viernes, 12 de octubre de 2007

Los verdugos de los pueblos aborígenes se niegan a respetar los DDHH que violaron

Hernán Mena Cifuentes

Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, naciones donde se dio el genocidio de sus pueblos originarios por parte del conquistador europeo y sus descendientes los colonizadores, fueron los únicos países del mundo en negarse a firmar la Declaración Universal de los Derechos Indígenas aprobada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el pasado 13 de septiembre, un mes antes de conmemorarse el Día de la Resistencia Indígena en América Latina y el Caribe. Ese día, la humanidad con excepción de esos verdugos, emitió un ”pagaré moral”, mediante el cual reconoce y se compromete a cancelar la histórica deuda social contraída hace siglos con los pueblos aborígenes del mundo, que exigen el pago del inmenso daño causado por las potencias imperiales al invadir sus territorios para colonizar, esclavizar, explotar, y asesinar a millones de sus hijos, además de saquear sus riquezas y destruir sus culturas y sus dioses, en un largo y trágico proceso que significó el genocidio mas grande de la historia. Debió transcurrir medio milenio para que la comunidad internacional admitiera el histórico reclamo, y después de más 20 años de haber sido presentado ante el foro mundial, culminó con la firma del documento, a un mes de la celebración del “Día de la Resistencia indígena”. Es decir, digno sustituto del humillante Día del Descubrimiento con el que antes se designaba al 12 de octubre de 1492, herencia cultural del coloniaje, hierro candente de sumisión con el que se herró la frente del pueblo latinoamericano y caribeño, aceptado y reconocido por historiadores criollos con mente de lacayos. “El 13 de septiembre de 2007 será recordado como un día internacional de los DDHH” -expresó emocionada Vicky Tauli-Corpus, presidenta del foro internacional. Ella llamó a los gobiernos, a asumir la histórica tarea de que la Declaración sea un documento vivo por el futuro común de la humanidad y una prueba de compromiso para los Estados y toda la comunidad mundial, en la protección, respeto y cumplimiento de los derechos colectivos e individuales de los pueblos indígenas. Esta exhortación no la aceptaron EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, responsables de la muerte de millones de aborígenes exterminados mediante los métodos mas bárbaros y crueles. Por eso no es de extrañar que, tanto el contenido de la Declaración, como la exhortación de la funcionaria de la ONU no tuvieran la amplia difusión que por su importancia merecían, pues la dictadura mediática impuesta por el Imperio con apoyo de la gran prensa privada internacional, limitó en lo posible cuanta información tuviese relación con el histórico documento. Documento, cuya trascendencia sin embargo, fue rescatada y divulgada a través de la Web y medios del Tercer Mundo por periodistas y analistas progresistas impidiendo así el total bloqueo o censura contra el mismo. Un trabajo del periodista Adelfo Regino Montes, publicado en varios medios de América Latina, destaca en primer lugar que: “El eje fundamental alrededor del cual gira el contenido de la Declaración, es el artículo operativo 3, que reconoce expresamente a los pueblos indígenas como sujetos plenos del derecho a la libre determinación, tal como está establecido en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, así como en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.” Con esta nueva disposición, -señala a continuación- queda superada la tesis discriminatoria que ha considerado a nuestros pueblos como “de Segunda”, al no atribuir al concepto de “pueblos indígenas” ninguna consecuencia jurídica en los términos establecidos en el Derecho Internacional. Al reconocerse normativamente el concepto de “pueblos indígenas” y su directa vinculación con el derecho a la libre determinación, nuestros pueblos quedan formalmente en condiciones de igualdad para el ejercicio y disfrute de sus derechos.”… Pero, no quedó allí, el análisis de Montes, sino que, además pone al descubierto la perversa maniobra de chantaje político y económico adelantado por EEUU y sus aliados para evitar que la Asamblea General de la ONU aprobara el documento original que había sido aprobado inicialmente por el Consejo de DDHH instancia que sustituyó a la Comisión de DDHH, antiguo feudo del Imperio, que logró no obstante, utilizando la misma estrategia, modificar y retirar varias cláusulas que afectarían el dominio y represión que aún ejercen sobre los pueblos aborígenes en sus territorios. “Un grupo de países encabezados por quienes ahora han votado en contra de su aprobación, -denuncia el analista en el trabajo- han usado todos los argumentos y medios para oponerse a sus contenidos esenciales y a su adopción en la Asamblea General'. El año pasado, este mismo grupo maniobró para que los estados africanos se opusieran a la adopción de la Declaración, pidiendo más tiempo para seguir celebrando consultas. Como resultado de estas consultas, -agrega- los países africanos han hecho nueve enmiendas a la Declaración, adoptada por el Consejo de DDHH, lo cual lesiona y atenta contra el recién creado organismo internacional de referencia. Concluye Montes expresando que “con la aprobación de la Declaración se ha llenado uno de los más grandes vacíos en el sistema internacional de los DDHH. Al mismo tiempo, nos estamos encaminando hacia la aceptación universal de la dimensión colectiva de los DDHH, contraria a la visión discriminatoria que tiende a negar los derechos colectivos y que privilegia los derechos individuales,” y finaliza: “Y aunque la Declaración no refleja todas las reivindicaciones de los pueblos indígenas tal como han sido planteadas en estos largos años, se trata de un paso más. Un paso que tendrá que concretarse en nuestro trabajo diario a favor de nuestro crecimiento y florecimiento como pueblos. Del lado opuesto a ese esfuerzo colectivo en el que están comprometidos los pueblos, Estados y gobiernos que luchan por saldar la histórica deuda social contraída con los indígenas de América Latina, de América del Norte, del Caribe, de África, de Asia, y Oceanía, están EEUU y las otras tres naciones, que rechazaron firmar la Declaración, y en menor grado, aún cuando no exentos de responsabilidad, aquellos 11 países que se abstuvieron de votar. Extrañamente, el Gobierno de Colombia, figuró como el único país latinoamericano en negarse a suscribir el documento, acción esta que ha sido duramente criticada por las organizaciones representantes de los pueblos aborígenes del continente y en especial por las del país suramericano, entre estas, el Consejo Regional Indígena de Caldas, que en un comunicado la califica como “vergonzosa”, destacando que “sigue de cerca el voto en contra de la Declaración, por parte de EEUU, en un nuevo acto de sumisión del gobierno Nacional al Imperio.” Los cuatro países que rechazaron firmar el documento, temen que el mundo escarbe en su pasado genocida y renueve sus esfuerzos para impedir que prosigan cometiendo impunemente los crímenes de lesa humanidad que aún cometen contra las generaciones aborígenes que han sobrevivido a sus masacres. Porque en sus territorios se ejecutaron y aún se ejecutan aunque en menor grado, los genocidios mas horrendas de la historia, realizados primero, por la fuerza de las armas al momento de invadirlos, luego con la colonización y finalmente, mediante un lento proceso de exterminio. Proceso este que está haciendo desaparecer a los sobrevivientes, explotados, excluidos y marginados de los territorios que le fueron arrebatados o arrojados a reservas indígenas, empobrecidos al extremo de la miseria, y donde, víctimas del hambre y de los vicios, mueren junto con sus culturas y creencias ancestrales. EEUU, disputa a los otros tres países que rechazaron firmar la Declaración, el titulo de “Genocida mayor”, por poseer en el más amplio expediente criminal como autor de un genocidio que ha llevado a la muerte a millones de aborígenes desde su creación como nación hasta nuestros días. Primero, exterminando a los indígenas que poblaban el pequeño territorio de las 13 colonias que allí se establecieron y, que al ganar su independencia de Inglaterra, se embarcaron en un proceso de expansión, comprando inicialmente, territorios ocupados por potencias europeas y mas tarde, con la conquista del Oeste, hasta alcanzar la costa pacífica del continente. Fue allí, en las grandes llanuras habitadas por los pueblos originarios, donde se perpetró una de las masacres más grandes de la historia, cuando, para apoderarse de sus tierras ancestrales, se les persiguió y mató como animales. Como la resistencia que ofrecieron era feroz y hasta entonces invencible, recurrieron a la inhumana práctica de matarlos por hambre, eliminando a los millones de bisontes que pastaban en sus tierras, cuya carne era su alimento, y su piel utilizada en la construcción de sus viviendas y vestimentas para protegerse del frío durante el crudo invierno. A los que sobrevivieron al genocidio, le destruyeron su cultura milenaria, sus dioses, sus costumbres, sumergiéndolos en el vicio, violando sus mujeres y finalmente encerrando a los pocos que quedaron vivos en inhumanas reservas indígenas, donde, sus descendientes aun sueñan en medio de la miseria en que viven, con la riqueza que perdieron y que ahora a pesar de haber sido reivindicados sus legítimos derechos en la ONU, Washington se niega a restituirlos. Canadá, fue igualmente escenario de una tragedia humana sin precedentes en la historia, por la brutalidad de los métodos usados por el Estado y la iglesia cristiana, (católica, anglicana, metodista y presbiteriana) que “desde el siglo XVII habían estado involucradas en la destrucción de las culturas americanas, y especialmente por haberse ensañado contra los niños en las Escuelas de Reservas Indígenas, instituciones en las que se cometieron crímenes espantosos, utilizando los métodos mas bárbaros, narrados por Elías Bernard en un trabajo titulado El Genocidio canadiense. No fue hasta hace pocos años, que una Comisión de la Verdad, desenterró las huellas del horrendo crimen de lesa humanidad cometido en las Escuelas Residenciales regentadas por monjas, sacerdotes y pastores, contra miles de niños y niñas indígenas. Estos eran violados, torturados y asesinados impunemente por sus “cuidadores” y por pederastas a los que se les entregaba para que saciaran sus perversos instintos, y que cuando morían, para ocultar sus cadáveres, los sepultaban en cementerios clandestinos o los emparedaban en los muros de esos antros. El propósito de esos centros, donde los menores eran recluidos luego de ser forzados a dejar a sus padres para “civilizarlos y transformarlos en europeos de piel oscura, era el de asimilarlos a la sociedad canadiense mediante la eliminación de todo contacto con sus familiares, la prohibición de hablar sus lenguas nativas y someterlos a castigos crueles por practicar su espiritualidad y cultura. Lo ocurrido en Australia y Nueva Zelanda a los pueblos originarios, se inscribe en la misma agenda y guión escrito por la historia de injusticia y dolor protagonizada por sus hermanos de América Latina, del Caribe, de África, de EEUU, y Canadá, y que, en Australia tuvo la máxima expresión de salvajismo y crueldad, la cual puede resumirse en lo afirmado por el novelista inglés Anthony Trollope, quien a finales del siglo XIX, al término de su viaje por la isla-continente, escribió: “Los despojamos de sus tierras; destruimos sus cultivos; los sometimos a nuestras leyes que son ajenas a sus costumbres y tradiciones; procuramos que aceptaran nuestros gustos, los cuales les disgustan: los masacramos cuando defendieron a su manera su vida y sus posesiones; y libramos una guerra sin cuartel para que nos reconocieran como el amo.” Lo escrito por Trollope sobre lo ocurrido en Australia, es apenas una síntesis del crimen de lesa humanidad cometido por los invasores y sus descendientes contra la gente que habitaba ese territorio aproximadamente 60 mil años antes de que los ingleses desembarcaran allí en 1770, para dar inicio a un genocidio que, después de 123 años de usurpación de sus tierras ancestrales, en 1921, los habían exterminado de manera tan brutal que, de los entre 350 mil a 750 mil que allí vivían para el momento del arribo de los ocupantes europeos solo quedaban 31 mil indígenas. Entre los actos salvajes cometidos por los colonos blancos en Australia, figuran las masacres perpetradas entre 1860 y 1930 en el territorio del norte, en las que mataron a unos 10 mil aborígenes, hombres, niños y mujeres, con espadas. Mientras tanto, otros eran alimentados con harina envenenada y cazados a balazos como fieras en la selva, al tiempo que el Gobierno inglés declaraban al país “Tierra Nullis”, es decir, sin habitantes humanos, con la finalidad de justificar el despojo de sus tierras y el saqueo de sus recursos naturales. Es por eso que, al hablar de lo sucedido a los pueblos aborígenes de EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, es como contar la historia escrita con la sangre de sus hermanos de América y África, un genocidio global que no escapó a la visión de Carlos Marx quien, al referirse en su obra, El Capital, al crimen de lesa humanidad cometido por los imperios en todos esos continentes, vislumbró la era que abriría las puertas del capitalismo que ha habría de iniciarse tiempo después, al señalar que: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista de las islas orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos, hechos que señalan los albores de la era de la producción capitalista.” El tiempo daría la razón al filósofo alemán, quien con su visión de profeta social, predijo el nacimiento, auge y ocaso del sistema capitalista y su modelo neoliberal liderado por EEUU, hoy caduco y en vías de extinción ante el avance de los pueblos rebelados contra la explotación de sus hijos y el saqueo de sus riquezas y que, al final de una lucha librada de más de 20 años en la ONU, lograron que se aprobara la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas, a un mes de la celebración del Día de la Resistencia de los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe. Fue esa, una histórica victoria alcanzada en el campo de batalla de la guerra sin cuartel que los pueblos aborígenes con apoyo de los demás pueblos justos del planeta, libran contra EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, verdugos que no aceptan la nueva realidad de un mundo que ha dicho “basta” a las conquistas imperiales con su herencia de muerte, torturas, hambre, pobreza, enfermedad e ignorancia, plagas que, mas temprano que tarde, habrán de desaparecer para dar paso a una era de paz, amor y justicia: la Utopía que todos soñamos, convertida en realidad.

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