sábado, 23 de octubre de 2010

Los Genocidios raciales ocultos en Guatemala y EEUU confirman la bestialidad del Imperio.

Hernán Mena Cifuentes


Los pueblos indígena y negro han sido víctimas ancestrales de la voracidad expansionista y esclavista del imperio yanqui, que ha exterminado aborígenes y esclavizado a africanos en su propio territorio, pero su desprecio por la vida de esos seres alcanzó extremos de barbarie inaudita en pleno siglo XX al  usar indígenas guatemaltecos y negros estadounidenses  como cobayas de laboratorios en experimentos médicos.

El mundo, que sólo conocía de  genocidios perpetrado por imperios  europeos  en África y América; por EE UU contra los pieles rojas y los negros;  por el  nazismo contra judíos, gitanos y otras minorías, por dictadores centro y sudamericanos contra combatientes revolucionarios, despertó horrorizado  al enterarse de que médicos estadounidenses utilizaron como conejillos de India  a centenares de indígenas en el país centroamericano y a negros norteamericanos en su propio territorio.
 
El genocidio sucedió en la década de los 40, cuando más de 1.500 personas, en su mayoría enfermos mentales, soldados, prostitutas, presos e indigentes guatemaltecos, sin su conocimiento o consentimiento, fueron utilizados como conejillos de India por un equipo de médicos norteamericanos del servicio de salud pública de EE UU que les inocularon bacterias  de sífilis, gonorrea, cancroide o chancro blanco y otras enfermedades de transmisión sexual.

Se trató de un macabro experimento médico a través del cual se buscaba estudiar los efectos de esos males venéreos y su tratamiento con el recién descubierto antibiótico penicilina, medicamento que  nunca llegó a proporcionársele a los afectados, que murieron víctimas de esas enfermedades.

No bastó que la humanidad se horrorizara ante la masacre de los pueblos originarios de América, por la persecución y secuestro de  millones de africanos vendidos como esclavos y la muerte de la mitad de ellos, víctimas del hambre, la sed y los maltratos de  captores  y caporales, ni tampoco por la tortura y asesinato de miles de combatientes latinoamericanos, centenares de ellos arrojados al mar desde aeronaves de las dictaduras y seudo democracias criollas.

Porque lo ocurrido en Guatemala entre 1946 y 1948, fue una bestial matanza silenciosa, preámbulo de otra más horrenda aún, como fue la que durante 36 años, -1960-1996- que duró la guerra civil en el país centroamericano, perpetraron los militares guatemaltecos  testaferros del Imperio yanqui, al asesinar a unas 250.000 personas, la mayoría de ellas indígenas mayas.

Y es que el pueblo guatemalteco  padeció la brutalidad más extrema del fascista imperialismo yanqui, que seis años después de perpetrar ese crimen de lesa humanidad contra centenares de personas, inyectándoles enfermedades para entonces incurables,  derrocó al presidente Jacobo Arbenz por haber decretado una reforma agraria que expropió las tierras de la United Fruit Company, acción desestabilizadora que abriría las puertas a una guerra civil de 36 años.

Porque como lo afirmó el mártir guerrillero heroico, el Che, “la bestialidad imperialista es la bestialidad  que no tiene frontera ni pertenece a un país determinado. Bestias fueron las hordas hitleristas, como bestias son los norteamericanos hoy, como bestias son los paracaidistas belgas, como bestias fueron los imperialistas franceses en Argelia.”

“Porque es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los hombres, la que los convierte en fieras sedientas de sangre que están dispuestas a degollar, asesinar, a destruir hasta la última imagen de un revolucionario, de un partidario de un régimen que haya caído bajo su bota o que lucha por su libertad.”

Pero tan bestias como las tropas nazis, belgas y francesas, fueron esos médicos estadounidenses, que olvidando la razón de ser de su apostolado, enaltecido por Hipócrates, Padre de la Medicina, autor de un Juramento  entre cuyos preceptos figura el que expresa que “No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante”… se prestaron para cometer ese genocidio, vergüenza de la profesión.

Pero ese no es el único crimen de lesa humanidad perpetrado por médicos estadounidenses al servicio del imperio yanqui, ya que en otro genocidio similar,  en el marco del proyecto  Tuskegee, ejecutado en la población del mismo nombre, en el Estado de Alabama, (EE UU) según informa el sitio web Red BioGeo, “400 varones negros, pobres y en su mayoría analfabetas, fueron objeto de un estudio clínico del Servicio Público de Salud del gobierno federal de EE UU.”

“El estudio,  titulado “Estudio de Tuskegee sobre la Sífilis no tratada en el Macho Negro -destaca la información- no tenía como objetivo curar a los individuos enfermos de sífilis, sino seguir y estudiar su evolución física y mental, para lo cual, desde 1932 hasta 1974,  (durante 42 años) las personas enfermas no fueron tratadas contra la enfermedad, de modo que, incluso cuando se generalizó el uso de la penicilina a partir de 1947, siguieron sin tratamiento.”

“El escándalo salto a la prensa en 1972 y el Congreso  de los EE UU ordenó dar por finalizado el estudio, cuando sólo 74 de los sujetos de experimentación continuaban con vida. 28 de los hombres habían muerto directamente a causa de la sífilis; 100 murieron por complicaciones derivadas de ella, 40 esposas  de los sujetos de experimentación fueron infectadas; 19 niños nacieron aquejados de sífilis congénita. NINGUNO de los responsables fue sancionado.”

Debió  transcurrir un cuarto de siglo desde el descubrimiento de ese crimen de lesa humanidad, para que el presidente Bill Clinton pidiera perdón a los sobrevivientes y familiares de los fallecidos, diciendoles:

“A los supervivientes, a las esposas y familiares, a los hijos y nietos yo les digo lo que ustedes saben: ningún poder en la Tierra puede devolverles las vidas perdidas, el dolor, los años de tormento y angustia. (…) Lo que se hizo no puede deshacerse. Pero podemos terminar con el silencio. Podemos dejar de virar nuestras cabezas. Podemos mirarlos a los ojos y finalmente decir en nombre del pueblo estadounidense: Lo que el gobierno  de EE UU hizo es vergonzoso, (…) y yo lo siento.”

y un gesto similar hicieron esta semana el actual jefe del Estado yanqui Barack Obama y la  secretaria de Estado Hillary Clinton y esposa de William Clinton. Un acto ciertamente noble y humanista, pero, cabría preguntarse: ¿Cúantos experimentos como los de Guatemala y Tuskegee  se habrán llevado o se están adelantando actualmente"

Hasta ahora se conoce de otras miles de experimentos efectuados  por médicos y expertos del ejército y la fuerza aérea estadounidenses, entre ellas 239 pruebas secretas con agentes biológicos aéreos, 80 con bacterias vivas; otros de contros mental mediante la introducción de alucinógenes, LSD y mescalina  en las bebidas de los cobayas humanos y de 4.000 pruebas de inyecciones de plutonio en hospitales, universidades y bases militares. Muchos de los “conejillos” enfermeron o murieron.

Los medios mercenarios, cómplices incondicionales del Imperio, como siempre lo hacen cuando se descubre un crimen de lesa humanidad perpetrado por EEUU, apenas si han informado  sobre el escandaloso hecho guardando un silencio cómplice al dedicar solo  breves espacios en la prensa escrita, radio y televisión.

El grado de perversidad de ambos crímenes se agrava, pues fueron perpetrados en el marco de un contexto racista y contra personas, en su mayoría marginadas de la sociedad, minusválidas física, mental e intelectualmente, incapaces de defenderse por sí sólos, por tratarse de dementes, analfabetas, prostitutas y presidiarios, a quienes se les negó intencionalmente curación y sufrieron y murieron sin siquiera saber que fue un experimento criminal la verdadera causa y razón de su muerte.

El presidente de Guatemala, Álvaro Colom, quien fue sorprendido por el caso del experimento criminal  en su pais, descubierto por casualidad por la profesora Susan Reverby del Wellesly College, mientras adelantaba una investigación sobre el proyecto Tuskegee, lo calificó como delito de lesa humanidad y ordenó la inmedita apertura de una investigación presidida por el mismo y por expertos en materia de salud.

Por su parte, Nery Morales, director de DD HH del Arzobispado, señaló que “los hechos son graves, por lo cual no basta pedir perdón y que el gobierno de Washington debe resarcir económicamente a los familiares de las víctimas,” algo que, como dijo Clinton, no podrá devolverles la vida a los que perecieron ni aliviar sufrimiento que dejó en sus hijos   su muerte.

Pero esos  genocidios cometidos por el Imperio contra el pueblo de Guatemala, contra su propio pueblo y demás pueblos del mundo, en vez de doblegar la voluntad de los revolucionarios que hoy lo enfrentan, sólo  servirán para fortalecer aún más los principios y valores por los que luchan en defensa de la Humanidad, y  para enfrentar  “la bestialidad del imperialismo, la que bestializa a los hombres, la que los convierte en fieras sedientas de sangre”… 

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