martes, 22 de junio de 2010

La dignidad del pueblo colombiano dijo “No” a la farsa electoral.

Caracas, 21 Jun. AVN.- Pese a la tragedia que por más de medio siglo lo asola, el pueblo colombiano demostró al mundo su capacidad de resistencia, dignidad y alto grado de conciencia política y social al no participar en su inmensa mayoría en la parodia electoral de este domingo, rotundo “no” que como respuesta dio una sociedad rebelada contra un Estado fallido que sólo ha llevado violencia, muerte y destrucción a sus hijos.

Porque la victoria de Juan Manuel Santos sobre Antanas Mockus, fue una farsa en la que se hizo gala de los más cínicos y abyectos recursos de la política corrupta y fascista que pretendió engañar al pueblo presentando a ambos candidatos como adversarios, cuando lo cierto es que eran la cara de la misma moneda falsa de un sistema vasallo del Imperio que tiene como único objetivo oprimir al pueblo y atentar contra la soberanía de sus vecinos.

Y es que hubo hechos, además de la compra de votos, con dinero y comida, la intimidación y amenazas, que evidencian lo espurio de esas elecciones, como fue la negativa de Mockus de aceptar la alianza propuesta por la izquierda para apoyarlo en la segunda vuelta, ya que el candidato perdedor no era más que un peón en el tablero del juego sucio de una contienda en la que el ganador ya estaba preseleccionado por quienes desde Washington manejan los hilos de donde cuelgan las marionetas del Imperio.

No podía ser de otra manera, pues EEUU está dispuesto a defender a como dé lugar la continuidad de un sistema donde los regímenes vasallos le obedezcan ciegamente a fin de preservar su proyecto de conquista de la región, en el que Colombia es “punta de lanza” para sus planes de invasión de la Amazonía, zona que abarca a 8 países, y posee la mayor biodiversidad del planeta, además de una ingente riqueza de petróleo, agua y otros recursos naturales.

Por eso, Washington escogió a Santos como sucesor de Uribe, por tratarse de otro asesino en serie,“ copia al carbón” del lacayo quien durante ocho años arrojó al país a una vorágine de violencia, destrucción y muerte y que entregó al Imperio, junto con 7 bases militares, la soberanía de Colombia, contando con el apoyo incondicional de quien fuera su ministro de la Defensa, cabecilla de un ejército de asesinos, negación y vergüenza del honor militar.

Allí están los “falsos positivos” como prueba inocultable del genocidio que ambos cometieron utilizando a sus soldados que asesinaron a miles de inocentes, presentándolos como “guerrilleros muertos en combate”, para ganar prestigio, dinero, ascensos y licencias de permiso.

Allí está esa horda de asesinos que son los paramilitares, verdugos insaciables y narcotraficantes como lo fue Uribe, que mataron y aún siguen matando a miles de hombres, niños, mujeres ancianos indígenas y campesinos, y socavaron las instituciones de las instituciones del Estado, comprando con el sucio dinero de la droga a senadores, diputados, gobernadores, alcaldes y cuanto funcionario caía rendido bajo su soborno o chantaje.

Allí está esa acción vil y cobarde que fue la violación de la soberanía e integridad territorial de Ecuador, un país hermano, para asesinar al mítico comandante guerrillero de las FARC-EP, Raúl Reyes, a 20 de sus compañeros, a 3 estudiantes mexicanos y un ciudadano ecuatoriano y no satisfechos con ese genocidio, inventaron la mentira goebeliana de “la computadora de Reyes”, intentando en vano manchar la imagen de los presidentes Chávez y Correa.

Y allí está además, para no seguir citando más crímenes de lesa humanidad cometidos por Uribe y Santos, ese monumento a la maldad, al odio a la perversión y a la miseria humana, el gigantesco cementerio de fosas comunes que es Colombia, la mayoría de las cuales aún no han sido descubiertas y donde se hallan sepultadas miles de víctimas del ejército colombiano a las que se les negó la piadosa costumbre de colocarles una cruz con sus nombres.

En el contexto de ese trágico drama, se estima en 250.000 la cifra de “desaparecidos” en Colombia por los regímenes lacayos de Washington, hombres, niños, mujeres y ancianos que de alguna forma se rebelaron contra la política entreguista de sus gobernantes, en 7.500 los presos políticos hacinados en las cárceles del país, cuya existencia es ignorada por los medios mercenarios, y se cuentan por centenares, los sicarios, muchos de ellos niños, que abaten con sus balas a los luchadores sociales.

Es por ello que con Santos se prolongará la pesadilla de un pueblo que vive horrorizado en medio de la violencia y la muerte generada por una guerra civil de más de medio siglo, con más de la mitad de la población (68%) en la pobreza e indigencia, sin trabajo digno y una juventud cuya mayoría no tiene acceso a la educación gratuita, asediada por el vicio de la droga que se expande e impulsa a muchos de ellos a delinquir como único medio para escapar de la espantosa miseria que los agobia.

Él mismo ha prometido prolongar la era de terror que ha heredado de Uribe al ratificar, apenas se conocieron los resultados de farsa electoral, que continuará la guerra, negando toda posibilidad de diálogo con la guerrilla, al decir que “a las FARC se les acabó el tiempo y que lo enfrentarán con toda la dureza”, ignorando el dolor del pueblo y la oferta de canje humanitario hecha por la organización a Uribe, cerrando así el camino hacia la ansiada paz.

El movimiento guerrillero sabía de antemano que eso iba a suceder, ya que es la misma línea de conducta de todos los mandatarios que han gobernado a Colombia en las últimas décadas, por lo que no olvidan la ingenua y fatal decisión de sus camaradas que abandonaron la lucha armada para participar en la vida política de país a través de La Unión Patriótica una vez suscritos los acuerdos de paz entre la guerrilla y el gobierno de Belisario Betancur en 1985.

La propuesta electoral de la UP se ganó la confianza y simpatía del pueblo colombiano que empezó a darle sus votos en varios departamentos del país, lo que provocó la ira del Imperio que ordenó al régimen lacayo detener la ola triunfal de la recién creada organización política, proyecto que se cumplió a través de un macabro plan de exterminio organizado y financiado por la CIA al cual se le dio el nombre de “Baile Rojo.”

Azalea Robles, destacada historiadora y periodista colombiana, lanzada al exilio para escapar de la muerte, perseguida por sicarios del régimen de Uribe, expone en su mas reciente análisis titulado, “Elecciones en Colombia, función: Legitimar el Horror”, detalles del genocidio perpetrado contra los integrantes de la UP.

“La UP, -señala la investigadora- no alcanzó a incidir de forma efectiva en cambios políticos, pues fue exterminada por el Estado colombiano, que asesinó, mediante su herramienta paramilitar, sus policías y militares más de 5.000 militantes. Dos candidatos presidenciales, 8 congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 concejales. Ante el exterminio, muchos militantes huyeron al exilio para preservar su vida, otros ingresaron a la guerrilla como fue el caso de Mariana Páez, de Iván Ríos o de Simón Trinidad.

La monumental masacre provocada por la cobarde y vil traición al compromiso de paz por parte del Estado colombiano, hizo comprender a la guerrilla que no existía la más minima voluntad de diálogo por parte del Estado, pues éste solo entendía el lenguaje de las armas, y sin embargo, la dirigencia de las FARC-EP tuvo la nobleza de invitar de nuevo a la búsqueda del camino de la reconciliación, proponiendo como primer paso un canje humanitario de prisioneros.

Con la mediación del presidente venezolano Hugo Chávez Frías y la congresista colombiana Piedad Córdova, se dieron los pasos iniciales del proceso cuando la organización guerrillera comenzó a liberal unilateralmente a un grupo de prisioneros que fueron devueltos a la libertad, despertando en el pueblo colombiano expectativas de una paz cercana, pero el taimado y guerrerista Uribe, por mandato de Washington hizo añicos sus esperanzas.

Pese a aquel desaire del mandatario colombiano, considerado como un atentado a la paz y a las esperanzas de su pueblo, las FARC-EP y la senadora Córdoba, prosiguieron con las liberaciones unilaterales, hasta que, en vista de la terca oposición del régimen al diálogo orientado hacia el canje humanitario de prisioneros, decidieron, poner fin a ese proceso, considerado como el camino viable y justo para un acuerdo de paz.

Por eso fue que la guerrilla, ante la rotunda negativa del régimen a hablar de paz y su demencial inclinación a hacer la guerra, decidió en respuesta a las mal llamadas elecciones, desatar una serie de ataques contra cuarteles militares y puestos policiales que dejaron como saldo mas de una decena de muertos, un mensaje claro de que están dispuestos a proseguir la lucha por la liberación del pueblo colombiano y muy lejos de pensar que están derrotados, como prometió hacerlo Uribe antes dejar la presidencia.

“Si quiere seguir la guerra, que lo haga” declaró ayer el comandante Duver de las FARC-EP, en respuesta a la prepotente declaración hecha por Santos minutos antes. “Estamos preparados para lo que nos toque. La lucha sigue, porque la ideología de las FARC es vencer o morir, advirtiendo que la guerrilla no dialogará con el nuevo gobierno de Santos, “una persona –dijo- que ha hecho mucho daño al país.

Duver calificó como “habladurías” la promesa hecha por Uribe de entregar la presidencia libre de guerrilla. Las FARC, -enfatizó- no están derrotadas y estamos capacitados para afrontar la guerra donde sea y como sea”, en un claro mensaje a Santos, heredero del legado de violencia, muerte y destrucción que deja ese otro vasallo del Imperio que junto con 7 bases militares entregó la soberanía de su patria al Imperio.

Y ese mismo mensaje de rebeldía, fue el que dio la mayoría del pueblo colombiano este domingo, cuando armado de dignidad, conciencia política y valentía, se abstuvo de participar en esa farsa electoral, y se quedó en casa observando por televisión el mundial de futbol y viendo caer la lluvia, como anunciando que más temprano que tarde se lavará la mancha de traición con la que unos lacayos del Imperio mancillaron la soberanía de la patria neogranadina.

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