Mariadela Linares.
Hemos tenido en los últimos años curiosidad por saber cómo piensan las promociones de periodistas, que han salido de las escuelas de comunicación social, que lo único que han visto hasta ahora es un antiperiodismo, donde la verdad pasó a un segundo lugar.
Uno de los choques que padecimos los egresados de hace décadas, era la constatación de que la teoría que veíamos en las aulas, era dominada en la práctica por una realidad distinta donde prevalecían, primero que nada, los departamentos de publicidad y en término no menos importante, los intereses políticos de los dueños de los medios. Ya ese choque era de por sí como empezar un segundo aprendizaje, en pleno ejercicio.
Nos tocó vivir tiempos en los que las portadas de la revista en la cual trabajábamos, eran sometidas a revisión previa por el Ministerio de Relaciones Interiores y en no pocas ocasiones su contenido obligado a ser modificado. Eso por citar solo un ejemplo del que tenemos muchos. Especial recordación conservamos de una foto de un borrachito que publicamos en una sección de chistes. Esa edición completa fue recogida apenas impresa y sustituida por otra sin la fulana foto, sin considerar los costos y atrasos que eso significó. La gráfica podía ofender al Presidente de la República porque tal vez, solo tal vez, podría sentirse aludido. Así por el estilo, todos los que trabajaron en medios en la segunda mitad del siglo pasado, es decir, durante la cuarta república, saben lo que es la censura. Si no, habría que preguntarle a Marcel Granier y su Primer Plano, sacado del aire por más de un año.
El relajo alcanzado por el libertinaje de prensa de los últimos quinquenios, ha llevado a algunos a creer que de verdad esta profesión tiene una patente de corso que le permite a uno difamar, vilipendiar, inventar cosas, manipular otras, torcer verdades, todo en nombre de una libertad tan falsa como la democracia gringa que, en su hipocresía infinita, recoge firmas para deportar a un adolescente, famoso por sus escándalos, mientras sus tropas invaden países, torturan y violan, y ellos como si nada. Así andan los medios nuestros, buscando a ver a quién le caen a cobas con el cuento de la opresión.
Uno de los choques que padecimos los egresados de hace décadas, era la constatación de que la teoría que veíamos en las aulas, era dominada en la práctica por una realidad distinta donde prevalecían, primero que nada, los departamentos de publicidad y en término no menos importante, los intereses políticos de los dueños de los medios. Ya ese choque era de por sí como empezar un segundo aprendizaje, en pleno ejercicio.
Nos tocó vivir tiempos en los que las portadas de la revista en la cual trabajábamos, eran sometidas a revisión previa por el Ministerio de Relaciones Interiores y en no pocas ocasiones su contenido obligado a ser modificado. Eso por citar solo un ejemplo del que tenemos muchos. Especial recordación conservamos de una foto de un borrachito que publicamos en una sección de chistes. Esa edición completa fue recogida apenas impresa y sustituida por otra sin la fulana foto, sin considerar los costos y atrasos que eso significó. La gráfica podía ofender al Presidente de la República porque tal vez, solo tal vez, podría sentirse aludido. Así por el estilo, todos los que trabajaron en medios en la segunda mitad del siglo pasado, es decir, durante la cuarta república, saben lo que es la censura. Si no, habría que preguntarle a Marcel Granier y su Primer Plano, sacado del aire por más de un año.
El relajo alcanzado por el libertinaje de prensa de los últimos quinquenios, ha llevado a algunos a creer que de verdad esta profesión tiene una patente de corso que le permite a uno difamar, vilipendiar, inventar cosas, manipular otras, torcer verdades, todo en nombre de una libertad tan falsa como la democracia gringa que, en su hipocresía infinita, recoge firmas para deportar a un adolescente, famoso por sus escándalos, mientras sus tropas invaden países, torturan y violan, y ellos como si nada. Así andan los medios nuestros, buscando a ver a quién le caen a cobas con el cuento de la opresión.
Periodista
Mlinar2004@yahoo.es
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