sábado, 18 de abril de 2009

La impunidad está llegando a su fin para los golpistas en Venezuela.

Hernán Mena Cifuentes

“La justicia, aunque anda cojeando, -dijo Horacio- rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera”, y ha logrado parte su misión en Venezuela, al condenar tras siete años de impunidad a unos policías asesinos que mataron a inocentes el 11-A, y ahora se dispone a atrapar a los autores intelectuales de un sabotaje petrolero y un golpe de Estado que en una aberración jurídica, ellos llamaron “vacío de poder.” Debieron transcurrir 2.555 días, una vez consolidada la Revolución Bolivariana luego de superar otros atentados como paros, marchas, guarimbas, e invasión de paramilitares, para que a partir de este 13 de Abril, Día de la Dignidad, que conmemora la histórica jornada en la que el pueblo y la fuerza armada leal restituyeron en el poder a Hugo Chávez Frías, la justicia, a instancias del mandatario, reasumiera su misión de alcanzar a los responsables de esos crímenes. La acción está en marcha, tras superar un abismo de silencio que se rompió al escucharse el clamor de los familiares de las víctimas, cuyas voces, apagadas durante todo ese tiempo por el ruido ensordecedor de la impunidad, hoy resuenan con mas fuerza que antes, conscientes de que los policías asesinos del 11-A, no fueron más que sicarios de los jefes de una oposición golpista, a los que aún no les ha llegado la hora de rendir cuentas ante la justicia. Fueron ellos, los traidores militares, alcaldes, gobernadores, directivos de Pdvsa, Fedecámaras y jerarcas de la Iglesia, quienes junto con dirigentes de la CTV, traidores que olvidando su deber y tradición de lucha de las organizaciones gremiales en defensa de los trabajadores, vendieron a sus hermanos de clase como Judas a Cristo, plegándose a la oligarquía golpista, vasalla del Imperio que gestó y ejecutó el golpe en complicidad con generales y almirantes. Pero por encima de ellos están los medios mercenarios, cuyos dueños ordenaron callar la verdad, y otras veces, tergiversarla, manipulando a su antojo y conveniencia, lo sucesos de aquellos días aciagos, convirtiendo a la víctima en victimario al satanizar al proceso revolucionario utilizando la perversa máxima goebeliana de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” y otras armas de la propaganda fascista creada en los laboratorios de la guerra sucia del Imperio. En el marco de esa agenda escrita por Washington, silenciaron el hecho de que los militares traidores, habían ensayado previamente su discurso golpista, anunciando antes de que ocurrieran, las muertes de las primeras víctimas del 11-A, asesinadas por los francotiradores bajo su mando, los cuales fueron liberados después de haber sido capturados en la azotea de un hotel desde donde disparaban. Trataron de ocultar la criminal orden dada por un gobernador y demás golpistas, de desviar la marcha del 11-A hacia Miraflores para que sus integrantes fueran masacrados y así culpar al gobierno de la matanza, sin contar que la misma habría de disolverse antes de llegar a su destino, y que sería la Policía Metropolitana, la que cobraría nuevas víctimas en las adyacencias de Puente Llaguno, al atacar a quienes protestaban contra el golpe. Pusieron al aire un reportaje televisivo perversamente editado, atribuyendo la matanza a un grupo de combatientes revolucionarios que desde el puente disparaba contra los P.M., documento forjado cuyo autor ganó un inmoral premio internacional, otorgado por un jurado, uno de cuyos miembros era el editor de uno de los medios golpistas, trabajo, huérfano de principios y valores éticos que son la razón de ser de ese apostolado que es el periodismo. Asegura un refrán criollo, que Dios protege al inocente. Lo cierto es que poco después, habría de salir a la luz el documental “La Revolución no será filmada”, de las cineastas irlandesas Kim Bartley y Donnacha O'brien, testigos de excepción de los acontecimientos ocurridos esos días, aportando pruebas contundentes que comprueban que lo ocurrido el 11-A fue un golpe de Estado. No fue, según puede comprobar quien vea ese histórico y objetivo documental, un “vacío de poder”, como cínicamente aseguraron sus autores. Fue un golpe de Estado, asestado a un Presidente elegido por el pueblo en los más transparentes comicios realizados en la historia de Venezuela. Se trató de un atentado criminal contra una revolución pacífica e inédita, como nunca se había visto hasta entonces otra en la historia, planificado y ejecutado por las élites de la extrema derecha venezolana con la activa participación de los medios, el apoyo de EEUU y del gobierno español de José María Aznar, “Cachorro del Imperio”, y coautor, junto el británico Tony Blair, ese otro “perro faldero” de Bush Jr., del genocidio cometido contra Irak. Mas el odio de sus promotores y ejecutores no sólo afectó al proceso revolucionario bolivariano, sino que al día siguiente, azuzados por el terrorista cubano Salvador Romaní, un grupo de golpistas, asedió a la embajada de Cuba en Caracas, destrozando vehículos de la sede diplomática, cortando el suministro eléctrico ante la inútil y pasiva presencia de la policía de Baruta. El alcalde de Baruta escaló la cerca de la casa para hablar con el embajador Sánchez Otero exigiendo revisar la vivienda, pues golpistas aseguraban que allí se habían asilado funcionarios del gobierno, a los que querían linchar, pretensión que rechazó el diplomático, quien responsabilizó al alcalde de no haber hecho nada para impedir el ultraje a la integridad de su país de cuyo territorio es parte la sede diplomática, según lo establecido en el Derecho Internacional. Mientras tanto, en Miraflores, el dictador se auto proclamaba como presidente de Venezuela a través de un decreto que borraba todo vestigio de democracia en la patria de Bolívar, al ordenar el cese de la Asamblea Nacional, la destitución de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, del Fiscal y del Contralor General de la República, del Defensor del Pueblo y de los miembros del Consejo Nacional Electoral. Había triunfado el golpe. Fue un triunfo efímero. Una fugaz victoria que tuvo menos de 48 horas de vida y un final inesperado, cuando el bravo pueblo bajó desde los cerros y demás barrios de la Gran Caracas, y en incontenible avalancha humana llegó hasta Miraflores, donde miles de hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos aferrados a la verja que rodea el palacio presidencial, reclamaban que se les devolviera su sueño, y aquel sueño era Hugo Chávez Frías. Allí, sin darse cuenta de lo que ocurría afuera, Pedro “El Breve”, disfrutaba de su triunfo, acompañado de más de 350 de sus cómplices, militares, políticos, empresarios, jerarcas de la Iglesia, dueños de medios, ejecutivos petroleros y sindicalistas, quienes regocijados estampaban sus firmas de apoyo al golpe del ilegítimo decreto. Era el escenario de un vergonzoso espectáculo, donde golpistas revoloteaban como en festín de buitres alrededor de un cuerpo que creían muerto, cuando de pronto, y cuando menos lo esperaban, volvió a erguirse ilesa y victoriosa ante sus ojos la Revolución Bolivariana, representada por un pueblo que los acosaba, haciéndolos huir del recinto en estampida, despavoridos y en pánico al constatar que el golpe había fracasado. Chávez regresó al día siguiente, en la madrugada del 13 de Abril, aclamado por su pueblo, y en gesto de nobleza y magnanimidad, sin odio y sin rencor alguno, olvidando aquella pesadilla que fue el golpe, con su carga de ambición, de dolor intenso y muerte, perdonó e invitó al diálogo a los que habían hecho tanto daño al pueblo, a la democracia, y también a él, a quien en vano intentaron derrocar y asesinar. Pero en la mente enferma de los sicópatas, de los asesinos en serie que son los césares fascistas del imperio yanqui y sus vasallos los golpistas, no hay más espacio que para el odio y la venganza, y en vez de estrechar la mano generosa que les tendió el presidente, pensando ingenuamente que retomarían el camino de la paz y la armonía. siguieron transitando el camino de la violencia. A menos de ocho meses del fracasado golpe de Estado, desataron un sabotaje petrolero, acompañado de un parcial boicot aéreo, marítimo, financiero, del comercio y de la educación que paralizó virtualmente al país durante 63 días, causando cuantiosas pérdidas económicas, estimadas en más de 20 mil millones de dólares, y sumiendo a la población venezolana en una espiral de angustia, que solo pudo ser superada por la dignidad y entereza del pueblo y de su líder. Como antes, fracasaron esa vez, y también en cada una de las otras oportunidades que volvieron a intentarlo, como seguramente volverá a ocurrirles ahora que, después de más de siete años de dedicación completa a su macabra profesión de golpistas, están conspirando nuevamente, porque, por encima de su irracional y enfermiza predisposición al golpismo, está su irrefrenable adicción al fracaso, como ha sido plenamente comprobado. Tal vez no tengan tiempo, porque el pueblo está exigiendo castigo para los autores intelectuales de esos crímenes de lesa humanidad que se burlan de la justicia, protegidos hasta ahora bajo el manto de la impunidad, velo que está siendo rasgado por el grito que en solicitud de justicia hoy están lanzando madres, padres, hijos e hijas de las víctimas del 11-A y por el reclamo de un Estado que exige reparación por los miles de millones de dólares que perdió por sabotaje petrolero. Después de haber tocado a tantas puertas, por fin se les abrieron las de la Asamblea Nacional, de la Fiscalía General de la República y de la Defensoría del Pueblo, donde, luego de escucharlos, han iniciado procesos de investigación y reapertura de los casos de esos macabros sucesos, con miras a llevar a los tribunales a esos golpistas asesinos. Repugna el solo mencionar sus nombres, por el olor a pus y muerte que despiden, aunque es innecesario, pues han quedado guardados en la memoria colectiva y el pueblo no podrá de ella arrojarlos de su mente, hasta que no sean sentados en el banquillo de los acusados y finalmente condenados. Porque, “la justicia, -como aseguró Horacio hace mas de 2.000 años- anda cojeando, pero rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera”, y hoy, la de esos genocidas, autores de un golpe de Estado y de un sabotaje petrolero que dejó huellas profundas de muerte e imborrables secuelas de sufrimiento en miles de inocentes, está llegando a su fin en Venezuela.

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