miércoles, 8 de abril de 2009

Afganistán: la guerra donde la droga es un macabro combatiente.

Hernán Mena Cifuentes

La guerra de Afganistán, además de inscribirse en el marco del proyecto de conquista planetaria imperial, es prolongación de las guerras del opio lanzadas en el siglo XIX contra China para impedir la liberación de su pueblo del vicio en que Inglaterra lo sumió tras inundar el país con esa droga, tal como hoy pretende hacerlo Estados Unidos con un plan orientado a anegar al mundo con heroína afgana y cocaína colombiana. Hoy, como China lo fue ayer, Afganistán es el nuevo objetivo del mismo plan, mejorado y ampliado, solo que esta vez, la guerra no la lidera Inglaterra, sino los amos del poder oculto en Washington, que designan a los presidentes de EEUU, que obedientes a su mandato, declaran guerras como la desatada junto con sus socios europeos de la Otan contra ese país con la excusa de capturar a Bin Laden, presunto autor de los atentados del 11-Sep. Y es que Afganistán, por su ubicación geoestratégica político-militar en el corazón de Asia Central, y como primer productor mundial de heroína, ha desbordado la voracidad del imperio yanqui llevándolo a reactivar el criminal proyecto iniciado por los ingleses en China, ampliándolo más allá del ámbito de un solo país, para convertirlo en un plan de alcance intercontinental orientado a sumir al mundo en los abismos de la drogadicción. La primera fase del plan se viene aplicando desde hace algunos años en Colombia a través del sabotaje que con el fin de proteger la producción de cocaína ha permitido el desvío hacia la guerra contra la guerrilla, de los más de cinco mil millones de dólares hasta ahora asignados al Plan Colombia, supuestamente creado para erradicar las plantaciones de coca. Y es que los amos del poder oculto en Washington, no están interesados en erradicar la coca, ni combatir a sus cómplices colombianos, los barones de la droga, terratenientes y militares que hicieron del país el principal productor mundial de cocaína, así como tampoco a sus secuaces de Afganistán, que convirtieron a esa nación, en primer productor mundial de heroína, pues necesitan a esos vasallos para la ejecución de su diabólico proyecto. Se capturan diariamente a las “mulas” que transportan pequeñas cantidades de droga en sus estómagos y que mueren con frecuencia al estallarle los dediles que contienen cocaína. Se ha detenido, enjuiciado y extraditado, a los jefes paramilitares, por haberse rebelado contra sus amos de Washington, pensando que podrían liberarse de su mando y construir su propio imperio en Colombia. ¿Pero, alguna vez se ha detenido y llevado a juicio a algún jefe de las bandas que trafican con droga en EEUU, los delincuentes de cuello blanco, banqueros y empresarios que lavan millones de dólares producto de la venta de la droga en ese país que es el mayor consumidor de cocaína, heroína y marihuana del mundo? De ninguna manera, porque están muy cerca de quienes ejecutan el proyecto orientado a ejercer el total dominio del lucrativo mercado planetario de la droga, por lo que las redadas se limitan a la captura de narcotraficantes de menor rango, en su mayoría afroamericanos que viven en los ghetos de las grandes urbes, donde la drogadicción se convierte a veces en un “escape” para muchos de los infelices allí atrapados por el hambre y la miseria. La segunda fase del plan se desarrolla en Afganistán al permitir los ocupantes y las autoridades títeres y corruptas designadas por el Imperio, el libre cultivo en los campos del país de la amapola, planta de la cual se extrae el opio que a su vez se convierte en la heroína, cuya aplicación, mediante inyecciones, expone a los adictos al riesgo de contraer letales enfermedades como el SIDA. “La historia del negocio de la droga en Asia central, -señala el profesor Michael Chossudovsky, en un trabajo investigativo sobre el tema- está íntimamente relacionadas con las operaciones encubiertas de la CIA en Afganistán, que recoge extractos de un revelador libro de su colega, el historiador estadounidense Alfred McCoy, en el que que pone al descubierto el proyecto que adelanta el poder oculto en Washington para hacerse del lucrativo negocio planetario de la droga. “Los agentes controlaban este tráfico de heroína, -escribe McCoy- Ordenaban a los campesinos, (durante la guerra afgano-soviética) que plantaran opio como impuesto revolucionario. Los campos limítrofes entre Afganistán y Pakistán, se convirtieron en los mayores productores de heroína del mundo, abasteciendo al sesenta (60%) de la demanda de los EEUU”. También en Vietnam, la CIA, - según revela el historiador- transportaba miles de toneladas de opio escondido a bordo de los camiones del ejército yanqui, que eran embarcadas vía aérea hacia los EEUU, contrabando que se vió interrumpido por la derrota sufrida allí por el Imperio a manos de los guerrilleros vietnamitas. Ahora, como antes en Vietnam, en Afganistán, la droga es sacada del país y vendida como la cocaína colombiana, a millones de adictos que, paradójicamente, en su inmensa mayoría son jóvenes estadounidenses y europeos y miles de soldados yanquis que regresan de Irak y Afganistan, enfermos y mutilados física y mentalmente, mientras con una canallesca maniobra se culpa a la resistencia de ambos países, de ser responsable del tráfico de droga. Para ello, usan la táctica de la etiqueta de “terroristas” y “narco-guerrilla”, cliché repetido por la prensa mercenaria, que se cae por su propio peso, pues en el caso de los combatientes de la resistencia afgana, ellos luchan en nombre del derecho inalienable que tiene todo pueblo a liberarse del ocupante extranjero, como hicieron durante la II Guerra Mundial los miembros de la resistencia de los pueblos ocupados por las tropas nazis, que fueron honrosamente exaltados como héroes. Por su parte, los guerrilleros que arrostran los peligros de la selva colombiana y los ataques de un ejército cipayo, hace tiempo habrían abandonado la lucha para disfrutar de las ganancias que, como asegura la propaganda “goebeliana” del régimen y la prensa al servicio del imperio, obtienen por la venta de droga, por lo que nadie cree sus calumnias, a pesar de que también los presidentes yanquis insistan en llamarlos terroristas y narco-guerrilleros. Porque, como Bush Jr., Obama repite el cuento de la amenaza del terrorismo islámico, el “coco” o fantasma con el que extorsionan al pueblo estadounidense en los últimos ocho años, haciéndole creer que los mujahides que se ocultan en los desfiladeros y montañas y emboscan a las tropas ocupantes en Afganistán, pueden en cualquier momento, y cuando menos se espere, colocar bombas, lanzar gases venenosos, ántrax y otros mortíferos virus sobre EEUU. Lo que no dice Obama, es que son los aviones yanquis y los de la Otan, los que lanzan misiles y bombas con uranio empobrecido sobre villas y poblados de ese país de Asia Central, y también sobre los pueblos fronterizos de Pakistán, asesinando niños y mujeres que confunden con combatientes de la resistencia, en un acto de terrorismo de Estado que se perpetra impunemente y que es objeto del repudio e indignación del mundo. Lo que tampoco dice el presidente yanqui, es que la producción de heroína en Pakistán, aumentó cuarenta (40) veces desde que los soldados yanquis ocuparon el país, lo cual representa el noventa y ocho por ciento (98%) de la producción mundial, y cuya venta produce ganancias sólo superadas hasta ahora por la industria del petróleo y la venta de armas, pero, que en el corto plazo podrían elevarse para ubicarse en el primer lugar. Tampoco admite Obama, que la droga afgana, junto con la cocaína colombiana y la apropiación ilegítima del petróleo de otros pueblos y la venta de armas representan a la trilogía responsable de las sangrientas guerras que sus amos del poder ordenaron desatar a mandatarios títeres como Nixon, Johnson, Reagan, Bush, padre e hijo y ahora a él, sin importarles el doloroso precio en vidas que han cobrado y siguen cobrando alrededor del mundo. Basta recordar, como prueba del poder devastador de ese trío: (guerra, venta de armas y droga), su presencia en la operación organizada para destruir la revolución sandinista mediante el suministro de armas a la “Contra” con dinero proveniente de la venta ilegal de armas a Irán y de cocaína colombiana, que culminó para desgracia y humillación de Washington en “el Escándalo Irán-Contra”, en el mayor desastre político-militar de EEUU de los años 80 del siglo pasado. Reagan fue quien autorizó la conjura, poniendo una vez más en evidencia, la sumisión de los mandatarios yanquis a la voluntad del poder oculto en Washington, mientras que Robert Gates, el actual secretario de Defensa quien le ha sido impuesto a Obama como jefe del Pentágono, después de ocupar el mismo cargo en la administración Bush Jr., fue también cómplice, oscuro protagonista de aquella conspiración, como segundo al mando de la “Compañía.” De allí que el discurso por Obama, en Estrasburgo, reiterando su decisión de reforzar las tropas yanquis en Afganistán con otros 21 mil soldados, mientras en las afueras de la sede de la Otan, donde hablaba, una multitud protestaba contra la criminal medida y condenaba la criminal trayectoria de 60 años de la organización, no hizo mas que confirmar su condición de títere de sus amos, que le ordenan hacer la guerra, mientras le habla de paz al mundo. Porque, mientras trata de engañar con su falso mensaje pacifista, con su decisión de aumentar el número de soldados yanquis y exigirle a la Otan el envío de más tropas ante el desastroso desarrollo del conflicto, sus amos, que observan preocupados, cómo están perdiendo una guerra cuyo fracaso arrastraría en su caída a su proyecto militar de conquista planetaria y a su plan de enfermar al mundo con la droga. Por eso, hoy cada vez son menos los que ven en el mandatario estadounidense al pacifista que al asumir la presidencia dijo que, “este mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él”, y desilusionados observan que, en Afganistán no hay cambio alguno, pues en vez de reducir las tropas, Obama está echando más leña al fuego de la guerra. Y es que Obama insiste en destruir a Al Qaeda, actuando como un clon de Bush, quien, luego de los atentados de Nueva York y Washington, en los que perecieron más de tres mil personas, acusó a Bin Laden, líder de la organización, su amigo personal y aliado en la guerra de nueve años los soviéticos lanzaron contra Laden, sospechoso de ser autor del crimen, a pesar de que pruebas aportadas por reconocidos investigadores, científicos y expertos en siniestros apuntan en dirección a la hipótesis de que el mismo fue planificado y ejecutado siguiendo por instrucciones de los amos del poder oculto en Washington. “Quiero que el pueblo estadounidense entienda, -dijo Obama- que tenemos un objetivo claro y centrado, desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda en Pakistán y barrerlo en Afganistán, y tomando como argumento los informes de “Inteligencia” de la CIA, según los cuales, desde las remotas montañas afganas fronterizas con Pakistán. “Al Qaeda está planeando activamente atacar el territorio de EEUU”, y con la maestría de un veterano actor, exclamó: “Para el pueblo estadounidense, esta región fronteriza se ha convertido en el lugar más peligroso en el mundo, pero no es sólo un problema de EEUU,” –advirtió- y como Bush Jr., repitió la vieja historia del terrorismo islámico para justificar lo injustificable del genocidio que el Imperio y sus secuaces cometen en Afganistán, expresó con la solemnidad de un profeta bíblico, que “la seguridad del mundo está en juego.” Si existe alguna duda de que Obama repite el mismo y tenebroso guión que los amos del poder oculto en Washington le dictan a todo presidente yanqui, basta con comparar esas palabras con las del Nerón del siglo XXI quien no hace mucho tiempo dijo: “No podemos permitirnos perder en Afganistán. Sea cual sea el coste, debemos ganar. Si no derrotamos a los terroristas en Afganistán, tendremos que enfrentarlos en nuestro propio territorio, o civiles e inocentes en Europa y Norteamérica pagarán el precio.” La mala noticia para ellos, incluyendo a sus socios de la Otan, y sus vasallos afganos y colombianos, proviene de los combatientes de la resistencia que luchan en el país de Asia central en defensa de su pueblo masacrado por bombas y misiles, y en la nación sudamericana contra un ejército que perdió el honor y la honra militar, quienes les han dicho que proseguirán combatiendo hasta alcanzar la victoria porque jamás se rendirán. Porque así como ayer el pueblo chino se liberó del vicio que le impuso el imperio inglés y recuperó la tierra que le fue arrebatada, esos miles de hombres y mujeres que combaten en montañas, desiertos, selvas, pueblos y ciudades, han decidido hacer de Afganistán y Colombia, la tumba de invasores, ocupantes y traidores, para poner fin a su proyecto de conquista planetaria y a su plan de dominar al mundo con el vicio de la droga.

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