Lidia Falcón
Este 8 de marzo se cumplen 108 años de la masacre de la fábrica Cotton
de Nueva York, en la que murieron asesinadas 200 mujeres que se habían
encerrado dentro para reclamar aumentos de salarios y el empresario
incendió la nave abrasándolas dentro. Ese día Clara Zetkin propuso que
se instituyera el Día Internacional de la Mujer, una mirada a la
situación que a parte del Movimiento Feminista nos desconcierta.
Nos estimula repasar los avances que en el mundo occidental ha
conseguido MF. No diría que no se puede repetir la atrocidad de 1909,
porque hace pocos años el techo de un edificio en Bangladesh se desplomó
matando a mil trabajadoras que cosían dentro, en condiciones de
esclavitud, para abastecer a las empresas de ropa confeccionada, Zara
entre otras, donde las privilegiadas clientes europeas y americanas nos
surtimos. Creo que es importante no olvidarlo.
Pero lo que desconcierta y desanima es comprobar cómo en este
Primer Mundo, que disfruta de los avances que los movimientos sociales
han alcanzado en siglos de cruentas batallas, un sector del MF, más
desinteresado hoy de la lucha por la subsistencia, está derivando a
defender reclamaciones que contradicen la esencia misma del feminismo.
Cuando reclamábamos el derecho al amor libre, vindicación que ha
cumplido más de un siglo, no pudimos ni imaginar, ni nosotras ni
nuestras heroicas antepasadas, pioneras de todas las luchas, que tal
reclamación se pervirtiera de tal modo que se defendiera la prostitución
como un trabajo aceptable, o incluso deseable, ignorando la degradación
moral y la explotación económica que supone dicha esclavitud para las
mujeres. Querría recordar como las anarquistas que fundaron el grupo
Mujeres Libres, y que incluso se unieron a los hombres en la primera
línea de fuego durante la Guerra Civil, fueron enormemente críticas
contra sus compañeros que frecuentaban los prostíbulos.
Federica Montseny, nuestra primera ministra de Sanidad durante la
contienda, creó los liberatorios de prostitución, ofreciéndoles a las
mujeres acogida, mantenimiento y formación profesional. Y 80 años más
tarde un sector del feminismo ve con complacencia la explotación de las
víctimas, haciendo una infame campaña a favor de legalizarla, montando
incluso una Escuela de Prostitución en Barcelona, que permiten tanto ese
Ayuntamiento del cambio, como la independentista Generalitat ─que no
sabemos si la financia─, que sólo se ocupa de separarse del resto de
España. Supongo que si consiguen la independencia, el gobierno catalán
podrá convertir Cataluña en el prostíbulo de Europa.
Cuando aún no hemos logrado abolir la prostitución y situarnos entre los
países avanzados moralmente, nos encontramos con que unos sectores del
movimiento LGTB defienden legalizar “los vientres de alquiler” Es
decir, la mercantilización más absoluta del cuerpo de la mujer. Y como
esa es una demanda del movimiento homosexual, predominantemente
masculino, que tiene influencia en muchos de los partidos políticos, y
dinero para financiar sus campañas, han logrado que la mayoría de ellos
no se defina en contra, a la espera de ver cuántos votos logran.
Pues todavía tenemos que conocer nuevas tendencias que vienen a perturban aún más la ideología feminista.
¿Ustedes saben lo que son las TERF? No se sientan ignorantes, yo tampoco
lo sabía hasta hace dos días. TERF, acrónimo de trans exclusionary
radical feminist, resulta que somos nosotras. Sí, las feministas de
siempre, las que reclamamos desde hace 200 años libertad, igualdad,
solidaridad. Ese término se lo han inventado un grupo de transexuales,
apoyadas al parecer por otro grupo de LGTB, que siguiendo la teoría
queer ─aquella que dice que no nacemos con una pretedeterminación de
sexo sino que a lo largo de la vida escogemos variablemente el que
queremos─ han decidido que ni el sexo, ni la edad, pueden ser
definitorios.
Para resumir lo que está llenado páginas de webs, de Facebook, de
WhatsApps, incluso de libros: una puede ser mujer u hombre, según lo
decida en el momento en que así lo desee, y una y uno, igualmente. Y si
esta transformación ya era conocida, e incluso amparada por las leyes,
pero implicaba someterse a los cambios físicos que acompañan a las
características de cada sexo, ahora no. Ahora todo el mundo es un
transformista y puede serlo por la mañana o por la tarde, este fin de
semana o el mes que viene. Y del mismo modo escoge en cada momento la
edad que desea. No es preciso tener, o pretender, la apariencia física
correlativa al sexo que se desea.
Una foto de un señor con unos bigotazos negros lleva la leyenda: “Soy
una niña de cinco años”. Tal es la transformación que ha escogido. Y, en
consecuencia, se ha sentido con derecho a acosar sexualmente a un niño
de seis. Porque él se siente niña pequeña, y en consecuencia no es un
pedófilo ni un pederasta sino un transgender, y por ello tiene derecho a
violar niños. Y quienes nos opongamos a semejantes desquiciadas
fantasías, somos TERF, homofóbicas, transfóbicas y perseguidoras de la
libre elección de sexualidad y de edad.
Lo peor es que algunas conocidas activistas del movimiento LGTB están
dando cobertura a tales peligrosos disparates, y cuando se les lleva la
contraria difunden toda clase de críticas, trufadas de insultos, contra
las TERF, que somos nosotras. Incluso se preguntan si no podrían
agruparnos a todas y tirarnos al mar.
Una doctora de EEUU está haciendo campaña a favor de la
pederastia, acusando a los TERF de penalizar la sexualidad infantil como
antes se penalizó el amor libre y la homosexualidad. Y en estas
polémicas, que llegan más allá de las palabras puesto que se ponen en
práctica abusando sexualmente de niños y niñas, invierten su tiempo
─alguien también pagará─ las otrora activistas del feminismo.
Y yo pienso, las que a tal campaña se dedican sin duda pocos
sufrimientos padecen y menos son capaces de observar y emocionarse por
los de las demás mujeres del mundo. Esas feministas no sólo invierten su
tiempo y su capacidad mental en discutir qué sexo van a llevar hoy,
como si fuera el vestido que se cambian, sino que están siendo el
soporte de la campaña que han desencadenado los pederastas para violar
impunemente niños y niñas.
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