Gabriela Gurvich
Soy argentina, chavista y vivo en Venezuela. No soy periodista por título, pero trabajo en dos medios estatales de comunicación. Cuando vivía en Argentina sabía de la guerra mediática que se vive en Venezuela; pero al llegar acá comprendí que no se entiende ni se percibe en su total esplendor como cuando se habita en tierras bolivarianas. En solo unos días de ver televisión, la guerra se hace presente y patente. El que no está inmerso en esta realidad no puede llegar a entenderlo como se da exactamente. Unas horas de Globovisión nos presentan unas imágenes-misiles que se lanzan sin escrúpulos. Una rueda de prensa de un funcionario público parecería ser un juego peligroso. Por momentos la personalidad que declara tiene que estar alerta de esquivar los dardos venenosos de los y las periodistas de medios de comunicación privados. Sobre esta guerra uno podría escribir muchísimo, y es realmente interesante de estudiar, pero especialmente de combatir. Y es allí donde me hace feliz mi ubicación en esta revolución. Esta revolución tan hermosa y contradictoria también. Esta revolución que tanto tiene para ofrecer pero que también está sedienta de otras experiencias; llena de gentes que vienen a aprender pero también a aportar desde donde pueden a la creación revolucionaria que no es ni calco ni copia...es la revolución bolivariana, el socialismo del siglo XXI; es esta y no otra. Entonces ahí encuentro mi aporte, me siento una guerrillera de la comunicación. No estaré en el monte con un fusil, pero estoy frente a una computadora desmontando mentira tras mentira que los medios privados no se cansan de inventar o manipular. No es menor este rol. Mientras la mayoría de la prensa internacional reproduce una y otra vez las mentiras que montan los medios privados, nosotros nos proponemos sacar a la luz tanta cosa linda que hace esta revolución. En fin, este tema pudiera desarrollarse más, pero ahora me interesa profundizar en un tema en particular. Es sabido que la oposición venezolana tiene la curiosa costumbre de llamar a Chávez de dictador, para justificar semejante dicho enumeran un sinnúmero de atropellos que viven día a día: persecución política, ausencia de libertad de expresión, represión y agresión por doquier. El martes al mediodía el Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información dio una conferencia de prensa. Allí reflexionó sobre la ética periodística y dirigió sus dardos contra los medios privados de comunicación. Se refirió especialmente a ese partido político con señal asignada que es Globovisión. Mientras Jesse Chacón hablaba de esto se podía ver cómodamente sentada en una silla del salón de prensa de Miraflores, a una periodista de ese canal-partido político. Me acordé de aquella otra "periodista" de ese canal, Mariana Gómez, que fue "brutalmente agredida" por funcionarios públicos en el Ministerio de Agricultura y Tierras. Me cansé de escuchar tanta porquería junta. Globovisión y sus "periodistas" se llenan la boca hablando de persecución política. Pero no tienen idea lo que esas palabras significan. Como "periodistas" que se dicen ser, deberían saber que las palabras están cargadas de significado. Un significado no solo es semántico, sino histórico y político. En cuanto vi la cara de Globovisión, apoltronada plácidamente dentro del propio Palacio de Gobierno del "dictador" me vino un rostro y un nombre a la mente. Unos gruesos lentes enmarcados de negro, una pluma implacable que no se amedrentó ante ninguna amenaza. Rodolfo Walsh, periodista argentino. Walsh fue un militante, un revolucionario, un combatiente incansable. Un periodista integral, un comprometido con la realidad y con la lucha. El no fue imparcial, no, el nunca se declaró objetivo. Por el contrario, él bregaba por un periodismo que en su quehacer modificara la propia realidad que descubría. Corría el año 1976, Argentina vivía la peor y más sangrienta dictadura de su historia. El Terrorismo de Estado, sentado en el sillón presidencial, invadía las calles, secuestraba, torturaba, mataba y desaparecía. Así crea esa espectral figura que surge por aquellos años, el desaparecido. María Victoria Walsh, hija del periodista argentino, militante montonera, muere en un combate con las Fuerzas Armadas. Lleno de dolor, pero también de orgullo, Rodolfo no para de escribir. Por el contrario, su violento oficio de escribir cobra impulso. Uno de sus últimos escritos, sin dudas una obra maestra del periodismo y el coraje, fue la "Carta abierta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar". En ella, llena de valor y verdad, relata y denuncia lo que sucedía en Argentina. Sabía que con eso firmaba su sentencia de muerte. Efectivamente, tres meses después, a Walsh lo matan en plena calle. Llegó muerto a la ESMA (uno de los centros clandestinos de detención) y aún no se sabe que fue de su cuerpo acribillado, aunque se presume pasó a integrar parte de las aguas del Río de la Plata. Walsh supo qué era la persecución política, que significaba la no libertad de expresión. Mariana Gómez, no. Mariana Gómez y Rodolfo Walsh no se diferencian por posturas ideológicas, sino que los separa un abismo de humanismo, de integridad. Casi me avergüenza escribir sus nombres en la misma frase. Sin libertad de expresión, con persecución política, ¿es posible que una "periodista" de Globovisión estuviera cómodamente sentada frente al Ministro de Comunicación, dentro del propio palacio del "dictador"? Claro que Mariana Gómez no tiene nada que hacer con la palabra periodismo, no es que le quede grande, es que ni siquiera le cabe. Pobre Mariana, ni siquiera se la puede culpar en su total ignorancia. El monstruo que se asoma detrás de ella, es ese monstruo que se llama Globovisión. Una máquina tergiversadora, manipuladora, desinformativa y deformadora de cerebros. Rodolfo Walsh escribió una de las páginas más hermosas y dignas en la historia del periodismo. Globovisión esta escribiendo su pagina mas nefasta.
(Prensa web YVKE)
(Prensa web YVKE)
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