgo de Nicolás
Maduro sería un craso error, pues la fortuna del chavismo va de la mano con la
de Nicolás Maduro, y está absolutamente claro que nuestra única opción es la
victoria. En caso de derrota, no habrá una segunda oportunidad.
Y si me
preguntaran en qué constituye esto un cambio de rumbo estratégico, respondería
que hasta ahora a Nicolás Maduro se le ha reconocido en su función de
Presidente de la República, pero no como jefe político del chavismo, con el
derecho y el deber de imprimirle su visión personal a la construcción de la
Revolución, trascendiendo la simple función de conservador del legado del
Comandante. Volveré a este punto más adelante.
El liderazgo del
Presidente debe tener dos columnas igualmente importantes.
La primera ya la
hemos evocado, y es la histórica, cuyo punto culminante es la sublime alocución
del Comandante Chávez el 8 de diciembre de 2012 designando a Nicolás Maduro
como su sucesor. No me extenderé en este punto evidente, más que para subrayar
el valor de los símbolos y las palabras para Chávez. Al hablar de su convicción
“plena como la luna llena, absoluta, total”, el Comandante no buscó simplemente
hacer una figura de lenguaje en un momento tan grave. Conociendo el peso
gigantesco de su palabra, Chávez indicó taxativamente y reiteradamente quien
debía ser el jefe cuando llegara la hora de su partida. Hasta en eso ejerció un
acto típicamente chavista de autoridad. Chávez jamás habló de una situación
transitoria, ni de un cuerpo colegiado, ni de nada por el estilo, y su silencio
al respecto es tan contundente como lo que sí dijo. En fin, creo profundamente
que Chávez designó a Maduro para que, como él lo hizo, ejerciera su jefatura, y
que en consecuencia el chavismo debe obrar para que ese liderazgo se consolide,
pues en ello se juega el futuro la Revolución.
La segunda, es
de naturaleza personal. Maduro no puede ser solamente el “hijo de Chávez” o el
garante del legado. Tiene que imprimirle su visión personal a la conducción de
la Revolución. Por una razón tan obvia como que Chávez y Maduro son dos hombres
muy diferentes, y no solamente en lo que se refiere a la estatura política,
como es evidente. A diferencia de Chávez, Maduro es un civil, y tiene un
carácter profundamente urbano, por oposición a la ruralidad de Chávez. Tal vez
por su formación de sindicalista tiene una visión muy pragmática de la
política, en cierta manera menos ideológica o doctrinaria que la de Chávez. Eso
no quiere decir de ninguna manera que sus convicciones sean menos firmes, sino
que tiene un estilo más flexible a la hora de abordar los problemas. Todo esto
va en concordancia, de hecho, con que Maduro no es el padre ideológico de una corriente
de pensamiento, como sí lo es Chávez, sino que se trata del jefe político de
esa corriente y está en la obligación de adaptarla a las circunstancias. El
Comandante Chávez encarnó un modo de liderazgo titánico, demiúrgico, necesario
para hacer renacer a la Patria de sus cenizas. Hoy, tras 15 años de Revolución
Bolivariana, estamos en otro momento histórico al cual corresponde un liderazgo
flexible capaz de sacar al barco de la tormenta y en cuya destreza seamos
capaces de depositar nuestra confianza para dejarlo maniobrar según su mejor
criterio. Ese hombre es sin duda alguna Nicolás Maduro.
¿Y quién puede
negar que el pragmatismo es una virtud extremadamente necesaria en las
circunstancias complejas que vivimos? ¿Cuál sería el papel de un líder si no el
de imprimir su visión personal a la política y aglutinar la voluntad
mayoritaria alrededor de esa visión?
En fin, estoy
convencido que la mejor forma de que el Presidente Maduro siga el ejemplo de
Chávez, no es tratando de imitarlo, sino ejerciendo el liderazgo como lo
ejercía Chávez, con sus características propias, muy necesarias para la etapa
de la Revolución que vivimos. El Maduro pragmático nos hace mucha falta. Al
escogerlo como su sucesor, Chávez demostró una vez más que era mucho más
visionario que todos nosotros.
2.
En lo
económico, fijar objetivos estratégicos y alcanzarlos con pragmatismo
El período
turbulento que atraviesa la Revolución, tiene en buena parte causas económicas.
Ciertamente, la Revolución ha sido la mayor ola de democratización política en
la historia republicana venezolana, pero lo que le ha dado su extraordinaria originalidad
ha sido su obra de democratización económica y social, a contracorriente de la
tendencia global al incremento de las desigualdades. La Revolución Bolivariana
se hizo indetenible tan pronto como logró generar ese movimiento ascendente, que
generó por primera vez en la historia confianza y seguridad en las clases
populares venezolanas. La despreocupación por el mañana, y la confianza de que
el futuro será mejor que el presente, para uno mismo y para sus hijos, es uno
de los cimientos más sólidos sobre los cuales construir un proyecto
profundamente republicano. En la mayoría de las sociedades, la participación
política tiende a intensificarse conforme se sube en la escala socio-económica.
Eso se explica porque la política es un lujo para quienes viven en la angustia
de la supervivencia y preocupados por el mañana. La Revolución Bolivariana
conjuró esa maldición y masificó la participación política al hacer retroceder la
inmensa incertidumbre económica y social en la que vivíamos la mayoría de los
venezolanos.
Hoy, el fantasma
de la regresión social nos acecha, y es imperativo exorcizarlo. Y lo peor es
que no nos acecha porque el gobierno bolivariano haya renunciado a sus
políticas sociales, que siguen plenamente vigentes. Paradójicamente, son los
grandes desequilibrios macroeconómicos los que conspiran contra los esfuerzos
sociales que hace el gobierno revolucionario, haciéndolo destruir con la mano
derecha, por así decirlo, lo que va construyendo con la mano izquierda.
Y a eso me
refiero cuando hablo de actuar con pragmatismo, porque no se trata de cambiar
grandes orientaciones políticas, sino de tomar las acciones coyunturales
apropiadas para alcanzar efectivamente los objetivos planteados políticamente.
La Revolución
debe buscar por todos los medios generar estabilidad, y tiene que conseguir la
ruta más directa para lograrlo, porque el tiempo conspira contra ella. Los
desórdenes macroeconómicos a los cuales está sometida la sociedad venezolana
tienen efectos rápidos y considerables en las condiciones de vida de los
venezolanos. Hacer las cosas más o menos bien, en cantidad insuficiente o un
mes tarde, tiene efectos muy importantes. El mejor ejemplo de ello es la
inflación, cuyos estragos es imposible desandar. Por más inspecciones y
ofensivas económicas que lancemos, si el resultado a fin de mes es 5% de
inflación, el pueblo y el gobierno somos quienes perdemos. Porque el pase de
factura es inmediato, y porque recuperar nivel de vida es mucho más lento y
laborioso que perderlo. En cuestión de meses podemos perder lo que hemos
construido en años, y que nos tomará años recuperar una vez que logremos
invertir la tendencia. Y se trata exactamente de eso. De invertir la tendencia
y rápido. Generando crecimiento, regresando la inflación a niveles manejables,
racionalizando una política monetaria y cambiaria más parecida al
funcionamiento de un casino que al de un Banco Central, y haciendo el esfuerzo
de manejar la economía tal y como es hoy, y no como quisiéramos que fuera en un
mundo que aún no existe. Porque la economía capitalista, que es la del mundo en
el cual vivimos, debe ser piloteada de manera tal que no conspire contra los
objetivos inmediatos de la Revolución (incrementar el bienestar material,
democratizar la vivienda, la salud y la educación, etc), en un país donde el
gigantesco peso económico del Estado es el que condiciona el comportamiento de
todos los demás actores. Con estabilidad macroeconómica, altos precios del
petróleo y políticas sociales de impacto, francamente no hace falta mucho más
para progresar a pasos agigantados hacia una sociedad más avanzada. Un poco de
pragmatismo y de eficiencia son suficientes.
La heterodoxia
macroeconómica es necesaria para gobernar desde la izquierda: tener una
estrategia audaz de inversión de las reservas internacionales, no sacrificar el
crecimiento por anular la inflación, recurrir al déficit fiscal para sostener
la actividad económica cuando es necesario, etc. Pero eso no quiere decir que
se pueda hacer cualquiera de estas cosas sin límite, a nombre del
anticapitalismo. Acabar con las reservas es peor que acumularlas en exceso,
tener inflación de dos dígitos sin crecimiento es altamente regresivo
socialmente, y fabricar moneda sin límite es simplemente destruir su valor.
Conducir con racionalidad la política económica no es sinónimo de
neoliberalismo, así como practicar la heterodoxia hasta la irracionalidad no es
sinónimo de socialismo.
Hoy nuestro
modelo social de avanzada está amenazado por el agotamiento de los recursos
disponibles de la renta petrolera para darle sustento material. Sin mayor
creación de riquezas, no podremos sostener el ritmo de avances sociales que
requiere la Revolución. Ante esa perspectiva, dos grandes posibilidades se
ofrecen a nosotros: Por una parte, producir más renta extrayendo más petróleo,
y por la otra, generar nuevas riquezas produciendo otros bienes y servicios.
Una aproximación pragmática consiste en buscar las vías más expeditas para
alcanzar estos objetivos sin echar nuestros principios por la borda, pero
también siendo realistas acerca de lo que es posible hacer aquí y ahora.
Para solventar
nuestros más agudos y urgentes problemas de liquidez, parece más razonable
apostarle a recuperar lo que ha caído nuestra producción petrolera tradicional -con algunos recursos bien dirigidos-, que
esperar a que las megainversiones de la Faja multipliquen nuestra producción actual
por dos o tres. Al precio de hoy, una producción adicional de 500 mil barriles
día, generaría ingresos anuales adicionales por 16 mil millones de dólares, es
decir, en 12 meses, el total de la deuda comercial que hemos acumulado en varios
años. Sin duda suena menos épico que la Faja, pero bastante más factible en el
corto plazo.
Todavía recuerdo
la lección magistral de política que le propinó el Presidente Pepe Mujica a uno
de nuestros anteriores Ministros de Agricultura y Tierras, al decirle que
mientras él se estaba ocupando de construir el socialismo en el campo, los
venezolanos nos estábamos alimentando de cereales importados producidos por empresas
transnacionales. Ante esa cruel realidad, Pepe añadió que él preferiría
consumir cereales (y alimentos en general) producidos por un capitalista
venezolano en Venezuela, que generara riqueza en el país y le ahorrara divisas a
la nación, antes que depender de las importaciones. Eso no será el socialismo,
pero en el marco de las posibilidades que tenemos aquí y ahora, es
indudablemente mejor que importar comida producida por los gigantes del
agronegocio.
3.
En lo
social, construir una mayoría amplia para transformar en profundidad
Es evidente que
el chavismo debe reconstruir su mayoría política para volver a ser la fuerza
hegemónica que necesita y merece ser. 50% más un voto es ciertamente suficiente
para ser un gobierno legítimo, pero no para desencadenar una marcha indetenible
hacia el socialismo…
Para transformar
nuestra sociedad en paz y con libertad, nuestra Revolución debe contar con el
apoyo, tácito o manifiesto, de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas. Esto
no quiere decir que tengan que estar inscritos en el PSUV, sino que nuestras
instituciones y nuestras políticas deben estar en sintonía con las aspiraciones
de la inmensa mayoría de la población.
Para ello, el
chavismo tiene que volver a ser aplastantemente dominante en las clases
populares (los grupos socio-económicos D y E) que han sido históricamente su
sustento, pero también sólidamente mayoritario en las clases medias (el grupo
C) que la propia Revolución ha ensanchado. Las clases populares son aliadas
naturales de la Revolución, en la medida en que ésta les garantiza políticas y
derechos sociales que las hagan salir definitivamente de la pobreza y les abran
nuevos horizontes para gozar de una vida plena y placentera. Hacer que millones
de personas salgan de la pobreza quiere decir, por deducción lógica, que la
clase media (en su expresión más modesta inicialmente) crece en proporción
correspondiente. Este hecho extraordinario, del cual tendríamos que
enorgullecernos ruidosamente, a veces pareciera generarnos incomodidad, como si
nos hubiéramos terminado creyendo la caricatura miserabilista que ha construido
la derecha sobre nosotros. Aquella que pretende que el chavismo busca una
nivelación hacia abajo de las clases sociales, y sueña con destruir a las
clases medias por ser la materialización de la pequeña burguesía.
Constituir una
sólida clase media, concebida como un vasto grupo social central, altamente
educado y disfrutando de un nivel de vida avanzado cualitativa y
cuantitativamente, es y debe seguir siendo el objetivo más concreto de la
Revolución Bolivariana. Alcanzarlo en el marco de una sociedad justa y
solidaria, organizada alrededor del colectivo humano y no del dinero, es y debe
ser su objetivo superior.
Pero para
alcanzar ese horizonte sublime hay que sumar, y mucho, procurando que cada
acción del gobierno revolucionario, en cualquiera de sus niveles, esté
orientada a incorporar cada día más compatriotas a esa gran masa necesaria. A
la par de asegurar la efectividad y pertinencia de nuestras políticas en todos
los ámbitos, deberíamos también asegurarnos de desarticular todo lo que
conspira contra la constitución de esa gran mayoría.
No existe
ninguna razón objetiva, por ejemplo, para que un porcentaje importante de la
población venezolana, especialmente en las clases medias y medias altas, esté
fanatizado y radicalizado en contra de la Revolución. Que todos no nos apoyen
es comprensible, pero que muchos estén dispuestos a cualquier locura para
acabar con nosotros, no. Los acontecimientos del 2014, y la violencia desatada
en las áreas urbanas de clase media contra el Estado y todo lo que la
Revolución representa, es una interpelación política acerca de la sociedad en
la que queremos vivir. Ciertamente la justicia y la ley deben de prevalecer,
pero más allá de eso, es una necesidad desarticular políticamente la
frustración que genera esa violencia, pues la Venezuela que la Revolución se ha
planteado construir no puede incluir a las guarimbas y a la violencia política
como un elemento permanente. No se trata de gobernar para una minoría, y menos
una violenta, sino de exigirnos a nosotros mismos no dar ningún pretexto a la
radicalización de quienes nos adversan. La falta de tal o cual producto no es
una razón legítima para practicar el terrorismo político, pero el hecho es que algo
tenemos que estar haciendo mal para que sea un calvario conseguir champú o
leche en un país rico como el nuestro, y de eso se nutre la conspiración y la
violencia. Desenmascarar a los violentos, pero darles pretextos para generar
violencia es, una vez más, deshacer con una mano lo que se hace con la otra.
Los grandes desafíos que enfrenta
la Patria nos emplazan a formular respuestas que deben tener carácter
estratégico, pero cuya implementación necesita hacerse efectiva en el corto
plazo. El breve espacio de tiempo que ha transcurrido desde que se inició la
crisis histórica generada por la desaparición del Comandante Chávez, empieza a
hacerse largo si queremos preservar la capacidad política de la Revolución de
transformar en profundidad la realidad, sin contar con el liderazgo
trascendental que él representaba.
El chavismo necesita un líder, y
el Presidente Nicolás Maduro, como lo avizoró el Comandante Chávez, reúne las
condiciones para ejercer ese liderazgo en circunstancias muy diferentes, donde
la acción política debe impregnarse de pragmatismo y lograr la mayor cantidad
de avances efectivos en el más breve plazo. El chavismo debe asumir la
consolidación de este liderazgo como algo fundamental, y permitir que se
manifieste con sus características propias.
La estabilización económica del
país requiere que ese liderazgo pragmático se ejerza a plenitud, y al mismo
tiempo constituye una condición de su consolidación a más largo plazo. La
sociedad venezolana está sometida a tensiones económicas tales que son capaces
de contrarrestar los esfuerzos de la Revolución por garantizar el progreso y la
justicia social. Es necesario conjurar la perspectiva de la regresión social, y
eso necesita una racionalización de nuestra heterodoxia macroeconómica,
siguiendo el principio de que un medicamento es efectivo contra una enfermedad,
solo si es administrado en dosis adecuadas. Además, nuestra política económica
debe fijarse, con pragmatismo, objetivos concretos de crecimiento, inflación,
tipo de cambio, etc, que permitan crear las riquezas que darán sustento
material al modelo de progreso que es la razón de ser de la Revolución.
Ese modelo debe orientarse a reconstituir
una gran base social de apoyo, una clase central acomodada que tenga un interés
objetivo y compartido en el progreso colectivo de la sociedad. La Revolución
debe fijarse como objetivo consolidar esa gran base social de apoyo para poder
seguir impulsando transformaciones profundas en nuestra sociedad, que tienen ya
menos que ver con saldar deudas del pasado, y cada vez más con el futuro que
construiremos juntos. Para ello, la Revolución debe recuperar un apoyo masivo
en su base social popular, adaptar su estrategia a la emergencia de nuevas
clases medias producto de su política de desarrollo y justicia social, así como
desarticular gracias a su efectividad la violencia política y la antipolítica
que incuba en importantes sectores medios de la sociedad.
Tal vez así, emprendamos la
Revolución en la Revolución a la que ha llamado el Presidente Maduro.
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