Javier. Arrúe/Diputado
Quiero aclarar mi increíble condición, no la de tener la doble nacionalidad -venezolana y española- (el orden en que las pongo no es casual), sino el hecho de haber nacido en España, exactamente en el País Vasco, en Donosti o San Sebastián (de padre vasco y madre castellana), haber venido a Venezuela en el año 1964, como novicio jesuita, y, desde 1972, compartir treinta años de mi vida y esperanza con los campesinos y campesinas de Guayana, oriente venezolano, que dieron razón de ser a mi vida y vida a nuestros seis hijos (mi esposa es venezolana, de los Andes); y ser, al mismo tiempo, diputado a la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, por el Estado Bolívar.El que se le "fueran los tapones" al Rey, que le sucede lo mismo a cualquier hijo de vecino, no es nada trascendente, aunque sea muy poco habitual; eso, hasta lo humaniza.El que el Presidente Chávez interrumpiera al Jefe de Gobierno Español, Zapatero, tampoco es de gran importancia, aunque más habitual en esos escenarios internacionales.Yo diría que, tampoco es lo importante, el que Zapatero hiciera una defensa de Aznar, en tono diplomático, invocando a la majestad de su investidura y al hecho de que hubiera sido elegido por el pueblo español. A esos niveles, y con elecciones cerca, se sopesan muy bien las palabras en función de los votos, aunque a uno se le retuerzan las tripas. Lo que sí es determinante, esencial, trascendente y no coyuntural, es la verdad, la realidad real, que ha sido deformada y manipulada durante siglos, y que hoy, se pretende seguir ignorando, disfrazando y justificando, para continuar el saqueo y expoliación de unos países que lograron la independencia del Imperio Español, hace doscientos años, pero que todavía tienen los grilletes de los capitales transnacionales que, con corbata y buenos modales, siguen esquilmando nuestras economías, en una pelea desigual bajo las premisas falsas de la libertad de mercado y la sana competencia, que sólo se la creen, los imbéciles o los pringados en negociados de toda laya.Cuando leo la defensa de los indios, por Fray Bartolomé de las Casas, la sangre me hierve de rabia e impotencia, aunque me queda en lo hondo, hondo, algo de la dignidad restituida. Pero, cuando leo a su contrincante de la época, Juan Ginés de Sepúlveda, que justificaba la dominación de los españoles sobre "estos bárbaros del nuevo mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, y estoy por decir de monos a hombres", ya no es rabia lo que siento, sino una profunda vergüenza por tanta ignominia, porque, en definitiva, la tesis de Sepúlveda triunfó sobre la de Las Casas, y siguieron robando y saqueando y matando a pueblos enteros, tan salvajes que "para decir tierra, dicen madre; para decir madre, dicen ternura, y para decir ternura, dicen entrega".Volvamos al hoy, a esta realidad que nos ha tocado vivir, compartir y luchar, porque todas esas "hazañas", que supusieron el mayor genocidio de la historia humana, se siguen celebrando en España, 12 de octubre de 2007, como el día más glorioso de la historia patria, el de la Hispanidad, con desfile de la victoria y demás nacionalismos sacrosantos. Ese sí es el problema de fondo, el que provoca indignación cargada de cientos de años de oprobio y dominación, y de resistencia indoblegable. Por eso celebro esa rebelión irrespetuosa del Presidente Chávez, que interpreta y pone de manifiesto el alma de todos los pueblos americanos que, ahora sí, hemos comenzado el verdadero camino de la liberación, ese que pasa por la conciencia y que no tiene retorno, porque está basado en un principio extraordinario lanzado hace dos mil años, que ahora lo interpretamos a cabalidad: "No hay mayor amor, que el que da la vida por los demás". ¡Patria, Socialismo, o Muerte! ¡Venceremos!
martes, 13 de noviembre de 2007
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