Hernán Mena Cifuentes
Este mes se cumplen 90 años de la Revolución de Octubre, cuando el pueblo ruso se alzó contra el poder absolutista de los zares imponiendo el socialismo, cuyo ejemplo fue seguido por los pueblos oprimidos del planeta rebelados contra el colonialismo y el capitalismo, en una lucha épica en la que algunos fueron derrotados incluyendo la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), vencida por el Imperio yanqui y sus aliados, mientras otros procesos, como la revolución bolivariana, la cubana y otras sobreviven hoy, digna y valerosamente soportando sus ataques. La desaparición del campo socialista no significó el fin de la historia, como creyeron, prepotentes y soberbios que había sucedido, los pensadores y filósofos imperiales, como Francis Fokuyama, sino una tregua en la prolongada gesta iniciada en Petrogrado y que, después de algunos años reanudaron los pueblos de un mundo plagado de miseria, hambre, ignorancia y enfermedades que esperanzados buscan liberarse del dominio que aún detentan las potencias occidentales lideradas por Estados Unidos (EEUU) y sus aliados de las oligarquías criollas que pretenden seguir avasallándolos. Porque, como ocurrió con la Unión Soviética, las naciones donde se dieron las revoluciones que le sobrevivieron, siguen siendo blanco del ataque despiadado de las metrópolis contra las que se rebelaron en busca de justicia y libertad para sus pueblos, soportando injerencias, conflictos bélicos externos, guerras civiles o golpes de Estado que, en algunos casos, condujeron a su destrucción y, con ello, al exilio o a la muerte de sus líderes, pero en América Latina y el Caribe no han logrado destruir a sus dos principales objetivos: La Revolución Cubana y la Revolución Bolivariana. El mundo ha sido testigo de la exitosa y valerosa resistencia opuesta durante medio siglo por la Isla de la Libertad, a los ataques del Imperio y sus secuaces, soportando el más brutal de los boicots, atentados terroristas, invasiones e intentos de magnicidio contra su líder, Fidel Castro y, desde hace poco más ocho años, de la guerra cruel que libra igualmente contra el proceso revolucionario, pacífico e inédito que lidera el presidente Hugo Chávez Frías en Venezuela. Porque, desde su inicio, la Revolución Bolivariana es objeto de agresiones, como en el pasado lo fueron las revoluciones rusa, mexicana, china, cubana, iraní, nicaragüense, angoleña, congoleña y más recientemente las que han surgido en Bolivia, Ecuador y de nuevo en Nicaragua, que cual moderna Ave Fénix como la de Venezuela, renacieron de sus cenizas, luego de que el Imperio y sus vasallos creyeron haberlas destruido, como lo hicieron en el siglo XX con la soviética de Lenin, la mexicana Zapata y Pancho Villa y la chilena de Allende. Hasta ahora, el proceso revolucionario venezolano ha salido victorioso en todas las batallas libradas contra EEUU y los apátridas de la oligarquía criolla, los mismos enemigos que hace 183 años sepultaron con la muerte de Bolívar, los sueños libertarios del país y del resto de América del Sur y del Caribe, dejando a nuestras patrias en una independencia mediatizada, fáciles presas bajo su dominio y explotación de sus recursos. Fue con el nacimiento del Siglo XXI, cuando comenzó a tomar fuerza el proceso revolucionario bolivariano, tras la transparente y aplastante victoria electoral de Chávez Frías en los comicios de diciembre de 1998, y fue a partir de entonces, cuando el Imperio dio inicio a una implacable guerra en su intento por frenarlo, viéndolo como un “mal ejemplo” para la región, como ya lo era la Revolución de Fidel, que medio siglo antes había triunfado en Cuba y que ahora habrían de extenderse como las llamas de un incendio inextinguible por todo el continente y más allá. Porque eso ha hecho la Revolución Bolivariana y su líder, que mas que con su ejemplo libertario, ha hecho renacer los ideales de unidad latinoamericana y caribeña que dormían bajo un sueño de dos siglos, al impulsar un proceso integrador económico, político y social en la región, conduciendo a un despertar de pueblos que se han venido incorporando al mismo, conscientes de sus bondades y virtudes, traducidas en progreso y desarrollo a través de acuerdos y convenios bilaterales y multilaterales como los de Petrosur, Petrocaribe, Petroandes, el gasoducto Transguajira, el Gran Gasoducto del Sur, y de construcción de refinerías, unos ya ejecutados y otros en proyecto. Acompañan a ese ambicioso plan global integrador, orientado a suministrar petróleo y gas baratos a los países hermanos que carecen de ambos energéticos, las misiones Robinson y Milagro, programas nacionales bajo el apoyo de Cuba, que ahora han sido extendidos a todo el continente, incluyendo a EEUU, llevando la luz del conocimiento a cerca de 2 millones de iletrados y pacientes que vivían, unos en las tinieblas de la ignorancia y otros en las de la ceguera, enseñando a leer y escribir a los primeros y operando a los enfermos de la vista, sin cobrar por ello ni un solo centavo. Todos esos planes y programas se inscriben en un contexto más amplio y ambicioso de unidad continental como lo es el Alba, la Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América, proyecto integrador, diametralmente opuesto al anexionista Alca, engañosa y artera propuesta de EEUU, llamada a profundizar los abismos de dependencia y explotación de los pueblos y el saqueo de recursos naturales de la región, cuya muerte se selló en Mar del Plata y que, bajo la forma de pequeños “Mini-Alcas”, el Imperio pretende revivir en Colombia, Perú y Centroamérica. Mas allá del proceso integrador que promueve y del apoyo y solidaridad que brinda a través del Alba a sus hermanos latinoamericanos y caribeños, la Revolución Bolivariana ha ampliado sus metas de unidad a todos los confines del mundo a través de su líder, Hugo Chávez Frías, quien recorre sin descanso el planeta, llevando el mensaje de fraternidad con los pueblos oprimidos de África, del Lejano y Medio Oriente, ofreciéndoles compartir también con ellos la riqueza del país en un noble gesto de hermandad. Esto es algo que resulta incomprensible para el pensamiento y accionar del capitalismo salvaje y su modelo neoliberal, que sólo sabe de avaricia y afán de lucro, ajeno a los principios de amor y solidaridad, presentes en todo corazón revolucionario como el de Chávez Frías, quien se ha ganado el respeto y la admiración de los pueblos excluidos y marginados con su mensaje, concretado en medidas solidarias de ayuda a los más necesitados, acciones a las que esos “desechos humanos”, llenos de mezquindad y egoísmo, responden diciendo que “está regalando los dineros del pueblo.” Es por eso que el imperio, intolerante y prepotente ha respondido al accionar del líder revolucionario desatando su ira con una guerra sucia apoyada por la oligarquía criolla invirtiendo miles de millones de dólares en acciones directas e indirectas planificadas por George W. Bush y sus “halcones”, organizando y financiando golpes de Estado, sabotaje petrolero, guarimbas, marchas de protesta de sectores de las clases rica y media alta, envío de paramilitares para asesinarlo, todas apoyadas por una campaña mediática , y que han fracasado estrepitosamente ante la resistencia del gobierno y su pueblo. En el marco de la contra-ofensiva lanzada por Venezuela en esa guerra se han abierto nuevos frentes de batalla, y la ONU ha sido uno de ellos, donde la Revolución Bolivariana ha obtenido incuestionables triunfos, como el conquistado por el jefe del Estado el pasado año al acusar al Imperio de ser responsable de muchas guerras de conquista que han causado muerte y destrucción en el planeta, acusación que este martes reiteró el canciller Nicolás Maduro, al denunciar el trágico balance que ha dejado el más reciente de esos conflictos desatado por el Imperio: la inmoral guerra de Irak. “Estados Unidos -dijo el ministro de exteriores venezolano- ha invertido durante los últimos 5 años en el Medio Oriente, 610 mil millones de dólares para llevar la muerte y destrucción, y como resultado de ello, más de 600 mil iraquíes han sido asesinados por las bombas y misiles estadounidenses, mientras que, más de 3 mil 600 jóvenes soldados yanquis han sido llevados a la muerte y más de 25 mil jóvenes estadounidenses han regresado a su país, lisiados, ciegos, sordos, incapacitados para la vida.” Esos 610 mil millones de dólares invertidos en la muerte -repitió- lo que han hecho es reproducir la violencia y el balance que pudiéramos hacer hoy, es que esa inversión no ha dejado como resultado un mundo más seguro, un mundo más equilibrado. No nos da hoy como resultado un mundo de paz. Si a los 610 mil millones de dólares invertidos por EEUU en Irak sumamos lo que gastó durante casi medio siglo en la Guerra Fría para impedir el avance del socialismo en el mundo y que culminó con la desaparición del campo socialista en Europa, y a ello agregamos los billones que hoy invierte para destruir a la Revolución cubana y bolivariana y otros procesos revolucionarios que han surgido en América Latina y el Caribe, podemos descifrar el balance antiético de la amoral política de terrorismo de Estado que desarrolla Washington en su esfuerzo por destruirlos. Pero, la realidad se ha vuelto contra los planes de conquista planetaria con que aún sueña EEUU, pues la simiente sembrada hace 90 años en la Rusia de los zares cuando un pueblo esclavizado y oprimido se lanzó a las calles y a los campos exigiendo libertad, proclamando la Revolución de Octubre ha vuelto a germinar y, pese a que algunos la creyeron marchita seguros de que había llegado el fin de la historia, hoy crece y florece a lo largo y ancho de América Latina y el Caribe, regada por el ejemplo de la revolución cubana de Fidel Castro y la revolución bolivariana de Hugo Chávez Frías.
viernes, 5 de octubre de 2007
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