miércoles, 9 de junio de 2010

En torno a “Socialismo de labios”.

Antonio Doctor Romero

He leído con suma atención lo que se ha publicado bajo el nombre de “Socialismo de labios”, de Miguel R. Mejías y quisiera profundizar un poco en la problemática que presenta la construcción de un verdadero socialismo.

Creo que es necesario hacer un histórico del socialismo, para lo que tenemos que retroceder en la Historia hasta los primeros focos de resistencia de los trabajadores a la esclavitud asalariada que representaba el capitalismo. Se extendió entonces el lema de la “revolución proletaria” y la sustitución de la dictadura de la burguesía por la del proletariado. Se buscaba emancipar no solamente a la clase obrera, sino a más largo plazo, a toda la sociedad a la esclavitud a que la somete el capital.

La pionera revolución rusa lo tiene pues muy claro el proyecto: Expropiar a los capitalistas los medios de producción y ponerlos al servicio de la sociedad entera. Tomar el poder es pues la condición necesaria. Se consigue desde el poder y por medio de leyes. Esto tiene que ir acompañado de una labor de educación de todo el pueblo para que se identifique con el proyecto. Esta labor, para Lenin es la que tiene que hacer el Partido Comunista, con cuadros bien formados, que se extiendan por todo el país. Es lo que le llamó la “vanguardia del proletariado”, que, naturalmente tiene que estar ya formada y concienciada de la tarea que tiene por delante. Tiene que ser pues, un partido de cuadros, no un partido de masas, al que se afilie todo el que quiera. Es lo que se consideraba el camino para la creación del “hombre nuevo”. De todas maneras, si ese camino podía llevar a la consolidación del socialismo, como etapa para llegar al comunismo, nunca lo sabremos, porque a la muerte de Lenin, Stalin abrió las puertas del partido a todos, en una llamada “operación Lenin” para transformarlo en un “partido de masas” y naturalmente, allá fueron todos los arribistas que se apuntan al caballo ganador, parar medrar desde allí. Porque mantenerse en la oposición es perder el tiempo y las oportunidades. Nace el “socialismo de labios”. La República de los soviets queda sentenciada. Nace la “Nomenklatura”, que con tanto acierto denunció Michael Voslensky.

Esta misma pauta es la que se siguió en China primero y en Cuba después. Veamos ahora el panorama que se le presenta a esa vanguardia ante la tarea que se ha impuesto a sí misma:

Para la mayoría de la población, solo se ha producido un cambio de gobierno, o de régimen, como se le quiera llamar. El nuevo gobierno se lanzará (como lo hicieron en los países citados) a alfabetizar, a ampliar la educación a todos los niveles, a dar cobertura sanitaria a toda la población, a construir viviendas y escuelas, a crear infraestructuras, en fin, a cubrir todas las necesidades de la población de forma gratuita. Esos logros que caracterizan hoy a Cuba y que son sistemáticamente ignorados por los medios de comunicación de los países capitalistas, es decir, por los oligopolios que los controlan.

La caída del llamado “bloque socialista” sin que la clase obrera ofreciese la más mínima resistencia y la posterior invasión del capitalismo en China, esta vez sin que el Partido Comunista Chino perdiese el control político del país, así como las peligrosas señales del avance de la corrupción en las altas esferas del Partido Comunista Cubano, están poniendo en evidencia que algo está equivocado en aquellos proyectos de construcción del socialismo que he descrito más arriba. ¿Qué es?

He visitado Cuba en dos ocasiones con visitas por libre de 15 días de duración. En la primera (año 2001) fui ya recomendado por unos compañeros de CC OO de Aragón que habían participado en unos grupos de trabajo que construyeron una escuela en Manzanillo. Estuve 4 días en La Habana y después salí para Manzanillo, (todo el largo de la isla casi de punta a punta) y estuve allí, parando en casa de una familia obrera durante 5 días. Volví a La Habana y allí estuve 5 días más.

Puedo decir que aproveché bien el tiempo, que pude hacer un buen trabajo de investigación. En Manzanillo mantuve largas conversaciones con la familia y con obreros con los que había trabajado mi anfitrión, ya jubilado. En ningún momento sentí que tuviesen la más mínima reserva en tratar conmigo de todos los temas que yo sugería. En La Habana tuve también largas charlas con un profesor de Historia, ya entrado en años, que había salido varias veces del país para dar conferencias o asistir a eventos. El contacto me lo había dado un compañero de Barcelona. También converse largamente con amigos y parientes de la familia que me acogía en La Habana. Y como la madre de mi anfitrión es maestra de escuela, pude entregar en mano a los alumnos el material escolar que les llevaba. Ella misma me dijo que era lo mas seguro porque si se buscan otros conductos ese material puede acabar en alguna tienda de La Habana. Un dato importante es que pude acceder a los libros de texto para conocer cual es el enfoque que se da a la educación primaria. También mantuve charlas con el seleccionador nacional de baloncesto, que vivía en el mismo bloque donde yo estaba.

El segundo viaje lo hice con mi compañera. Paramos con la misma familia en La Habana, paro esta vez visitamos otras zonas de La Habana y viajamos a Camaguey, Santa Clara y Trinidad, parando en pensiones legalizadas. Y volvía entrevistarme con el mismo profesor, al que encontré aún más desmoralizado que la primera vez. Mantuve también un encuentro con otro profesor, también de Historia, por referencias que llevaba de él por medio de otro profesor que conozco, que vive en Madrid. Una personalidad totalmente diferente, con las características que describe Voslensky en los miembros lo que llama “La nomenclatura.”

Al contrario que el otro, este profesor, miembro del Partido, no sentía necesidad de justificar ante el viajero ansioso de saber, las carencias que teníamos ante nuestros ojos. Todo era enorgullecerse por haber arrebatado el poder a la burguesía. Su fuerte era la historia de Cuba y (lo que me dejó muy sorprendido) haber descubierto hacía poco tiempo que su apellido entroncaba con alguna de las familias españolas que llegaron a Cuba cuando era una colonia. Sentados en la terraza de un bar, se acercó un mendigo a pedir. Lo miró exactamente con la misma expresión que en cualquier país capitalista, y no se molesto en justificarlo ante mí, alegando por ejemplo, que son personas que no quieren trabajar o algo semejante. Simplemente era un incidente molesto que nos interrumpía la conversación.

Voy a mis conclusiones generales. Lo primero que me sorprendió agradablemente fue ver el cariño (es la palabra adecuada) que sienten en general hacía Fidel Castro, al que no le culpan de las dificultades de la vida diaria. Y lo que me sorprendió desagradablemente es constatar una y otra vez que la diferencia entre “lo mío” y lo del Estado es la misma que en cualquier país capitalista. Tres ejemplos escogidos entre los muchos que me reafirmaban una y otra vez esa tesis.

El entrenador que cité antes vive en un ático, un 8º piso y dispone de una terraza desde la que se ve toda la parte baja de La Habana. Un mar de terrazas sucias, con cosas amontonadas sin orden ni concierto es lo que más destaca. ¿Por qué no las adecentan? Porque son del Estado. En la calle Obispo, llena de comercios, que nace enfrente del Capitolio y es por donde pasea el desfile de turistas, me encuentro un portalón antiguo, que da acceso a las viviendas con la enorme puerta desvencijada e inclinada peligrosamente por falta de bisagras. Los vecinos han colgado un cartelón que reza: “No se apoye en esta puerta que se le puede caer encima.” Y me pregunté: “¿Porque no ponen manos a la obra los inquilinos y la arreglan?. Solo hay una respuesta posible: “Porque no es nuestra sino del Estado, que es el que tiene que arreglarla”. Se oye a alguien en la calle dando unos brutales acelerones a un automóvil y a mi lado escucho un comentario: “Si fuera suyo, ya lo cuidaría mejor, pero como es del Estado...”

En suma, estas son apenas tres de los muchos detalles que indican que no se ha desarrollado el sentido de la propiedad social, sin el cual no puede haber socialismo ni “hombre nuevo” que valga. De la boca de trabajadores escuché en Manzanillo relatos de lo que sucedió cuando entraron los aguerridos guerrilleros en La Habana. Me contaron que los trabajadores se lanzaron a robar como descosidos en las fábricas. Era su interpretación de las arengas de los revolucionarios, pero interpretado de esta forma: “Como ahora todo es nuestro, nos lo llevamos a casa.”

La agresión que están sufriendo las ideas comunistas hoy es mucho mayor que cuando Marx escribió lo de “Un fantasma recorre Europa...” Esto está dando como consecuencia que son muchos los que se retraen a la hora de examinar los problemas que tenemos en nuestra propia casa, por el temor a ser aplaudidos por el enemigo. Pero a estas alturas, con un proceso diferente en marcha, como es el bolivariano, hay que coger el toro por los cuernos y enfrentar abiertamente los problemas que nos aquejan. Recordemos la máxima que se emplea en matemáticas: “Lo primero y más esencial para resolver un problema es conocerlo bien”.

Así, volviendo a los orígenes y en vista de los resultados: Por muy buenas intenciones que tuviesen los revolucionarios de los primeros tiempos del socialismo, el proyecto de alumbrar la nueva sociedad, tal como lo describí al principio, adolece de un defecto capital, que podría definirse como “colocar el carro delante de los bueyes”. Los revolucionarios son, y no podría ser de otra manera, una minoría de la población, que sabe lo que quiere, pero para el resto, lo que ha habido es un cambio de régimen. Las expropiaciones, la puesta en marcha de proyectos para que el pueblo tenga salud, educación, vivienda, etc. no conduce per se a modificar su sentido de la propiedad. El Estado está ahí y yo aquí. A través de sus planes, él me proporciona salud, trabajo, vivienda, educación, etc. Yo soy un receptor pasivo, no me inmiscuyo en tareas que no son de mi incumbencia. Este pesado lastre de siglos de separación entre el Estado y el pueblo no puede eliminarse de un plumazo porque un Estado le dice al pueblo que ha expropiado los medios de producción en su nombre y que ahora son propiedad del propio pueblo. Que el nuevo Estado demuestre, incluso con hechos que está al servicio del pueblo no rompe el maleficio incrustado en las mentes desde tiempo inmemorial. Son como dos departamentos estancos y separados en el cerebro. En uno, que el Estado está cumpliendo una función, en el otro, el sentido de la propiedad, ligado a la persona y no al colectivo.

A mi entender, con todas sus buenas intenciones, los revolucionarios empezaron la casa por el tejado. La expropiación a los capitalistas de los medios de producción no puede ser impuesto por leyes, sino que tiene que producirse como culminación de un proceso de lucha en el que los trabajadores se curten y van desarrollando el sentido de la propiedad colectiva. Tiene que sentirse como una necesidad.

De ahí se desprende que el Partido no puede ser un partido de masas. Hay que evitar a toda costa que dentro de él se vuelvan a reproducir los mismos esquemas de los partidos burgueses, el arribismo, la jerarquización, la persecución de las voces críticas en nombre del culto al líder, etc. etc. Por ello, a mi no me produce ninguna satisfacción saber que el partido va creciendo en afiliados, tomando esto como medida de un crecimiento del poder revolucionario. Las ansias de poder y riqueza están tan presentes hoy como ayer. Los políticos “camaleón” son una especie que cubre todas las latitudes del globo. Cuando se instauro en España la “democracia” que padecemos, de las filas de los franquistas aparecieron, formando legión, los “demócratas” que incluso engordaron las filas del PSOE, sobre todo a partir de su victoria electoral en 1982. Y fueron innumerables los pueblos en los que las mismas familias de siempre se alzaron con el poder local.

Para terminar, y aunque me repita, recordaré de nuevo que los avances en educación, sanidad, etc. no son las señales de identidad del socialismo, sino el desarrollo en las mentes del concepto “propiedad colectiva”. Que si mi casa la tengo limpia, también he de cuidar que lo este la calle, que si hay que hacer algo que yo mismo lo puedo hacer, no espere a que lo hagan otros, haciendo pública, naturalmente esa carencia. Porque tampoco basta con dar ejemplo, si no se acompaña con una crítica a quienes también lo sufren, pero están esperando a que venga otro a hacerlo.


doctorro@ono.com


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