el asombrario Su libro
‘Feminismo para principiantes’ abrió un camino a muchas personas que
descubrieron lo que nunca les habían contado. Nuria Varela, periodista,
escritora, profesora y experta en violencia de género e igualdad, habla
de las medias verdades y las mentiras, de los micromachismos, de la
impunidad y de la alfombra patriarcal en su nuevo libro ‘Cansadas. Una
reacción feminista frente a la nueva misoginia’. Recoge en sus páginas
el agotamiento de tantas mujeres que luchan cada día por la igualdad.
¿No te imaginabas que acabaríamos así, verdad?
(Risas). No, efectivamente, no me lo imaginaba. De todas formas no hemos
acabado, seguimos peleando. Más bien no me imaginaba que tuviéramos
tanto retroceso tan rápido. Estábamos confiadas en los avances porque
las reclamaciones son tan obvias y tan justas (es que no se me ocurre
nada más básico que reclamar una vida libre de violencia), por eso es
difícil aceptar que parte de la sociedad se empeñe en retroceder en el
ámbito de igualdad. ¿Cómo se puede recortar un 26% en los presupuestos
de lucha contra la violencia de género, con un índice de violencia tan
elevado? No me imaginé que pudiera pasar.
Hay dureza en el libro cuando hablas de una generación desperdiciada,
de mujeres fallidas, cansadas, invisibles, frustradas… Te estarán
diciendo, tras leerlo, que era muy necesario ponerle palabras a esto
también.
La respuesta ha sido sorprendente. Me he dado cuenta de que son
reflexiones muy compartidas y además de manera intergeneracional. Para
las mujeres de mi generación (40, 45 años) está claro, pero me ha
sorprendido entre mujeres muy jóvenes que sienten lo mismo. Siempre
defiendo que tenemos que escribir porque las mujeres escribimos muy poco
sobre nosotras mismas, el feminismo escribe poco sobre los procesos. Ya
lo dijo Victoria Sau: ‘las feministas tan empeñadas en hacer feminismo
no se han preocupado mucho ni en definirlo’. Estamos tan ocupadas en la
tarea diaria de hacer cosas, la acción, las propuestas, los cambios, que
escribimos poco.
Citas y recuperas a mujeres como Aspasia de Mileto o Hypatia de
Alejandría, que a lo largo de la Historia han pagado muy caro defender
derechos. Si no se recupera ese camino labrado por tantas mujeres,
¿dónde estamos?
Los pueblos que no tiene historia no tienen legitimidad. A nosotras nos
pasa lo mismo. Luego se queda en el imaginario social que los derechos
vienen solos, y nada más falso. Cada derecho de los que disfrutamos se
ha peleado antes. Por ejemplo, el sufragismo. 80 años, tres generaciones
de mujeres luchando por un único objetivo que ahora damos por
descontado. Se desmantela y se devalúa el trabajo del feminismo y las
demandas actuales diciendo que poco a poco, que el paso del tiempo… El
paso del tiempo nunca ha traído derechos, ha habido que pelearlos y hay
que recordar esas luchas de esas mujeres que nos proporcionaron esos
derechos de los que hoy disfrutamos. Nadie nos los ha regalado.
El velo de la igualdad, esa idea de que la igualdad ya se ha
conseguido, es un discurso que se extiende. ¿Es especialmente
preocupante entre jóvenes y adolescentes?
Sí, es preocupante en todas las generaciones, pero entre jóvenes y
adolescentes especialmente, porque estamos educando a las niñas y a las
adolescentes con dos discursos contradictorios. Por un lado, les decimos
que pueden ser lo que quieran, ingenieras de la NASA o presidentas del
Gobierno, que tienen derecho a su propia vida. Pero al mismo tiempo les
damos todo el mandato del princesismo, el mito de la belleza, la
sexualización de sus cuerpos, la cultura de la violación (que incide en
que el hecho de que no sufran violencia sexual depende de ellas: de cómo
se visten, de si van solas, y no de ellos). Esto está provocando
problemas en el tipo de relaciones que establecen la personas
adolescentes, relaciones más violentas que en otras épocas. Cuando salen
los estudios de violencia en las primeras relaciones de noviazgo, todo
el mundo se lleva las manos a la cabeza porque no deja de aumentar.
Tienen muy arraigados los estereotipos y la banalización de la
violencia.
¿Cómo puede ser que se haya vuelto a un mayor sexismo en la educación y se haya retrocedido tanto?
Es una constante. Cada vez que hay un avance en derechos de las mujeres,
viene una fuerte reacción patriarcal. Lo vemos desde el siglo XVIII, en
la época de la Revolución Francesa. Cuando Olympe de Gouges publica La
declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana acaba en la
guillotina. Tras las reclamaciones de igualdad de las mujeres europeas,
sobre todo en Francia, llega el código de Napoléon y nos vuelve a dejar
sin derechos de ciudadanía. Pasó igual en la época de las sufragistas,
después del derecho al voto vino la mística de la feminidad. Tras
avances, llega el retroceso y ahora estamos viviendo lo mismo. En España
se ve más claro porque veníamos de una dictadura muy dura en general, y
en particular con las mujeres, los procesos de cambio se hicieron en
poco tiempo. Tras años de modificaciones legales, la reacción patriarcal
es muy potente, sobre todo en el ámbito de la educación, donde hay más
resistencias al feminismo. El capítulo I de la Ley contra la Violencia
de Género está íntegramente dedicado a la educación. No se ha
desarrollado y no se cumple.
Hace unas semanas, alumnas de un instituto denunciaban que miembros
de la Policía les habían ofrecido una charla de supuesta
‘sensibilización’ contra la violencia de género en la que había
negacionismo y consignas machistas. Fue justamente una alumna la que
alzó su voz para rebatir sus argumentos. ¿Guardianas del feminismo que
confirman que algo sí se ha sembrado estos años?
Afortunadamente están ahí. Es que el ámbito de la violencia de género es
el de mayor beligerancia porque es obvio que nos estamos jugando la
vida y que nos están matando. Eso es lo único que no se puede esconder.
Pueden maquillar cifras, colocar asesinatos en investigación, hacer
intentos de minimizar la violencia que no tiene resultado de muerte (la
que no asesina), pero los cadáveres no se pueden esconder. Es evidente
que hay un repunte de violencia extrema. Por eso ahí es donde se ataca
más duro. Sólo consiguiendo sociedades igualitarias podemos erradicar la
violencia de género. La violencia es un desprecio hacia las mujeres, un
menosprecio hacia su vida y sus derechos. La única medicina preventiva
contra la violencia de género es la igualdad. Y ahí es donde está siendo
más duro el retroceso, con el negacionismo (negando estudios,
evidencias, cifras), el mito de las denuncias falsas, decir que la
violencia se ejerce igual por hombres que por mujeres. Pero los
asesinatos están ahí día tras día.
¿Quiénes son los guardianes del patriarcado?
Son muchos. Son los misóginos y los machistas, por un lado, y luego
están los que Miguel Lorente llama “neomachistas”, los que disimulan y
han lanzado mensajes mucho más sutiles con la intención de que las cosas
sigan igual. Sobre todo los vemos en los medios de comunicación.
Machismo tradicional, nueva misoginia, neomachismo, machismo sutil,
micromachismos… Sus mensajes son abrumadores. Es un relato continuo. Hay
muchos guardianes del patriarcado en la política y en el ámbito
judicial.
Pones el foco en la Real Academia de la Lengua porque el lenguaje es muy importante para nombrar o no las cosas.
En la RAE y en el ámbito académico hay muchos guardianes del
patriarcado, muchas resistencias. Son beligerantes contra la igualdad,
con explicaciones (se movilizaron con la palabra ‘genero’) que no tienen
nada que ver con la lengua. Sus explicaciones son extralingüísticas
porque siguen defendiendo su poder y sus privilegios masculinos. La
lectura no patriarcal del diccionario ya se hizo hace años, los libros
están publicados, no tienen ni que hacerlo, sólo tienen que practicarlo.
¿Cansada también de hacer la ola?
(Risas). Estamos en una situación tan precaria respecto a la igualdad
que cualquier gesto por parte de ellos se ensalza de forma exagerada.
Creo que es hora de acabar con esto y empezar con las exigencias. Creo
que hay un mínimo que se le puede exigir ya a una sociedad democrática
del siglo XXI. Ese mínimo de respeto e igualdad no lo podemos rebajar.
Formaste parte de la histórica puesta en marcha del Ministerio de
Igualdad en 2008 como directora del Gabinete de la ministra Bibiana Aído
y luego como asesora. Un ministerio atacado política y mediáticamente
desde el minuto cero. ¿Qué rescatas de aquella vivencia?
Todo el trabajo que se hizo con la reforma de la Ley del aborto. Lo
rescato no sólo porque tenemos una ley mejor que la que teníamos, sino
como ejemplo de que cuando se trabaja algo y se trabaja bien la sociedad
lo hace suyo. Pone de relieve la importancia de trabajar a favor de la
igualdad. Además de eso, medidas concretas como incorporar la trata en
el Código Penal (se hizo el primer Plan de Trata), entre otras cosas.
Fue muy importante también el mensaje social y la batalla simbólica.
Poner en primer lugar del discurso político la importancia de la
igualdad. Por eso fue tan potente la reacción. Simplemente existir en lo
simbólico era importante. Las mujeres no somos ciudadanas de segunda
categoría, necesitamos ajustar nuestro marco legal, el marco real, los
presupuestos, los mensajes mediáticos y políticos. Por primera vez un
organismo estaba empeñado en eso: en defender la igualdad real.
Un Ministerio de Igualdad que… ¿nació en condiciones de desigualdad?
Fue un aprendizaje patriarcal muy interesante. No nos hacía falta
(risas), pero si querías unas prácticas en patriarcado real y potente
era el mejor sitio. Claro, nace desde los márgenes, ésa es la historia
de las mujeres, y nace con debilidad. En el ámbito económico hay un
abuso espectacular por parte de los hombres. Una de las críticas más
potentes que se hacían era el “despilfarro”. Se repetía a todas horas.
¿Las mujeres no pueden ser beneficiarias de los presupuestos? Que lo que
pagamos en impuestos revierta en igualdad suponía un cuestionamiento
continuo. Encima los presupuestos que tenía el ministerio eran mínimos.
Hay que empezar a poner el foco también en la violencia económica.
Esencial dejar rastro escrito de todo esto, como decías antes.
El ministerio de Igualdad había que escribirlo. Forma parte de la
historia de las mujeres de nuestro país; dentro de unos años se borrará,
se olvidará como si nunca existió. Fíjate lo que ha costado rescatar
todo lo que se hizo en la II República, hasta el propio nombre de Clara
Campoamor o todo el trabajo de las maestras en ese periodo histórico.
Dices que vivimos en la ‘cultura del simulacro’. Una cosa es lo que
recogen las leyes, los discursos, y otra la realidad. ¿Cómo detectarla?
La filosofía de la sospecha es muy útil para verlo. Repasar las
argumentaciones respecto a la igualdad que nos lanzan todos los días. El
proceso de desaprendizaje es más difícil que el aprendizaje. Es
complicado quitar los tópicos, estereotipos y prejuicios que nos colocan
desde que nacemos en el proceso de socialización. Pero desaprender es
el camino. Y preguntarnos por qué ocurren las cosas. ¿Por qué en un
momento en el que podemos seguir la huella que deja en la capa de ozono
cada ser humano no tenemos datos desagregados por sexo, cifras fiables
sobre violencia, por ejemplo? ¿Por qué la mayor parte de la violencia
permanece impune? La impunidad es la gasolina que alimenta la violencia
contra las mujeres. Las víctimas denuncian poco, no confían en la
justicia y ahí tenemos una anormalidad democrática. Estamos en un 30%
como mucho. Ya de partida, el 70% de la violencia es impune. En
violencia sexual probablemente sea más.
¿De qué aguas bebe la nueva misoginia?
El meollo de la nueva misoginia es la sutileza. Los mensajes machistas
tradicionales (los mensajes Trump) provocan rechazo en buena parte de la
sociedad. La nueva misoginia es mucho menos evidente, utiliza incluso
términos del feminismo para malversarlos, descargarlos de contenido
político, con lo cual parece que están en un discurso igualitario. Su
base es el maquillaje que se ha puesto: nuevos ropajes para que nada
cambie.
¿Y de qué aguas beberemos las mujeres para fortalecernos ante esta
cultura de la violación, del menosprecio, de la discriminación laboral,
de la falsa conciliación, el mito del amor romántico, la falta de
justicia afectiva, el desgaste y tantas otras cosas que abordas en el
libro?
De las aguas del feminismo, sin ninguna duda. Ya tenemos conocimiento,
experiencia política importante, muchas generaciones incorporadas
trabajando. El paso que nos toca, insisto, es el de la exigencia. La
igualdad es un principio fundamental constitucional. Hay que
desenmascarar los discursos que hablan de igualdad, pero que no la hacen
efectiva. No aceptar esa constante invitación al silencio. Hay que
deslegitimar al patriarcado poniendo encima de la mesa sus mentiras, sus
trucos, sus abusos. Un sistema de dominación en el que siguen primando
los hombres sobre mujeres no puede ser aceptable.
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