martes, 13 de noviembre de 2007

La cólera del Borbón

Willian Lara

Larga, intensa, perseverante, costosa fue la campaña de Juan Carlos de Borbón por labrarse una imagen de tótem de la diplomacia en esta parte del mundo, que lo posicionara como la encarnación de la mesura, el equilibrio, la ponderación, el trato afable y la bonhomía. Algo así como el Papa sin sotana, tal la imagen que aún le quita el sueño.Trátase de una apariencia perfecta para encubrir los siglos de satrapías, despojos y violación de derechos humanos con que la monarquía ibérica ha plagado medio mundo, en especial cuando reinó en medio planeta y sepultó con sangre y fuego civilizaciones como la azteca, la maya, la inca y tantas otras en el territorio que llamó en su historia oficial el Nuevo Mundo, primero, o América, después. Posicionamiento éste que forjó una plataforma excelente en las cumbres iberoamericanas, foro pensado por las neuronas de la antigua metrópolis, bajo un discurso de fraternidad cultural, mea culpa de ocasión protocolar y promoción de buenos negocios tras las cámaras, para remozar una nostalgia acariciada tenazmente: España sigue siendo la metrópolis, ahora como madre patria, tutora y ductora de sus ex colonias. Y en calidad de tal, en cada reunión iberoamericana, la voz de España debe ser pri mus inter pares, con derecho efectivo a un trato por lo menos parecido al que recibía la casa real en los tiempos de Felipe II. En gran medida lo han logrado. Nótese cómo el vocativo protocolar se dirige al Borbón como su majestad en primerísimo lugar, y luego reúne en una sola expresión al resto de los jefes de Estado.¿Acaso el Borbón no es allí uno más de los jefes de Estado? Priva el primus inter pa res, ya se ha dicho. Que Juan Carlos de Borbón logró en gran parte su propósito se registra en la decisión de designarlo buen oficiante en el pleito suscitado entre Argentina y Uruguay por el tema de las papeleras. Un logro, ciertamente. Quizás alguien haya pensado que el rey español está llamado a ser mediador en el conflicto interno colombiano, pero Uribe, las FARC y el ELN tienen otro parecer y ha promovido y acompaña que sea Hugo Chávez quien lleve adelante tal cometido, en extremo difícil y desafiante. Ergo, para muchos, Chávez tiene el liderazgo, la influencia, la autoridad en el continente necesario y suficiente para empujar soluciones en temas harto sensibles; de modo que nada tiene que envidiar el zambo venezolano al aristócrata europeo, es más: la mediación en Colombia le ha granjeado gestos y palabras de apoyo hasta de la administración Bush, su acérrimo adversario.Valga decir, en cualquier espacio Chávez tiene con qué abordar al Borbón de tú a tú dentro y más allá del acartonamiento del protocolo. No hay irrespeto sino sentido democrático de las relaciones interpersonales. Pero hete aquí que el Borbón no acepta ser igual entre iguales; se niega a reconocer al resto de los jefes de Estado presentes en la cumbre como sus pares. Se entiende así que se haya encolerizado hasta perder los estribos y correr el riesgo de un patatú sólo porque el presidente venezolano dijo una que otra verdad sobre el papel del Gobierno y otros sectores españoles en el golpe de abril de 2002. Con su furia y su soberbia sin medida cree poder callar la verdad del rol activo de Aznar en la conspiración contra la democracia venezolana, pero se equivoca porque Chávez le habló desde su dignidad de jefe del Estado relegitimado por millones de votos, con la firmeza y la mesura de quien se sabe acompañado de la razón.

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