María Linares
“Vida y sociedad se debaten entre el orden y el desorden”
M. L. B
El desarrollo de la sociedad humana y los grandes logros intelectuales de la humanidad están estrechamente relacionados con la evolución biológica, y constituyen el fundamento tanto de la propia sociedad como de la ciencia.
En la comunidad científica se acepta comúnmente que la transformación de los antropoides en humanos tuvo origen a una transformación geológica (quizás el hundimiento del valle del Rift*), que obligó a aquellos a abandonar el bosque y a vivir en la sabana. A partir de ahí, se sucedieron los procesos relacionados a: 1. la postura bípeda, pues surgió la necesidad de caminar largas distancias en busca de alimento o huyendo de feroces animales; 2. la evolución de la mano, la cual no siendo ya necesaria para caminar, se transforma en un órgano prensil que permitió la fabricación de instrumentos; 3. la evolución de los dientes y de la mandíbula, ya no se emplearon en masticar grandes cantidades de vegetales duros, sino que se adaptaron a una dieta omnívora; 4. el aumento del tamaño del cráneo y, consiguientemente, del volumen del cerebro, dada la necesidad de coordinar acciones complejas que antes no se habían planteado; 5. el desarrollo del aparato fonador junto con el descenso de la laringe, pues la vista ya no es suficiente para garantizar los sistemas de alerta y de comunicación en el grupo; 6. finalmente, y ya fuera de todos estos procesos, el surgimiento del lenguaje, que algunos han vinculado a la etapa del homo erectus datada hace un millón de años, pero que probablemente no se produjo hasta la aparición del homo sapiens hace cien mil años.
La presunta especificidad del hombre, a que en términos evolucionistas resulta ser, sin duda, una especie única, una verdadera anomalía evolutiva. Porque tiene conciencia, intencionalidad, raciocinio, lenguaje. He aquí rasgos universales del hombre, diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados, los cuales antes se agrupaban bajo el concepto de “espíritu” o como se denomina ahora, de “mente”.
El lenguaje es tan antiguo como la conciencia. Obligado por la imperiosa necesidad de comunicarse y tratar con sus prójimos, el hombre crea el lenguaje. Y procurando darse a entender –hablando-, llega el hombre a darse cuenta –a adquirir conciencia-, de todo lo que bullía confusamente en su mente. La conciencia es, desde un comienzo, un producto social; y lo seguirá siendo mientras haya hombres.
Pero no sólo por eso la especificidad del hombre. La vida consume energía, y ante todo consume orden, de manera que cualquier organismo vivo lo toma del entorno para conservar y aun mejorar sus condiciones presentes, es decir, para disminuir su tendencia al desorden (entropía, segunda ley de la Termodinámica) en vez de aumentarla. Lo relevante en este contexto energético es que la evolución del hombre difiere de todas las especies. Mientras que éstas se fueron diferenciando a instancias de la selección natural, inducida por la competencia con los demás animales que ocupaban su nicho ecológico, el hombre evoluciona en competencia consigo mismo, con otros grupos humanos. Además, en el caso humano, no puede hablarse propiamente de diferenciación, sino todo lo contrario. A lo que se tiende es a cada ser humano esté en relación con grupos de hombres cada vez más amplios y en frontera con la humanidad en su conjunto. Y, finalmente, los hombres no evolucionan en función del nicho ecológico que ocupan o, mejor dicho, así fue al principio, pero a larga han terminado por ser ellos los que han modificado y han creado sus propios nichos habiendo modelado la totalidad del planeta Tierra.
Desde la más humilde bacteria hasta el ser humano, la vida de cualquier organismo vivo consiste en combatir la tendencia a la desintegración mediante una infinidad de complicados procesos bioquímicos catalizados por proteínas que ellos mismos han producido. (López García, Ángel. 2002)
Es verdad que al final la degeneración de los organismos vivos (como la sociedad) resulta inevitable la muerte: pero no sin que los principios que hacen posible la tendencia hacia el orden (antientropía) hayan sido depositados en una prolongación del organismo, en descendientes que continuarían la lucha contra el desorden de manera indefinida. De la misma manera, pero en otras condiciones objetivas, en la sociedad dividida en clases, esta lucha se intensifica entre las clases antagónicas, cuando la anterior formación socioeconómica, degenerada ya, comienza a morir, y es sustituida necesariamente por una formación socioeconómica más avanzada. Como sucederá con el capitalismo, que será sustituido por el socialismo.
A manera de conclusión, podemos postular, no es algo inédito, que el hombre es en primer término, un ser biológico cuyo cuerpo organismo puede estudiarse y describirse como el de los animales. Pero en vista de que nosotros, los seres humanos hemos producido una cultura y una ciencia muy avanzada gracias al trabajo y a nuestro privilegiado cerebro, podemos relacionarnos respecto a nuestro cuerpo –y también en relación con nuestros congéneres y nuestro entorno- de una forma muy distinta a otros seres vivos.
La evolución biológica y cultural están entrelazadas de forma inseparable, aunque la evolución cultural, en relación con la biológica, se ha desarrollado en los últimos dos siglos de una vertiginosa, y por eso predomina. La afirmación de que desde el punto de vista biológico no hemos cambiado nada, mientras que nuestra cultura ha transformado completamente el mundo y nuestra propia forma de vivir, es válida, al menos para los últimos treinta mil años.
La parentela humana es muy vasta. El cuerpo humano es biológicamente hablando, el de un mamífero; por tanto, en principio funciona como el de un cerdo o una ballena. Hasta donde sabemos, nuestro pariente más cercano es el chimpancé. Pero no sólo somos un organismo vivo, sino también conciencia, lenguaje, pensamiento, raciocinio, intencionalidad, emociones, pasiones. En fin, el ser humano es un producto biológico y social.
* Gran fractura geológica cuya extensión total es de 4.830 Kilómetros de Norte a Sur. Aunque generalmente se habla de este valle para referirse solamente a su parte africana, desde Yibuti a Mozambique, lo cierto es que el Mar Rojo y el Valle del Jordan son parte de él. Comenzó a formarse en el sureste de África hace unos 30 millones de años.
m.linares.benitez9@gmail.com
sábado, 15 de agosto de 2009
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