El neoliberalismo y la globalización prometían eficiencia en la economía mundial. Con la liberación de las barreras comerciales, como por ejemplo, los aranceles de importación, los países intercambiarían productos libremente. Cada quien produciría lo que puede producir mejor y compraría lo que otros puedan producir mejor.
Nosotros caímos en esa trampa. Produciendo y exportando petróleo podíamos mantener un bolívar sobrevalorado y comprar otros productos. Poco a poco muchos productores fueron abandonando sus inversiones, mientras se importaba lo que ellos antes producían. Un comportamiento económico llamado enfermedad holandesa.
El problema de esa supuesta eficiencia económica global es que abandona principios más importantes, como soberanía económica, seguridad alimentaria, empleo productivo nacional y otros.
Muchos economistas en todo el mundo advirtieron de los problemas de la globalización neoliberal, problemas que nosotros no vimos con claridad hasta que nos bloquearon la venta de prácticamente el único producto de exportación que teníamos, el petróleo crudo, cuya venta llegó a aportar más de 95% de las divisas que ingresaban al país.
A raíz del bloqueo petrolero pudimos aprender de la peor manera que debemos producir todo lo que nos permita subsistir en un escenario de aislamiento mundial. Importar otras cosas, sí, cómo no, eso eleva nuestro nivel de vida, pero recordemos que llegamos al extremo de tener que importar carne, maíz y caraotas.
Resulta y acontece que nosotros no fuimos los únicos que caímos en esa trampa globalizadora. Muchos países han caído y, cual cazador cazado, Estados Unidos cayó en la misma trampa. Poco a poco este país se ha venido convirtiendo en un país casi monoexportador, nada más y nada menos que de… ¡dólares!
El déficit transformado en deuda permitió a EEUU importar de todo, especialmente de China, lo cual generó una galáctica deuda de más de 36 billones de dólares. En otras palabras, importaban bienes con el dinero que emitían. El sueño de un falsificador: imprimir dinero y salir a gastarlo.
Todo esto con el agravante de que Estados Unidos se desindustrializó y poco a poco fue cayendo en una situación de pérdida de soberanía como la que sufrimos nosotros, salvando las distancias.
Ahora está Donald Trump, persuadido de la debacle yanqui, como un elefante en una cristalería, queriendo resolver con torpeza infinita el problema que ellos mismos crearon. Como si quisiera que todo el mundo sufra su propio calvario.
Sigamos trabajando en nuestra propia soberanía económica. Mientras más aleja- dos estemos de Trump y la panda de locos que lo acompañan, mejor y ¡venceremos!
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