Hernán Mena Cifuentes
“Quien siembra vientos, cosecha tempestades”, afirma el viejo y sabio refrán, y es precisamente una tormenta convertida en lucha popular iniciada en Palestina, Líbano, Irak, Afganistán la que está recogiendo Estados Unidos en respuesta a la guerra de conquista desatada contra esos pueblos, para impedir que el imperio se adueñe de sus riquezas y destruya lo más sagrado para ellos, que es su religión, como pretende hacerlo también en Pakistán con ayuda de Benizar Bhutto, devenida en salvadora de la dictadura de Perved Musharraf. El proyecto diseñado y puesto en práctica por Washington para destruir la herencia cultural y religiosa de esos pueblos no es nada nuevo, pues lo desarrolló exitosamente en Irán, cuando, luego de derrocar al Primer Ministro Mosadegh, repuso al frente del gobierno a Reza Pavlevi, el sanguinario sha, quien prostituyó a la clase media y alta del país a través de un proceso de transculturización que le contaminó todos los vicios de Occidente, como la drogadicción, el juego, el libertinaje sexual y sobre todo el consumismo, que hizo que muchos de ellos olvidaran su fe y su milenaria religión. Sólo la resistencia irreductible de los ayatolás, guardianes de su fe, logró impedir el desastre cultural y religioso que destruía al pueblo y, desde las mezquitas diseminadas a lo largo y ancho del país, divulgaron con la fuerza del amor que les inspira el Corán, libro sagrado del Islam, el mensaje redentor que, escuchado por las mayorías y bajo el liderazgo de Komeini, iniciaron la Revolución que rescató su libertad, cultura y religión, arrojando del poder al sha, algo que el imperio aún no perdona, conspira para destruir a la República Islámica de Irán, amenazando con invadir al país persa. El mismo guión fue escrito por los invasores y ocupantes yanquis para Irak, donde atentan, como parte de la guerra inmoral que desataron hace más de 4 años contra la memoria cultural y religiosa de los iraquíes, saqueando y destruyendo como bárbaros modernos, monumentos y museos que guardan los tesoros de la antigua Babilonia, donde hace más de 5 mil años surgió la civilización. Conscientes de las consecuencias que para el pueblo tendría esa diabólica conjura, los ulemas pakistaníes, entre ellos, Rasheed Ghazi, iniciaron hace varios años una campaña advirtiendo del peligro que por su condición de incondicional títere representaba el dictador Pervev Musharraf, quien cada día se inclinaba más a la voluntad de EEUU, que llegó a presionarlo con la amenaza de que si no cumplía sus órdenes, “devolvería a Pakistán a la era de las cavernas”, en clara alusión a un eventual ataque nuclear. Viendo que el ilegítimo presidente no se comportaba a la altura de sus exigencias, motivado a la débil posición que mantenía a raíz de la masacre de la Mezquita Roja, Washington decidió reforzar las estructuras del ilegítimo poder que detenta Musharraf en Pakistán trayendo en auxilio a Benizar Bhutto, otra fiel lacaya del Imperio. El multitudinario acto organizado el pasado jueves por los partidarios de la ex primer ministra pakistaní para festejar su regreso al país luego de 8 años de autoexilio para escapar de la ley, acusada de lavar dinero, saquear las reservas monetarias de la nación y otros actos de corrupción, fue opacado por un atentado con explosivos que costó la vida a más de 150 personas y heridas a otros 500 de sus correligionarios y simpatizantes, cuando 2 bombas estallaron al paso de la caravana que ella presidía a pocos minutos de su arribo a Karachi. Fue un dantesco escenario, con decenas de cuerpos mutilados y gritos de dolor de los heridos llevados a hospitales en ambulancias, mientras otras lo hacían por sus propios medios, imágenes que CNN mostró al mundo con sadismo extremo, como prueba del “bárbaro terrorismo islámico'. Cada media hora, durante todo el día jueves, la cadena noticiosa televisa estadounidense, principal enclave de la dictadura mediática imperial, mostró a los televidentes del planeta la horrenda visión de la tragedia, atribuida a un suicida solitario o a miembros de Al Qaeda, algo que no hace cuando se trata de una incursión de la aviación yanqui en Irak y Afganistán, que junto con sus aliados de la Otan lanzan bombas de uranio empobrecido, o por los bombardeos sionistas en Líbano que lanzaron bombas de racimo que mataron y a un siguen matando a muchos inocentes. No obstante, y a pesar de que los primeros indicios señalan que se trató de un atentado realizado por la resistencia pakistaní, la propia Bhutto y algunos analistas no descartan que pudo tratarse de un acto organizado por el propio Musharraf o algunos altos funcionarios civiles o militares, ya que Benizar Bhutto, en el fondo, constituye una “piedra en el zapato” para el dictador y sus colaboradores, que les molestará aún más en caso de que llegue a ocupar el cargo de primer ministro, tal como se estima ocurrirá en enero próximo. La ex primera ministra salió ilesa del atentado, pero decenas de inocentes debieron pagar con sus vidas su lealtad o simpatía hacia una mujer que llegó allí, no para servir al pueblo, sino a un Imperio y sus designios, a través de una maniobra que Washington realizó, obligando a Musharraf a otorgar el perdón a la acusada a través de la amnistía, a cambio de rescatarlo del abismo al borde del cual se encuentra el dictador, luego de cometer el más terrible crimen, como es atentar contra su propio pueblo y su religión. Y es que Pakistán es hoy escenario de una rebelión iniciada hace 4 meses, protagonizada por el pueblo que, indignado, protesta masivamente, efectuando marchas o ataques a instalaciones del ejército de Musharraf, quien, sumiso a Washington, asaltó la Mezquita Roja en Islamabad, un complejo religioso en el que funcionaba una escuela o madraza, donde estudiantes, hombres y mujeres jóvenes junto a adolescentes recibían la enseñanza del Corán bajo el liderazgo del Ulema Rasheed Ghaza, perpetrando una masacre que costó la vida a centenares de ellos. La matanza del líder y sus discípulos que se refugiaron en el complejo fue ordenada luego de que el religioso solicitó del gobierno del dictador la restitución de la Sharia, ancestral Ley que contiene un Código que establece la observancia de normas éticas y morales del Islam, que, de acuerdo con lo denunciado por Rasheed pocas horas antes de ser asesinado pretende ser destruida o borrada de la memoria colectiva del pueblo pakistaní y del resto de los pueblos musulmanes del planeta, por los modernos cruzados occidentales. Rechazado por Musharraf un acuerdo que contemplaba la rendición de los estudiantes a cambio de que se respetara la vida de su líder, viendo éste cercano el momento de su martirio, dirigió un conmovedor mensaje que dejó como legado de amor y resistencia a sus hermanos los ulemas y a su pueblo, en el que les pedía lealtad a sus principios y que lucharan en defensa del Islam contra el dictador, su amo imperial y sus aliados, diciéndoles: “Me dirijo a los ulemas musulmanes de Pakistan: Musharraf y sus perros de presa al servicio de los cruzados (occidentales) y los judíos deshonran a Pakistán. Si no os rebeláis, deshonrarán a Pakistán. Si no os rebeláis, Musharraf os aniquilará. Musharraf no se detendrá hasta que no haya desarraigado el Islam de Pakistán. No hay salvación para vosotros si no es a través de la yihad (Guerra Santa). Las elecciones no os ayudarán. Deberéis apoyar ahora a los muyahidines, (combatientes islamitas) en Afganistán. ¿O no hay hombres de honor en Pakistán? Con su denuncia, Ghazi no hizo más que confirmar la satánica conjura que EEUU inició hace más de medio siglo en Irán, y cuya agenda continuaría aplicando en Irak y Afganistán al imponer ilegítimos gobiernos liderados por vasallos como Al Maliki y Karzai, los que, a pesar de los esfuerzos realizados por borrar la cultura y religión de esos pueblos, no hacen más que reforzar su fe y su rechazo a los ocupantes, combatiéndolos con tal furia que los han conducido a un pantano sin salida, cuya única opción es la derrota. Horas después, el mártir, junto con decenas de sus discípulos, moría a manos de la soldadesca del dictador que irrumpió en el complejo religioso, pero el pueblo respondió a su llamado a la lucha y a partir de entonces Pakistán se ha convertido en un lugar de pesadilla para Musharraf y para Washington, que ha recurrido a Benizar Bhutto para salvarlo a él y a su régimen, clave para preservar su dominio en la región. Al Imperio no le importa que se profundice el genocidio perpetrado a Irak y Pakistán ni que tengan que morir miles más de inocentes como las decenas que han muerto el jueves como consecuencia de la espiral de violencia desatada en la Mezquita Roja, pues lo prioritario es mantener en el poder a Musharraf a como dé lugar, quien aceptó perdonar a Benizar pese a que ella podría sustituirlo en el momento que EEUU lo crea necesario y conveniente para sus intereses, acostumbrado como está el imperio a desprenderse de sus vasallos cuando éstos dejan de serles útiles. Benizar Bhuto se ajusta perfectamente al perfil que EEUU exige para reclutar a los verdugos de sus propios pueblos, pues es miembro de una familia de terratenientes, consejeros de los príncipes feudales que gobernaban en Pakistán cuando el país era una colonia inglesa y porque, además, fue educada en Oxford y Harvard, por lo que habla y piensa en perfecto inglés, como Jorge Quiroga, Gonzalo Sánchez de Lozada y esos otros cachorros del imperio que pululan en América Latina y el Caribe, siempre prestos a servirle a su amo imperial. Benizar, por lo tanto, es una política que, a pesar de la imagen de apariencia musulmana que exhibe externamente, se identifica plenamente con la cultura occidental y sus costumbres y comulga en lo económico y social con el salvaje sistema capitalista y su modelo neoliberal como fiel servidora de la falsa democracia que pregona y practica Washington, razón por la cual es repudiada por la inmensa mayoría de los paquistaníes que rechazan la imposición de toda idea contraria a su cultura y religión. Por eso hoy, cuando los pueblos del Oriente Medio y de Asia Central saben de la existencia de la conspiración que busca erradicar su cultura milenaria y su sagrada religión, al imperio y sus vasallos Musharraf y Bhuto les será imposible alcanzar su macabro cometido, porque también en Pakistán, cada hombre, cada mujer, cada jóven y anciano recibió el legado de Rasheed Ghazi, el Ulam que denunció la macabra conjura que más de medio siglo atrás fue derrotada por el pueblo iraní que, bajo la guía de los ayatolás, con Komeine al frente, venció al imperio y derrocó su vasallo el sha.
lunes, 22 de octubre de 2007
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